Ricardo Becerra
La Crónica
15/03/2020
Todos sabíamos de las exageraciones, debilidades y fallas en el gobierno del presidente López Obrador. O mejor, de sus extravagancias impuestas por el estilo, tan personal, pero la multicrisis en la que estamos metidos agiganta sus efectos. La gestión de la pandemia del COVID-19, la precipitación de los precios del petróleo, el gran desafío social de las mujeres y la crisis crónica de violencia e inseguridad lo han revelado claramente: sabíamos que el gobierno funcionaba mal, pero ahora eso se nota y resulta más y más dañino.
Aquí siete elementos que expresan los problemas de gestión.
Lo primero: la decisión es ceñirse al manual, actuar conforme a las “fases” preconcebidas. Esta decisión parece prudente, pero omite el contexto de hiperactividad e interacción en el que se desarrollan los acontecimientos. A cada minuto nos llegan imágenes, estudios, estadísticas, mensajes que hacen al tema omnipresente en nuestras conciencias. De manera central, conocemos las medidas dramáticas que han tomado países como China, Italia, España, E.U. En ese contexto, seguir a pie juntillas el manual, deviene en error porque crea la percepción de subactuación (cuando no de irresponsabilidad) del gobierno, en comparación con lo que, en cambio, sí están haciendo los demás.
Segundo. El surgimiento y la presencia de voces distintas a las autoridades de Salud y que compiten con ellas en su capacidad y credibilidad. En otras palabras: nuestro gobierno no aparece como la indiscutible autoridad. Escuchen o vean los medios masivos, las redes. Voces de expertos lo mismo que de charlatanes en espacios muy importantes. La estrategia gubernamental no ha procurado ocupar los principales programas de la radio, la televisión y las principales vías de comunicación digital por parte de los voceros oficiales de las instituciones públicas de salud, esos expertos enterados y reunidos todos los días. Hace falta un manotazo comunicacional, una sencilla operación de vocería y pedagogía clara ahora que vamos entrando a los momento críticos.
En tercer lugar, gobiernos de los estados, instituciones educativas organismos públicos y privados están tomando decisiones sanitarias por cuenta propia y bastante más drásticas que las del gobierno federal. Con ello se crea la sensación de que el gobierno central está siendo omiso, está dejando de hacer. Jalisco es un ejemplo. Chihuahua, también. El Tecnológico de Monterrey decidió cerrar sus planteles, la UNAM asume sus propias medidas, lo mismo que el Colegio de México. Un sinnúmero de empresas privadas toma precauciones de distinto orden y calado. La impresión general es el desorden, que el gobierno está haciendo menos de lo que le corresponde y, con ello, minando su credibilidad cuando más la necesita.
Cuarto. La falta de deliberación científica y técnica, de colegialidad en el gobierno. No sabemos cuántas reuniones o si acaso se ha reunido el gabinete, para analizar la situación en su conjunto. Y lo peor: no hay una sola noticia del Consejo de Salubridad General, órgano capacitado constitucionalmente para dictar las normas obligatorias para todos. Y lo que tenemos a cambio es la soledad de un Subsecretario que aparece aislado y siempre tutelado por el Presidente (la escena en la que López-Gatell justifica los apapachos multitudinarios de López Obrador, es la de aquel obligado a decir lo que el mandatario quiere oír. Y ni hablar de los abrazos y besos masivos con los que el Presidente infringe cotidianamente las recomendaciones del mismo Subsecretario que tutela).
Quinta. Acciones contradictorias que conforman un cuadro confuso. Si hemos entrado ya a la fase de contagio exponencial, como lo sugirió el subsecretario López-Gatell ¿por qué no fue suspendida ya la Feria de San Marcos que albergará a 4 millones de personas y por qué se realizó la concentración del Festival Vive Latino? Se entiende el argumento económico, pero entonces el carácter emergente y logarítmico del contagio no es la prioridad del Estado.
Finalmente. Nuestro gobierno no tomó nota, no aprendió de la experiencia del mundo, China, Corea, Francia o España y se atuvo a su viejo manual. Esperó el brote de contagio para tomar medidas más potentes. Esta falta de antenas ya impidió que México anticipara y actuara de modo más eficaz la epidemia que, sabemos, cundirá en las siguientes semanas.
Si el reclamo de las mujeres mostró los límites ideológicos y políticos de López Obrador, la crisis del COVID-19 exhibe sus límites de gestión y de gobierno. ¿Aprenderá, corregirá? Ya no nos queda tiempo.