Rolando Cordera Campos
El Financiero
20/09/2018
En su artículo del domingo pasado en la revista dominical del New York Times, el inteligente editor, David Leonhardt, sostiene que “estamos midiendo la economía muy mal”. Lo mismo nos dijeron Amartya Sen, Joseph Stiglitz y varios más cuando los convocara el entonces presidente Sarkozy a pensar sobre el tema apenas iniciada la Gran Recesión y, ahora, prácticamente todas las sociedades avanzadas y sus Estados tienen que vérselas con una desigualdad que abandonó las goteras y las marginalidades para instalarse en el centro del debate económico y la confrontación de políticas alternativas. Después de la tormenta del 2008 y sus devastadoras secuelas poco o nada ha quedado incólume del edificio largamente construido para entender y entendernos en esas materias.
La macroeconomía global que se veía como el inicio venturoso de un mundo nuevo, blindado ante los ciclos y las crisis, dio la vuelta y puso al mundo al borde del colapso a partir del 2008 y pocos se atreven a sostener que la recuperación ha sido o será plena pronto. Ni siquiera en los Estados Unidos que viven un auge económico despampanante.
La rica discusión reciente entre Larry Summers y Stiglitz, en torno a la noción del “estancamiento secular” que el primero rescató de los escritos de Alvin Hansen sobre la Gran Depresión, ha puesto sobre la mesa de manera inequívoca no sólo la necesidad de contar con nuevas “métricas” para evaluar el desempeño económico sino para tener perspectivas más o menos integrales que, de manera explícita, inscriban los impactos que sobre la existencia social tienen los fenómenos que hasta hace poco se veían como portadores unidimensionales de bienestar generalizado. Ni la globalización actual, ni la “nueva teoría económica” liberada de las consejas de Keynes, rindieron los frutos prometidos cuando el planeta quiso volverse plano y sin esperar demasiado tuvo que redescubrirse picudo y espinoso, como diría Neruda de México.
Hoy y para muchos años por delante, hay que disponer de enfoques y datos y cifras que nos acerquen al gran desafío que nuestra subsistencia encara, proveniente no sólo de la insuficiencia absoluta de recursos y satisfactores, como profetizara el monje Malthus, sino sobretodo de un cambio técnico que se anuncia como inclemente destructor del empleo como lo hemos conocido. Fue en torno de éste, que se tejió el más ambicioso ensamblaje de protección social, bienestar y democracia.
Fue a partir de esta triada, que el capitalismo democrático enfrentó y derrotó al comunismo soviético. Luego, para muchos paradójicamente, vendrían las crisis inconcebibles del estancamiento con inflación de los años setenta del siglo pasado y los varios prólogos a lo que poco tiempo después sería la “revolución de los ricos” explorada para nosotros por Carlos Tello y Jorge Ibarra en su libro del mismo título.
Los magnos trabajos de Piketty, junto con los de Tony Atkinson, Francois Bourguignon, Branco Milanovic, el propio Stiglitz con su Precio de la Desigualdad, nos señalan el arduo camino a seguir para construir la mencionada evaluación que necesitamos para entender el cambio de época que vivimos y muchos sufren. Las obras están a la mano gracias en buena medida al esfuerzo del Fondo de Cultura Económica por ponerlas a circular oportunamente, así como a la dedicación de la CEPAL por hacernos ver y comprender que esta es la hora de la igualdad o de la OCDE para diseñar esas nuevas métricas de la evolución del mundo capitalista que en efecto se ha vuelto global.
Entre nosotros, nunca habíamos contado con instrumentos y conceptos tan ricos como los que hoy tenemos, gracias al empeño de Inegi por tener una institucionalidad estadística creíble y del Banco de México por mantener al día sus investigaciones y proyecciones financieras y monetarias. Junto con las periódicas entregas del Consejo Nacional de Evaluación del Desarrollo Social, (Coneval), los mexicanos tenemos a nuestra disposición el material necesario, que nunca será suficiente, para diseñar visiones claras, liberadas de las creencias que suelen infestar el pensamiento económico y político, a partir de las cuales montar una discusión sensata, racional, sobre el rumbo que el país debe seguir si quiere dejar atrás y pronto este presente tan injusto y vergonzoso del que nos hablan prácticamente todas los informes sobre la economía, la pobreza, el malestar y la desigualdad producidos aquí o en el exterior.
Es desde esta plataforma de conocimiento e información disponible para todos, que tenemos que reiterar lo que frente a la crisis de las democracias avanzadas dijera hace unos años Pierre Rosanvallon: nunca habíamos hablado y sabido tanto de la desigualdad (y la pobreza añado yo) y hecho tan poco para superarlas.
Más que entregarnos de nuevo a una redundante y fútil polémica sobre la “bancarrota de México”, debíamos arriesgarnos a poner esa información en orden, revisar si nuestros conceptos son los adecuados y poner en el centro un debate a fondo sobre la política económica que el país necesita poner en acto para que la política social tenga un sentido redistributivo y la democracia deje de ser o de oropel o de tomas absurdas de tribunas. El horno no está para esos bollos.