Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
09/10/2017
Margarita Zavala se fue del PAN porque no encontró las condiciones que requería para asegurar su candidatura presidencial. No se fue por discrepancias ideológicas, ni por una disputa al menos explícita acerca de las decisiones políticas en esa agrupación. Se fue porque en el partido en donde “crecí y he pasado la mayor parte de mi vida” no aceptaron sus términos para designar al aspirante a la presidencia de la República.
Zavala dice que se va del PAN “porque la ley me obliga a hacerlo”. Eso no es cierto. La ley y la autoridad electoral establecieron plazos para el registro de candidatos independientes. El registro para aspirantes a la presidencia bajo esa modalidad vencía el sábado pasado (luego fue diferido, como parte de la postergación de plazos legales debido al sismo). Ni la ley, ni nadie, obligaron a Zavala a dejar a su partido. Pero como su único objetivo político ha sido convertirse en candidata presidencial tenía prisa para registrarse como independiente.
En su renuncia hay reproches a las prácticas internas del PAN y sin mencionarlo por su nombre al presidente de ese partido, Ricardo Anaya. Además de esa inconformidad, Zavala no presenta una sola propuesta política. Por lo general, tanto en sus apariciones personales como en los escritos que publica, hace menciones muy generales acerca de la situación del país pero no suele ofrecer propuestas específicas.
Margarita Zavala no es una mujer de ideas. Su mérito principal ha sido la construcción, y hasta ahora el mantenimiento, de una imagen afable. Durante el gobierno de su marido, Felipe Calderón, tuvo el acierto de comportarse con discreción. Cuando recordaban los desplantes de la anterior consorte presidencial, Marta Sahagún, muchos mexicanos agradecían la prudencia de Zavala.
Pero una cosa es haber tenido un desempeño decoroso cuando su esposo fue presidente y, otra, contar con capacidad y experiencia para hacerse cargo del Poder Ejecutivo. La escasez de figuras que a la vez tengan aptitud, talento y reconocimiento, es una de las manifestaciones más lastimosas de nuestra crisis política. Los partidos y el gobierno, con pocas excepciones, se encuentran acaparados por personajes de miras políticas cortas y ambiciones personales anchas. La estrechez en la que mantienen el debate público, así como la fragilidad e inconsecuencia de muchas de sus iniciativas, son expresión de esa pobreza de nuestra política y sus políticos.
En tal escenario llegan a destacar figuras que, en condiciones de mayor exigencia y seriedad, tendrían una presencia pública secundaria. A la señora Zavala, independientemente de la tenacidad, la bonhomía y la ambición que ha demostrado, no se le conocen proyecto ni suficiencia para gobernar el país.
Por supuesto tiene derecho a intentarlo. No quiso hacerlo de acuerdo con las normas de su partido y no deja de resultar sintomático que en el escenario nacional haya otros personajes que mandan al diablo a las instituciones, o se amparan en ellas, según les convenga. (Por cierto, la decisión de Zavala fue motivo para López Obrador reiterase su ya conocida misoginia. Se refiere a ella como “la esposa de Calderón”, así nada más. Las mujeres que militan en Morena se han afanado para disculpar con peregrinas excusas o para soslayar esa afirmación).
Zavala y sus asesores saben que ella es más popular fuera que dentro del PAN. Por eso insistieron en que la candidatura se resolviera en elecciones abiertas a cualquier ciudadano, fuese o no afiliado de Acción Nacional. Si se hubiera realizado esa elección posiblemente no la habría favorecido, como veremos más adelante.
Las elecciones abiertas a toda la población no son necesariamente más democráticas. Son más notorias y constituyen un recurso para que los partidos se vinculen con ciudadanos que no participan activamente en política. Pero esas elecciones son más vulnerables al clientelismo y al acarreo, a la votación por conveniencias y no por convicciones. A diferencia de las elecciones para representantes populares que son organizadas y supervisadas por las autoridades electorales, las elecciones abiertas para designar candidatos de un partido no cuentan con la infraestructura y las reglas que puedan garantizar que sean transparentes.
Por otra parte, es discutible que el candidato de un partido sea designado por quienes no son miembros de esa organización política. Por supuesto en tiempos de intensa antipolítica, en donde los partidos tienen mala fama (en buena parte bien ganada), abrir sus procesos internos al voto de otros ciudadanos deja la impresión de que, así, las burocracias partidarias quedan sujetas a la actuación de la sociedad. Pero se trata de un recurso demagógico y clientelar porque los defectos que puedan tener los partidos, o la política institucional, no se difuminan con una elección en la que cualquiera pueda participar. En esas elecciones, por lo demás, existe el riesgo de que influyan otros partidos o intereses políticos. ¿Qué pasa si los dirigentes de otro partido envían varios miles de disciplinados militantes a votar por el candidato menos competitivo?
Por eso las elecciones abiertas no son paradigma de la democracia. Zavala dice que solicitó en el PAN “un método democrático, transparente y claro, que se escuchara a la ciudadanía para tomar una decisión”. Pero en el PAN no existen previsiones estatutarias para que el candidato presidencial sea designado con ese procedimiento.
En Acción Nacional puede haber elecciones abiertas a la votación de la población en general para la designación de candidatos a gobernadores o jefe de gobierno, senadores de mayoría, diputados federales y locales de mayoría, así como cargos municipales. Eso dice el artículo 101 de los Estatutos. No se menciona la posibilidad de que el candidato presidencial sea electo en urnas abiertas a todos.
La elección del candidato a Presidente de la República está normada por el Artículo 95 de los Estatutos panistas que requiere que los aspirantes reúnan entre los militantes del partido un porcentaje de firmas determinado en el Reglamento de elecciones. Además se establece la instalación, para que voten los militantes, de al menos un centro de votación en cada distrito electoral y la necesidad de que el ganador reciba al menos 37% de los votos. Si no alcanza ese porcentaje tendría que haber segunda vuelta.
El candidato presidencial del PAN, según el Artículo 102, podría no ser electo en votación entre los militantes y ser designado por la dirección del partido si así lo resuelve el Consejo Nacional. En caso de que el PAN participe electoralmente junto con otros partidos, la selección de candidatos se hará de acuerdo con las reglas que se establezcan en el convenio correspondiente.
En julio pasado Margarita Zavala, si hubiera sido postulada por el PAN, habría obtenido 28% de los votos, muy cerca de Andrés Manuel López Obrador que tenía 30% según una encuesta de El Financiero realizada por Alejandro Moreno. En abril, Zavala iba tres puntos arriba de López Obrador. Pero como candidata independiente, según la misma encuesta, Zavala sólo habría alcanzado el 9% de los votos.
Todavía está abierta la posibilidad de que, según se ha publicado, Zavala sea amparada por las siglas del partido Encuentro Social. Hace medio año ese partido se quejó en el INE por considerar que Zavala realizaba actos anticipados de campaña.
La señora Zavala es, sin duda, uno de los personajes políticos más conocidos. De acuerdo con la encuesta GEA-ISA, dirigida por Ricardo de la Peña, el 82% de los mexicanos ha oído acerca de ella. Entre los aspirantes presidenciales únicamente López Obrador es más conocido, con 89% de menciones. Ricardo Anaya se encuentra en el tercer sitio, con 79%.
Sin embargo la mayoría de las opiniones acerca de ella son desfavorables. Sólo el 27% de los encuestados tiene una apreciación positiva sobre Zavala, el 24% dice que le resulta indiferente y el 31% declara tener una opinión negativa. De los personajes mencionados por los encuestadores, Zavala es quien recibe más menciones negativas. Después de ella se encuentran Ricardo Anaya con 30% de opiniones negativas y López Obrador con 28%.
Cuando se preguntó a los entrevistados en esa encuesta, levantada hace un mes, quién de entre los más mencionados les gustaría que fuese el candidato presidencial del PAN, el 26% dijo que Anaya y el 20% prefirió a Zavala. Y entre los encuestados que dijeron tener simpatías por Acción Nacional, las preferencias fueron 47% a favor de Anaya y 32% por Zavala. Es decir, de acuerdo con esa encuesta y si tales preferencias no hubieran variado, si se hubiese realizado una elección entre Anaya y Zavala tanto en urnas abiertas como en votación entre militantes el ganador habría sido el presidente del PAN. La machacona presencia de Anaya en los mensajes televisados del PAN, que utilizó para promoverse a sí mismo, ha dado resultados.
Si se registra como independiente, Zavala confirmará la patraña que son tales candidaturas. Hasta ahora son candidatos “independientes” a la presidencia el gobernador de Nuevo León que fue miembro y beneficiario del PRI casi toda su vida; un senador guerrerense que fue priista y luego perredista; un locutor bien avenido con el priismo y el panismo hasta que perdió esa habilidad política; una indígena jalisciense comprometida con un grupo político, el EZLN. Otro más, Emilio Álvarez Icaza, acaba de descubrir que la promoción de candidaturas independientes “ha sido orquestada desde Los Pinos en busca de beneficiar al PRI” y aunque no ofrece pruebas de esa aventurada acusación la toma como pretexto para desistir de ser uno de tales candidatos.
No hay candidatos independientes porque, en realidad, nadie lo es si cuenta con respaldos y recursos para una postulación de ese calibre. Son candidatos sin partido formal, ni más ni menos. Quizá uno de los saldos de esta temporada sea la constatación de que las candidaturas independientes no existen y que los partidos, por muy detestables que nos resulten, son indispensables para hacer política institucional. Desconocer esa circunstancia ha sido, al lado de codicias y aborrecimientos en el que era su partido, el error de la señora Zavala.