Adolfo Sánchez Rebolledo
La Jornada
08/10/2015
El experimento norteño marcará tendencias en la evolución del sistema político, aunque ya tan pronto como hoy se advierte la poca disposición partidista a buscar fórmulas críticas que no sean una nueva rendición pragmática alsentido común
, a la improvisación o al simple deseo de algunos poderes fácticos, con lo cual lejos de fortalecerse aumentaría la fragilidad del sistema democrático. La superación de la decepción ciudadana presupone, aquí y ahora, cambios sustantivos en las relaciones entre los partidos, la sociedad y las fuerzas económicas y de poder, a fin de trazar una agenda nacional que al menos permita ubicar un mínimo piso común de entendimiento.
La sociedad mexicana reclama cambios esenciales en el respeto a los derechos básicos, el cumplimiento del derecho, pero es evidente que nada puede mejorar si la desigualdad es el único horizonte al alcance de la mayoría.
En esa dirección conviene seguir con cierto detalle las propuestas que pretenden sentar las bases de los cambios necesarios, como ocurrió en Monterrey con Jaime Rodríguez. Durante la ceremonia, el nuevo gobernador habló de sí mismo con detallada acuciosidad y describió los grandes trazos del personaje construido a marchas forzadas durante la campaña. Recordó su historia personal, el camino recorrido desde que pasaba hambre junto a su madre, a los 15 años sin las telarañas de la televisión, el trayecto rudo de un carácter incubado en el partido oficial, a la postre recuperado después de una dolorosa epifanía hasta que los neoleoneses le dieron la victoria en las urnas, sin pasar por las siglas del bipartidismo tradicional que en su tierra siempre fue ideológicamente el modelo a seguir.
En el recinto legislativo, arropándolo, se hallaban simpatizantes y auspiciadores, entre ellos algunos paladines de lacomunidad
empresarial, herederos de quienes durante el siglo XX y desde la derecha reivindicaron frente al Estado mexicano, revolucionario o no, la conciliación de clases, la ideología que asume la unidad de la nación a partir de la preeminencia del mundo de la iniciativa privada y sus valores, singularidad que la apuesta independiente, colorida y folclórica de El Bronco rezuma por todos sus poros.
En sus dichos, El Bronco apela por igual a la ruptura que a la identidad. Es un discurso al borde, cuya fuerza de convicción deriva del relato mitológico que le da origen. Es la sociedad frente al Estado, sobre todo cuando éste intenta colocarse al mando de la economía, pero sobre todo expresa el malestar, la frustración de unas clases medias que ven reflejadas en el espejo de una economía que después de tantas reformas parece no ir a ninguna parte satisfactoria en materia de equidad y derechos, lo más urgentes.
Entre los invitados a la fiesta del nuevo mandatario destacan conocidos miembros de la sociedad civil que han tomado la voz para combatir la corrupción y otros agravios, como la delincuencia, la marginalidad, la desesperanza de la modernidad. Son, por así decir, los rupturistas
entre los desencantados de la modernidad empantanada. Aunque ubicada menos en el frente social que en la política de la moralidad, esa rebeldía conservadora que florece al pie de los privilegios, pero no se propone un cambio global, juega el papel decisivo en esta crisis. Son los mismos que predican contra el populismo si éste asume que el cambio requiere redistribuir la riqueza y no sólo repartir el poder o cuestionar un orden injusto. Frente a la crisis de los partidos para representar a importante capas de la población, el discurso de losindependientes
retoma la desconfianza estructural en la política y ofrece un futuro utópico de buenas intenciones cargado sobre los hombros individualistas de cada ciudadano.
Al apelar a su historia familiar, El Bronco alude a los nexos que unen su proyecto con la cultura del esfuerzo que nutre la cultura de los pioneros. Reivindica la diferencia neoleonesa, el individualismo que asume la familia como eje de la sociedad, la solicitud de los desamparados, pero no admite otro principio clasista o político que no sea la cooperación venturosa entre los ricos y pobres, discursivamente sorprendida en el instante de su mayor fuerza de popularidad. En las semanas que vienen, mucho más tendrán de decir Jaime Rodríguez y Elizondo para explicar cómo harán para conciliar los diversos intereses que ya desde el primer minuto buscaran expresarse legítimamente, aun cuando la vida partidista quede bajo sospecha.
El Bronco anunció un cambio en el modo de ser de la cosa pública en el estado: el gobierno a partir de ahora se reserva a los ciudadanos. “Encontramos –dijo– la casa sucia, las columnas derruidas, fugas por todas partes, el techo por todas partes y, para acabarla de fregar, hipotecada”. Ante el fervor de sus seguidores advirtió: Pero no es el tiempo el que castigó nuestra casa, sino la corrupción sin llenadera (…) de muchos que se creyeron reyes y no gobernantes, que donde había ciudadanos veían súbditos, que donde había dinero público veían botín. Hoy les digo claro y fuerte: ¡se les acabó la fiesta a los bandidos!
Y los bandidos, representados sin escapatoria por el ex gobernador priísta, apechugaron en silencio, mientras el auditorio, unido por una fuerte conexión emocional, se dejaba arrebatar por el entusiasmo.
El Bronco supo tejer una mayoría electoral inexpugable; ¿conservará el protagonismo sin una reforma a fondo de la situación de injusticia en que viven sus paisanos? La cuenta está en marcha.