José Woldenberg
Reforma
25/06/2015
El Distrito Federal no es una entidad cualquiera. Alguien podría decir que ninguna lo es. Que todas tienen sus particularidades. Y en efecto. Pero la singularidad del DF radica en su importancia objetiva (como dirían los clásicos) y en la alucinación que produce. Lo que acontece en el DF tiene un efecto distorsionador si se quiere comprender al país, no es un buen filtro para observar lo que sucede en el resto de la República, lleva una y otra vez a sobre o sub valorar distintos fenómenos sociales. Trataré de explicarme.
Su relevancia apenas y requiere subrayarse. Ciudad capital, sede de los poderes federales, centro cultural del país, concentra la administración pública nacional, las casas matrices de los bancos, es asiento de los principales medios de comunicación masiva, de algunas de las más destacadas instituciones de educación superior y sígale usted. Por ello desde que su gobierno es electo, todos los jefes de Gobierno han sido catapultados como candidatos a la Presidencia de la República. Su visibilidad y su densidad simbólica coadyuvan al lanzamiento. La centralidad y peso gravitacional del DF son innegables y no hay manera de minusvaluar su importancia en el conjunto de la vida política, económica, social y cultural del país. De ahí su «importancia objetiva».
Pero vivir en el DF produce también una especie de alucinación colectiva. Estar envuelto en sus rutinas, fórmulas de convivencia, valores y prejuicios, filiaciones políticas o usos culturales, hace creer a no pocos que la capital es una especie de muestra representativa de lo que sucede en el país… cuando se trata de la entidad más excéntrica de todas. A ojo de buen cubero está situada en la parte central de México, pero es la zona en la cual el comportamiento político se encuentra más sesgado en relación al resto. Y vale la pena subrayarlo para evitar los juicios que confunden la mecánica de lo que sucede en el DF y la general del país.
Las últimas elecciones resultan emblemáticas al respecto, aunque nos podríamos remontar al pasado inmediato o más lejano y sucedería lo mismo. Dos realidades del tamaño de la Catedral Metropolitana pueden ilustrar lo que afirmo: el DF es la mejor entidad para la izquierda mexicana y la peor para el PRI y el país es al revés (o casi). Los datos son elocuentes. El PRI obtuvo más del 40 por ciento de la votación en 4 estados, más del 30 en 11, más del 20 en 14 y solo en 3 alcanzó menos de ese porcentaje. Y en el último lugar de las 32 entidades aparece el DF en donde consiguió solamente el 11.54 por ciento de la votación (a pesar de sus «muy buenos» frutos, ganando 3 delegaciones, 3 diputados federales de mayoría y otros 3 diputados locales también de mayoría).
Por el contrario, la mejor votación de Morena en todo México fue en el DF: alcanzó el 23.69 por ciento de los sufragios. Es más, en ninguna otra entidad llegó al 20. En 8 estados su votación fluctuó entre el 10 y 14 por ciento, en 11 obtuvo menos del 10 y en 12 menos del 5. Menos drástica, aunque similar, resultó la situación del PRD. Aunque en 4 estados logró más del 20 por ciento de la votación (Guerrero, Tabasco, Michoacán y Oaxaca), en el DF obtuvo su quinta mejor cifra. En otros 8 estados sus resultados se movieron entre el 10 y el 17 por ciento. En seis estados su porcentaje de votos osciló entre el 5 y el 10 por ciento y en 14 obtuvo menos del 5. Donde la izquierda ha sido fuerte pasaron dos cosas: o Morena resultó competitiva y le restó en serio votos al PRD (caso DF) o Morena no prendió y el PRD siguió siendo el principal referente de la izquierda.
¿Por qué es importante tener en mente que la capital del país no es representativa -por lo menos en términos políticos- del resto de la República? Para no generar fantasías, para no confundir deseos y realidades, para, como decían los abuelos, no despegar los pies de la tierra. Para reconocer, por ejemplo, que el PRI tiene una presencia a lo largo del territorio nacional mucho más relevante que en el DF y de ahí que siga siendo la primera fuerza electoral (aunque muy disminuida y al parecer en continua declinación) o que Morena con su votación del 7 de junio -si sus cifras se mantienen- tiene altas posibilidades de gobernar a la Ciudad de México en 2018, pero muy escasas de lograr el triunfo por el gobierno de la República.
Y ello, porque repito, el Distrito Federal no es México y ni siquiera se le parece, y México no puede ser comprendido solamente con la dinámica de la lucha política en la capital.