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El desencanto

José Woldenberg

Maestro universitario, Manuel ha sido siempre un hombre comprometido con su tiempo. Ajeno a las tentaciones revolucionarias de la guerilla, lo mismo que a la indiferencia o la inercia que siguieron a 1968, para Manuel resultaba urgente enfrentar las desigualdades de la sociedad mexicana, así como las estrechecesde su sistema político. Para ello participará a lo largo de su vida en distintos movimientos que apuntan precisamente al logro de una sociedad más equitativa y democrática, pendiente siempre del vínculo indispensable entre la actividad política y la ética. La experiencia de Manuel se hace entonces al calor del sindicalismo universitario, con la esperanza  del reconocimiento y la unidad de la izquierda, con la construcción de instituciones que al fin concreten la mayoría de edad política de ese México que parecía no poder salir del laberinto porfiriano. Al final de su vida, sin embargo, Manuel emprende la elaboración de un libro que comprende las trayectorias de siete escritores fascinados con la Revolución de los soviets, que luego sufren un profundo desencanto. El desencanto reúne lo que queda de este último proyecto del profesor universitario, con el recuento puntual de su propia vida comprometida.

El desencanto

Ciro Murayama

La Crónica de Hoy. 11/03/2010

El ensayo novelado de José Woldenberg, El desencanto (Cal y arena, México, 2009, 386 pp.), es una reflexión sobre la vida política de México a lo largo de las últimas tres décadas y sobre lo que ha sido la izquierda en nuestro país en ese dilatado periodo. El libro conjuga la biografía política de un personaje, Manuel –quien se incorpora a la militancia para impulsar el sindicalismo universitario en los setenta, luego se suma a la tarea de la unificación de los partidos de la izquierda hasta llegar al PRD, y más tarde se dedica a la construcción de las instituciones que hicieron viable la expansión del sistema pluripartidista que sustituyó al régimen de partido hegemónico-, con un conjunto de ensayos sobre distintos autores clave del siglo XX -Arthur Koestler, Howard Fast, André Gide, Ignazio Silone, George Orwell, José Revueltas y Víctor Serge- quienes, en distintos momentos y países, abrazan el sueño comunista para luego despertar en la pesadilla de los autoritarismos de izquierda. Es un libro que tiene los pies en México y la mirada en el mundo.

La noción del desencanto arraiga tanto en Manuel como en la experiencia vital de los autores cuya obra y reflexiones acerca de la militancia, el partido y la causa son visitadas y reconstruidas por José Woldenberg. En el caso de Manuel, el desencanto tiene cuatro momentos decisivos, aunque los nutrientes son más: primero, el movimiento estudiantil del CEU en la segunda mitad de los años ochenta que más que defender derechos –universales- defendió privilegios –de unos cuantos-; segundo, la incapacidad del PRD para desplegar en los primeros años de historia de ese partido una discusión genuina para trazar la línea política y, en cambio, la decisión colectiva y abrumadoramente mayoritaria de ceder al dictado de la palabra del líder, del infalible, del caudillo; tercero, la obnubilación de parte de la izquierda mexicana ante el alzamiento zapatista y el coqueteo abierto con la vía violenta como método de transformación y, cuarto, la mentira que significó inventar la existencia de un fraude electoral en las votaciones presidenciales de 2006.

Ofrezco como aperitivo, como invitación a la lectura completa del más reciente libro de Woldenberg, algunos de mis subrayados:

– “Política sin ética es puro pragmatismo; y ética sin política es puro diletantismo” (p. 16).

– “No nos gustaba la vida política del país: vertical monopartidista, antidemocrática. No nos gustaban los medios de comunicación: oficialistas, serviles. No nos gustaba la oceánica desigualdad social que marcaba a México. Pero por ello, la actividad política tenía miga y creíamos que podíamos cambiar” (p. 42).

– “Lo bueno de la política reformista –solía decir Manuel- es que convierte en celebración cada paso que da” (p. 18).

– “No se trataba de adherirse a grandes causas inasibles, de compartir los anhelos de grupos intangibles, sino de trabajar todos los días por algo que se encontraba al alcance de la mano. Y de esa manera se edificaba en tierra firme, un sustrato material para la militancia política” (p. 26).

– “A la izquierda le ha hecho mucho mal subordinar o intentar subordinar a los intelectuales. Y no hay nada más triste que un intelectual que se asume como correa de transmisión de los dictados partidiarios. Le hace un flaco favor a la causa y a sí mismo” (p. 156).

– “Entre soberbios, irresponsables, sumisos y vándalos no es fácil hacer política” (p. 32).

– “No se trata de hacer a un lado la evaluación de la estrategia gubernamental en la cual se reproducen fraudes electorales, campañas de desprestigio contra el PRD, marrullerías de todo tipo, sino de asumir una serie de responsabilidades que deberían derivar de compromisos democráticos del PRD. Para decirlo de otra forma: ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio, puede ser un espléndido ejercicio de autoengaño, pero sobre todo, un expediente para privar al PRD del momento de reflexión y readecuación de su política que la situación parece demandar” (p. 212).

– “La única variable que nosotros podemos controlar es nuestra conducta y nuestros dichos, y desplegar sólo una política reactiva es hacerle el juego a los enemigos” (p. 208).

– “Los medios nunca son anodinos. Modelan a los fines y a quienes los utilizan (…) Una vez que se toman las armas, éstas pueden ser usadas contra los enemigos, los adversarios, los inocentes, los compañeros y los amigos. Esa lógica-ilógica no falla  nunca” (p. 60).

– “La guerra, su lógica y su lenguaje sólo pueden ofrecerle al país un reguero de destrucción” (p. 284).

– “La Iglesia tuvo su Inquisición para perseguir a los herejes. La izquierda no la necesita, cada uno de nosotros es una Inquisición” (p. 96).

– “Era desalentador ver cómo el candidato primero acuñó la tesis del fraude y luego, como si fuera un sultán, una corte de seguidores empezó a construir las más descabelladas versiones de cómo había sucedido. En 1984 el Gran Hermano, infalible, primero expresa lo que quiere oír y luego el aparato se encarga de que escuche lo que quiere escuchar” (p. 373).

– “Porque autonomía de juicio y pertenencia a una comunidad de la fe resultan antónimos. La primera es subversiva al poner en duda las certidumbres consagradas –argamasa que cohesiona a los creyentes-, mientras la segunda necesita y reclama sumisión, integración y adoración” (p. 322).

– “Y ya lo sabemos: las evidencias empíricas no trastocan las certezas del creyente, las explicaciones racionales no carcomen la fe. La duda es el principal corrosivo de las verdades reveladas, y quien se aleja del círculo de los ‘verdaderos’, de los devotos, es tratado como hereje, como apóstata, renegado” (p. 321).

– “La izquierda cursó un periplo unificador complejo, pero productivo. Fue acicate y beneficiaria de los cambios democratizadores y sin embargo su compromiso democrático no acaba de asentarse. O a veces esa impresión proyecta” (p. 372).

– “Somos la generación del desencanto, hemos hecho mucho ruido y nuestras nueces están podridas” (p. 12).

El desencanto

Rafael Pérez Gay

El Universal  06/12/2009

Hace algunos meses, José Woldenberg me entregó el original de su nuevo libro. No lo leí en tres patadas, me tomé una o dos semanas, pero desde las primeras páginas supe que estaba leyendo un libro duro, triste. Es una novela, una crónica, una historia política, una memoria personal, un homenaje a la amistad.  Ante todo, este libro revisa la historia moderna de la izquierda mexicana y se dedica a la construcción de un personaje, Manuel Martínez, un hombre comprometido con sus sueños, o mejor, un sueño: la invención de un nuevo sistema político, la búsqueda de un país menos desigual, la creación de una izquierda como opción de gobierno para el porvenir. Al final de su vida segada por el azar y en la plenitud de la madurez, Martínez emprende la última aventura, la exploración de las obras de siete escritores arrastrados por el sueño de la Revolución soviética: el desencanto.

Para  contar la historia de Manuel Martínez, Woldenberg ha creado una voz que suena más o menos así: “A la mitad de una fiesta, unos meses antes, me había dicho: ‘Somos la generación del desencanto, hemos hecho mucho ruido y nuestras nueces están podridas’. Hoy que ha muerto, me gustaría pagar una deuda con él: rescatar el trayecto que lo llevó del más convencido activismo a la más profunda apatía”.

Para recobrar ese trayecto, José Woldenberg ha puesto a prueba su memoria, su propia vida entregada al activismo, su prosa desprendida del trabajo periodístico y de al menos dos aventuras narrativas: Las ausencias presentes y Memoria de la izquierda. Además, Woldenberg ha echado toda la carne al asador para mostrar al lector serio y dedicado que desde hace años acumula libros y libros en su foja de combates editoriales. Para traer a escena la vida de Martínez, hay que jalarla de la manga y ponerla frente al lector: tres estaciones de construcción, cuatro desencantos y siete escritores tutelares. La voz narrativa ha puesto el desafío al que se enfrentará a lo largo de casi cuatrocientas páginas en el umbral del libro, un epígrafe de Doris Lessing: “Soy incapaz de escribir la única clase de novela que me interesa: un libro dotado de una pasión intelectual o moral tan fuerte que pueda crear un orden, una nueva manera de ser en la vida”.

Las estaciones de construcción: el sindicalismo universitario, la creación profesional de un partido de izquierda y las transformaciones que lo convirtieron en el PRD, el espacio en el que creció el Instituto Federal Electoral, las reformas que condujeron a la autonomía del instituto, la restauración de la confianza en las elecciones.

Los desencantos: el Consejo Estudiantil Universitario, el CEU, la salida del PRD, el EZLN y la violencia política, la reacción ante la derrota en 2006. La memoria del narrador se ilumina y de ahí traigo estas citas del último peldaño de los desencantos: “Con una consistencia digna de mejores causas, la Coalición que apoyó a López Obrador logró inocular entre franjas muy amplias de la población la idea, convertida en convicción, de que el día de la elección se había producido un fraude mayúsculo (…) la fe –es decir, la confianza ciega e incluso irracional en algo o alguien— sigue presidiendo la comprensión de las cosas que nos rodean”.

Los lectores acostumbramos en ocasiones preguntarnos si la persona que narra una historia es el autor de la historia. Cuando este asunto aparece en las sobremesas, un amigo siempre dice: Byron no era Byron. El escenario dramático, la tensión temática, los personajes reales de El desencanto orillarán a no pocos lectores a este pregunta: ¿Woldenberg cuenta la historia de Manuel? Sí y no. Les aseguro que una de las claves de un relato nos dice que no importa tanto como suponemos lo que ocurre entre el escritor y la narración; en cambio, la forma en que se relacionan el lector y la historia guarda el gran secreto de toda literatura. Para explicar este dilema, si ustedes quieren falso, Woldenberg se ha servido de una línea de Paul Auster: “En el proceso de escribir  o pensar sobre uno mismo, uno se convierte en otro”. Aquí tienen ustedes la llave de El desencanto.

Ciertamente la izquierda mexicana no sido capaz de asomarse al espejo. Woldenberg ha puesto uno frente a él y nos ha contado con notable fuerza intelectual y rotundidad ética lo que ha visto en ese teatro de la memoria. Mirarse en ese espejo es como mirar en nuestros corazones. Tengo curiosidad, quiero saber quién se asomará y qué verá en el azogue.

(El desencanto (Cal y Arena, 2009) fue presentado el viernes pasado en la Feria de Guadalajara. Este artículo es un fragmento del texto que leí.)

La izquierda debe abrirse

 Karla Garduño Moran

Reforma, Enfoque.

Ciudad de México  22/11/2009

Como Manuel, personaje ficticio del nuevo libro de José Woldenberg, transitó de la ilusión al desencanto

La izquierda mexicana se encuentra enajenada. Concentrados en sus disputas internas, los partidos del Frente Amplio Progresista (PRD, PT y Convergencia) fracturaron los lazos comunicantes con los electores y perdieron así el terreno ganado en los comicios del 2006, considera José Woldenberg, quien hace 30 años protagonizó muchos de los movimientos que tendían a convertir a la izquierda en una opción política.

Las reacciones ante el resultado electoral del 2006: la toma de Paseo de la Reforma y la instalación de un «Gobierno Legítimo» con Andrés Manuel López Obrador como «Presidente», deterioraron el capital político conquistado por el PRD y provocaron el desencanto de muchos de sus fundadores.

Entre esos desilusionados está Manuel, protagonista del más reciente libro de Woldenberg, una novela que verá la luz esta semana y cuyo título, El desencanto, pone de manifiesto el espíritu que lo habita. De la narración apasionada sobre la formación de los sindicatos en la UNAM en los años setenta, el texto pasa a la molestia del personaje (una mezcla entre el mismo Woldenberg y sus contemporáneos) por la incapacidad del PRD, en el 2006, de «asimilar los resultados e inventar una serie de versiones que a todas luces parecían fantasiosas».

A partir de entonces, dice el ex presidente del Instituto Federal Electoral, el partido se alejó de sus electores y ha llevado a cabo acciones –como las tomas de tribuna– que aunque satisfacen a los militantes, incomodan a los electores.

«Es un libro crítico de la experiencia de la izquierda, hecho desde la propia izquierda, pero desde la izquierda democrática, o la izquierda reformista, o la izquierda que cree que el cambio social y político puede darse por una vía legal e institucional. Hoy tenemos una izquierda muy fuerte, unificada fundamentalmente en el PRD –aunque no solamente en el PRD– que a través de la vía electoral ha logrado triunfos muy espectaculares, que sin embargo no acaba de asumir cabalmente su compromiso con las reglas del sistema democrático y que en muchas ocasiones incluso tiende a erosionarlas», señala Woldenberg desde su cubículo en el Centro de Estudios Políticos de la UNAM.

¿Qué tanto se parecen Manuel y José Woldenberg?

Algo, pero se trata de un personaje que está construido en base a una realidad muy evidente, pero que nunca deja de ser un personaje de ficción. En Manuel hay muchas de las cosas que hicieron mis amigos y yo mismo, pero no es un retrato de ninguno en particular. Más bien creo que es una biografía que puede ser expresiva de una generación de la izquierda mexicana, más que el retrato de una persona en singular.

¿El desencanto puede ser leído como el relato de la desilusión de esta generación?

No sé si como la desilusión de esta generación, pero sí del personaje. Es un personaje que pasa por diferentes etapas, la de la construcción de los sindicatos universitarios, la del proceso de unificación de la izquierda hasta llegar al PRD, que luego es funcionario público en una institución importante, como el Instituto Federal Electoral, y que muchas de las causas que él mismo pone a circular, en las cuales está comprometido, conforme pasa el tiempo va viendo cómo se erosionan, cómo se distorsionan.

Es decir, un sindicalismo que empieza teniendo un fuerte aliento de defensa de la universidad pública acaba siendo un sindicalismo absolutamente gremialista, o el aliento unificador de la izquierda acaba cristalizando en uno o varios partidos que no parecen tener un horizonte claro. Pero junto a ello está la historia de diferentes momentos en los que parte de la izquierda mexicana no estuvo a la altura de las circunstancias, que es el caso del movimiento del 86, donde el Consejo Estudiantil Universitario reivindicó una serie de privilegios, o el caso de la fascinación por la violencia que se pone en alto luego del levantamiento del EZLN, o la manera de reaccionar por los resultados de las elecciones del 2006.

¿Se siente desencantado de la izquierda mexicana?

Me gustaría guardar distancia entre el personaje y yo, precisamente por eso hice un intento de ficción y no una autobiografía. Por supuesto creo que en el personaje sí hay muchas pulsiones mías, pero no somos una y la misma cosa, creo que está mucho más desencantado que yo. Traté de subrayar las tintas para hacer más elocuente y expresivo al personaje.

Hace tres años AMLO se autonombró presidente legítimo de México, hecho que para muchos fracturó a la izquierda mexicana en dos: los seguidores de López Obrador y la corriente de ‘Los Chuchos’, ¿cuál fue el impacto de esa decisión?

En un primer momento no noté divisiones muy fuertes dentro del PRD ni divisiones muy fuertes dentro de la Coalición por el Bien de Todos. La manera como se reaccionó ante los resultados electorales está expresada en buena medida en lo que Manuel señala en el libro, lo que más le preocupó e irritó fue esa capacidad de no asimilar esos resultados e inventar una serie de versiones que a todas luces parecían fantasiosas.

En esa operación el PRD no solamente empezó a perder fuentes de contacto con franjas importantes de la población, sino que además, con su discurso y sus actos , deterioró buena parte del capital político acumulado en los últimos años. Parte de la desconfianza sobre las autoridades electorales, más allá de los errores que hayan cometido que también están apuntados en el libro, es esta erosión a lo que era un patrimonio conjunto, eran instituciones que habían sido útiles para el avance de la izquierda, las que coadyuvaron a crear un campo electoral mucho más parejo.

¿Puede habermás opciones para electores de izquierda que esas dos coaliciones: PRD, por un lado y PT Convergencia, por otro?

Teóricamente sí, aunque yo no veo ningún proyecto marchando en ese sentido. Deberíamos hablar de las izquierdas, porque realmente son muchas y complejas; desde izquierdas democráticas, con las que yo me identifico, hasta izquierdas que siguen teniendo un núcleo autoritario, revolucionario, dirían ellas.

Sus expresiones son múltiples, pero no me cabe duda de que es en el PRD donde se cristaliza lo fundamental de esa izquierda, sobre todo si tomamos en cuenta la centralidad de las elecciones en un sistema democrático. Es la única vía a través de la cual legítimamente se puede aspirar a gobernar y a ocupar cargos del Legislativo; entonces, no es una vía más, es la vía a través de la cual la izquierda puede convertirse en gobierno o en una fuerza importante y hegemónica en el país.

La unificación en el PSUM es vista por Manuel como una opción para que la izquierda pueda acceder al poder, ¿tendría que pensarse en la reunificación en ese mismo sentido?

La izquierda no está en la misma situación que estaba cuando se creó el PSUM, ni el PMS, ni el PRD. El acicate fundamental de la creación del PSUM en 1981 fue que la reforma política abría un campo muy interesante que era necesario explotar y que al mismo tiempo las elecciones de 1979 habían mostrado la poca inserción de la izquierda en el mundo político electoral. El acicate fue pensar que tenemos que unificarnos para multiplicar nuestras posibilidades y nuestro peso en el mundo electoral.

Como plataforma de lanzamiento electoral el PRD sigue siendo muy eficiente, quizá los problemas están en otros lados, no en su falta de eficacia sino en su débil compromiso con la democracia, en su incapacidad para establecer un diálogo de tú a tú con los otros, y cuando digo otros estoy pensando en otras fuerzas políticas, en gobiernos que no están presididos por él, los empresarios, los medios, las organizaciones civiles, pero estoy pensando también en sus propios compañeros. Lo que se dicen las corrientes perredistas unas a otras no se los dice nadie, son sus propios detractores.

¿Falta tolerancia en la izquierda?

Falta tolerancia, falta comprensión de los otros, compromiso con las reglas del juego democrático, y falta, al final de cuentas, una revalorización a fondo de lo que significa la pluralidad política e ideológica de una sociedad, que es un bien, no un mal, y a veces la izquierda actúa como si quisiera exorcizar esa pluralidad, alinear a la sociedad que es compleja, múltiple, plural, en un solo ideario, una sola manera de ver las cosas, un solo filtro a través del cual se ve la vida política. Uno de los retos fundamentales es asumir el pluralismo y vivirlo, pero de un modo positivo.

¿En qué momento empezó a perderse todo eso?

No creo que lo haya perdido, la izquierda hoy es más tolerante que en el pasado. El paradigma hegemónico de los años ochenta era el revolucionario, no importa que la inmensa mayoría de las organizaciones civiles y partidos fueran de hecho reformistas, pero se pensaban a sí mismos como que en el futuro habría una revolución que iban a encabezar.

En los últimos años ciertas izquierdas han ido asimilando poco a poco los valores y principios de la democracia, pero quizá no acaban de asimilarlos con toda la profundidad que requiere la circunstancia mexicana.

¿Ha sido un proceso hacía adelante, sin retrocesos?

Ha sido zigzagueante, pero me costaría mucho pensar que ha retrocedido.

En este zig-zag, ¿la izquierda está ahora abajo?

Los resultados están a la vista. Acaba de haber una elección federal y le fue mal al PRD y le fue mal a la coalición del PT y Convergencia, lo que en buena medida tiene que ver con lo que han hecho luego de las elecciones del 2006.

Cuando uno reflexiona sobre los resultados siempre existe la tentación de echarle la culpa a los de enfrente, a los adversarios; sin embargo, estoy convencido que la única variable que un individuo, un partido o una organización pueden controlar, son sus propios actos y su propia conducta, y es sobre lo que tiene que reflexionar el PRD, no tanto sobre lo malvados que son sus adversarios, sino cómo pueden ellos ir ganando adiciones, es la gran pregunta. Estoy convencido que buena parte de la conducta que se vivió desde la post elección del 2006 y hasta la fecha no ha ayudado a multiplicar la fuerza, el arraigo, la simpatía de la izquierda, sino al contrario.

La toma de Paseo de la Reforma, las tomas de la tribuna, no le ayudan; deja muy satisfechos a las franjas más militantes, más intransigentes, más radicales, pero la población que finalmente va a las urnas lo ve con recelo y algunos hasta con temor. Parte del capital político que se construyó en el 2006 se erosionó y se sigue erosionando

¿Es posible la refundación del PRD anunciada por Jesús Ortega?

No sé, a mí me gustaría que el PRD pudiera convertirse en un partido político que fuera habitable para todas sus corrientes y que esas corrientes en conjunto tuvieran un compromiso muy fuerte, muy arraigado, casi inconmovible con las formas del quehacer político democrático, eso sería lo mejor, el enunciado puede variar mucho, no sé qué quiera decir con refundar.

¿Y ve condiciones para ir hacia allá?

Si la izquierda es capaz de asimilar lo que está pasando en su entorno, quizá sí. Si la vida partidista sigue desarrollándose de una manera enajenada, va a ser muy difícil. Me refiero a que hay un momento en que las agrupaciones suelen tener tan escasos puentes de comunicación con el exterior, que se consumen en sus visiones, en sus grillas, en sus problemas internos, y es muy difícil cambiar el lente a través del cual se filtra lo que sucede porque es un lente que comparten los de adentro. A eso le llamo enajenado, uno acaba hablando con quienes piensan igual que uno, tienen la misma trayectoria y los mismos intereses, y acaba por construir una enorme fractura con el resto.

El PRD necesita abrir las ventanas y las puertas para que entren los vientos de otras visiones que existen desde la izquierda.

¿El problema han sido sus líderes carismáticos?

Más que problema lo llamaría una paradoja. Gracias a Cuauhtémoc Cárdenas y a Andrés Manuel López Obrador, la izquierda mexicana pudo encontrarse con franjas de ciudadanos que de otra manera jamás se hubieran acercado a la izquierda. Pero es una paradoja porque a la larga es muy difícil mantener cohesionada a esa diversidad de corrientes sólo a través de la fuerza de dos liderazgos carismáticos.

El liderazgo carismático tiene su rostro venturoso que desata el entusiasmo y el aprecio de franjas importantes de ciudadanos, pero tiene una cara no tan virtuosa que es que todas las decisiones dependen de estas figuras. Entonces, la vida interna de esas instituciones se ve muchas veces reducidas.

¿Andrés Manuel López Obrador sigue siendo el que puede reunificar a la izquierda mexicana que se unió en torno suyo hace tres años?

El libro precisamente por eso es una reconstrucción del pasado, porque es más fácil ser historiador que pitoniso.

¿Idealmente, cuál tendría que ser el eje?

Deben ser los tradicionales: por un lado el eje de la democracia y por el otro el gran tema del país, que es el de la desigualdad, la pobreza y el no crecimiento económico, y creo que ahí la izquierda, como ninguna otra fuerza política, tiene diagnósticos y puede tener propuestas que hagan de México un país más habitable. Si hubiese que decir en una frase cuál tiene que ser la estrella polar de la izquierda, es el tema de la desigualdad.

En general hay como una nebulosa en torno a la discusión de cómo va a volver a crecer México, cómo van a venir los recursos para ello y cuáles van a ser las políticas para atender a las franjas crecientes de pobres, cuáles van a ser los instrumentos para un México menos desigual.

¿Y cuál debería ser el papel de la izquierda en esta discusión?

La preocupación por la desigualdad. Cuando uno no tiene la mayoría en un Congreso tiene que buscar el diálogo, la negociación y el acuerdo, pero para mucha gente estas tres palabras son malas palabras.

En América Latina la izquierda parece estar en ebullición, ¿dónde se quedó México en ese contexto?

En México hay expresiones de casi todo tipo de izquierdas. A mí me gustaría que la izquierda mexicana volteara a ver, evaluar y asimilar buena parte de la experiencia de la socialdemocracia, experiencias exitosas en todo el mundo que han logrado combinar libertad y equidad, estos dos grandes valores fundadores de la época moderna.

¿Hace falta mayor reflexión sobre la izquierda?

No me cabe la menor duda. En los setenta se discutía más que hoy. Se ha pasado a un pragmatismo muy fuerte que desprecia la discusión más teórica, más conceptual, quizá porque también han sido muchos los éxitos. Se tiene la impresión de que las otras discusiones son buenas para la academia pero no para la política.