José Woldenberg
Reforma
20/10/2016
«El Ejército Zapatista de Liberación Nacional informó que participará en las elecciones presidenciales del 2018 y buscará como candidata a una mujer indígena. En un comunicado conjunto con el Congreso Nacional Indígena, indicó que realizará una consulta en el país para encontrar a la candidata» (Edgar Hernández, Reforma, 15-10-16).
La sola intención merece ser ponderada. Concurrir a las elecciones puede ser el inicio de un giro político importante. El EZLN puede salir de su aislamiento, buscar multiplicar su base de apoyo, poner a circular su diagnóstico y sus propuestas, recorrer el país para entrar en contacto con ciudadanos y organizaciones de diferentes latitudes, hacer aún más visible la situación y las reivindicaciones del mundo indígena, innovar en política a la luz del día, explotar los derechos y libertades como lo hacen otras expresiones. Y todo ello en un marco institucional que le permitirá verse (creo) como una corriente más entre las que integran el abigarrado y complejo ajedrez de la política mexicana.
La fuerza de los acontecimientos o si se quiere el estancamiento del EZLN parecen contribuir al eventual cambio de rumbo. De aquella declaración de guerra, con la que nos amanecimos el 1o. de enero de 1994, en la que se proclamaba, que las «fuerzas militares del EZLN» avanzarían «hacia la capital del país venciendo al ejército federal mexicano…», al día de hoy, mucha agua ha corrido bajo los puentes y variadas experiencias han cursado los que entonces se levantaron en armas. Por ello, intentar dejar de ser una fuerza simbólica o un referente marginal para incidir en el marco de una elección de carácter nacional, puede abrirle nuevos horizontes a un «Ejército» que hace más de 22 años dejó de serlo.
Sería además sugestivo que no solo postulara una candidata a la Presidencia, sino también otros a los diferentes cargos que estarán en juego, y donde quizá tenga incluso posibilidades de vencer. Y ojalá la vía electoral les resulte atractiva no solo de manera coyuntural sino estratégica porque de ser así podría lograr hacerse presente en los circuitos de gobierno y legislativos. Pero por supuesto, las últimas líneas no son más que especulativas y serán ellos los que decidan el rumbo a seguir.
Lo cierto es que la fuerza gravitacional de las elecciones sigue funcionando. No hay corriente política significativa en el país que no afirme que la única vía legítima y legal para arribar a los cargos de gobierno y parlamentarios sea la electoral. Y ese es un basamento común que no solo permite que la diversidad política pueda convivir y competir de manera institucional y pacífica, sino que es capaz de atraer a corrientes que en el pasado creyeron que podrían explotar una vía alternativa: ni pacífica ni legal.
Pero como todo en la vida -máxime en la política-, una iniciativa venturosa puede tener algunas derivaciones malas. Ya la dirección de Morena criticó la decisión porque piensa (y no sin razón) que dicha candidatura puede restarle votos a la de López Obrador (Reforma, 16-10-16). Y en efecto, cada quien evaluará la política del EZLN a partir de sus propias expectativas y apuestas. Eso es inevitable. Y, además, no sería la primera vez que se produjera un desencuentro entre ambos. ¿Qué impacto tuvo «La Otra Campaña» del EZLN en los resultados de la cerradísima contienda de 2006?
Otra derivación de la eventual candidatura presidencial del EZLN-CNI será la del incremento de la fragmentación política. Repito: si entre 1988 y 2012 tres grandes formaciones parecieron ordenar/desordenar nuestra vida política, la fractura en la izquierda (PRD, Morena), las candidaturas independientes, la caída en la votación del PRI y el PAN y el relativo aunque incierto fortalecimiento de algunos partidos menores, parecen decirnos que estamos pasando de un sistema básicamente tripartidista a una fragmentación mucho mayor. Ese fenómeno es producto de unos humores públicos desencantados, de la búsqueda de opciones diferentes a las tradicionales, de sensibilidades e intereses que no se sienten representados en los partidos habituales, por lo que más nos vale ofrecerles cauce -ningún exorcismo podrá extirparlos-, pero eso sí, debemos pensar en reformas que hagan posible la gobernabilidad en un contexto de aguda fragmentación política.