Categorías
El debate público

El clima público que cinceló la elección de hoy

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

01/07/2018

 

En una de tantas sobremesas surgió, como en todas partes, la discusión sobre el proceso electoral, las encuestas, el puntero, las coaliciones y su consecuente “deslave” ideológico, etcétera. Pero salió a relucir un asunto bastante más esencial y que hemos discutido poco: las motivaciones del votante medio, cómo se formó la opinión de ése, el votante mayoritario.
Y dos coordenadas dominaron la discusión: la situación económica, los ingresos estancados o en retroceso (cosa que hemos podido documentar en esta hospitalaria columna). Ya se sabe: nuestro país no llega a la quincena y ése es el fermento que mantiene la malhumorada predisposición de los mexicanos.
Pero hay otro ingrediente menos explorado: el tipo de discusión pública que sostuvimos antes y durante las campañas. O sea: el tono en el ambiente que configura la opinión pública, el aire iracundo, los comentaristas regañones, tiranetas, las condenas diarias, la aversión a los partidos y la fobia a la política (a toda política) que tan burdamente se hizo carne y huesos en la persona del señor Bronco.
Razones para el tono negro o gris de nuestra “conversación pública” sobran: la crisis de seguridad, la violenta criminalidad descontrolada y en ascenso; las noticias casi inverosímiles de corrupción en los gobiernos; el enorme desafío discriminatorio venido desde la Casa Blanca; la oceánica desconfianza interpersonal; la sensación generalizada de “no progreso”, de riesgo y fragilidad en nuestro presente y futuro.
No obstante, durante años, estos problemas no generaron una discusión más o menos ordenada, racional, con soluciones ponderadas sino un coro de denunciadores de todo color y sabor que, sin matices, hallaron siempre culpables, casi nunca soluciones y lo más importante: simplificando por costumbre nuestra realidad hecha de problemas inmensos para la cual se formulan soluciones simples.
¿Los partidos están mal? Quítenles el financiamiento público. ¿La estrategia contra el crimen falla? Saquen el Ejército de las calles. ¿La corrupción es un cáncer que nos mata? Nombremos un superfiscal.
Insisto, los problemas están allí, pero la “narrativa” derivada de la catarata de acontecimientos ha acabado creando una nube masiva, un espeso y depresivo clima de opinión pública para el cual lo único que cabe esperar es que las cosas vayan a empeorar todavía más. Y más: en México se instaló la percepción de que no existen actores públicos de quienes se espere alguna capacidad de mejorar el estado de cosas. Siempre son mejores las salidas vía privada (también llamadas “de la sociedad”). En definitiva: el resultado de nuestra comunicación en medios y en redes ha sido una espiral deprimente para la cual las soluciones son siempre comenzar de cero (en la institución electoral, en las relaciones de la Federación y los estados, en la estrategia de seguridad que involucra al Ejército, en el financiamiento a los partidos, etcétera).
Mi punto es éste: los problemas reales han seguido creciendo y la administración que termina no ha sido especialmente diestra para encarar casi ninguno de los asuntos fundamentales de la nación, por supuesto. Pero la configuración de una opinión pública deprimida ha crecido aún más rápidamente, por obra y gracia de los medios, las redes, escritores, locutores y opinadores. La manera en que discutimos los asuntos públicos en México no está sirviendo para resolver los problemas públicos, para explicar su complejidad y encontrar alternativas, sino más bien para banalizarlos, juzgar, condenar e incrementar el desaliento social.
En mi opinión, es ése el caldo de cultivo para el exponencial crecimiento de Morena y de su candidato presidencial. Él es el que supo aprovechar mejor que nadie este clima y supo tejer un discurso (acorde con su larga lucha) pero también con la simpleza de la esfera pública mexicana. Un potaje elaborado —desde la derecha como desde la izquierda— en el que la indignación con todo “el sistema”, cunde y nos ha colocado en un nivel de hartazgo tan evidente como vasto.
Igual que el clan oligárquico-empresarial se negó a conceder medida redistributiva alguna durante todo el sexenio de Peña Nieto, periodistas e intelectuales que hoy ven azorados la previsión de las encuestas apanicados por el llamado populismo, deberían revisar las consecuencias de su propia obra: crearon un clima y un relato social que supo explotar y aprovechar, como nadie, el señor López Obrador.