El embajador cometió un hecho censurable. Los objetos que se venden en las tiendas se pagan. No hacerlo está mal y debe tener consecuencias. Pero éstas deben ser proporcionales a la falta cometida. El hurto –intencional o por descuido– de un libro de 180 pesos mexicanos, en un Estado justo y sensato, merecería desaprobación, resarcimiento económico, una disculpa y poco más.
Pero dado que, en el caso concreto el acto fue cometido por el representante de un país ante otro Estado, se entiende que se deriven efectos políticos. Para ello debe activarse un procedimiento (cuyas particularidades desconozco) y, como en todo proceso jurídico en un Estado de derecho, debe escucharse al implicado. Si la sanción es la destitución que así sea, y si no lo es que se hagan públicas las razones. Así de fácil.
Pero el desafortunado evento ha sacado a flote oprobios severos. Nos ha puesto un espejo en el que podemos mirar las deformaciones de nuestra sociedad y las de la argentina. De éstas no me corresponde opinar en este espacio pero de aquéllas –las nuestras– prefiero decir algo. El silencio es cómodo pero es cómplice. Mi tesis es simple y entrelaza la soberbia moral con la polarización social. En el engarzamiento de esos elementos se sobredimensiona con estridencia lo anecdótico y se ignora con indolencia lo relevante. Intentaré explicarme.
Si hay un rasgo que me irrita de algunos representantes de la llamada 4T –a decir verdad de muchas y muchos de ellas y ellos– es su pretendida superioridad moral. Como se asumen buenas personas de honestidad congénita y de altruismo superlativo miran con desprecio y arrogancia a todos aquellos que piensan distinto. En una suerte de “club de los elogios mutuos”, al interior de la cofradía gobernante, se tratan con indulgencia y se miden con el rasero de la pertenencia ideológica y la lealtad incondicional al presidente. Por eso el círculo de los auténticos promotores del proyecto transformador se disputa entre los verdaderos y los falsos militantes. Lo interesante es que la soberbia de los que quedan dentro se reproduce también entre los que quedan fuera. Por eso hemos visto pleitos y tensiones al interior de esa gran familia que anhela la aprobación del favor presidencial. También por eso, a pesar de esas disputas, para la gente de Morena, la verdadera otredad reside en quienes no simpatizan con AMLO y con su proyecto de gobierno.
Esa misma soberbia pero en sentido contrario ha venido fermentándose en los circuitos opositores. Más allá de los partidos políticos –que están cada vez más desdibujados– cobran fuerza las voces de actores sociales, económicos y mediáticos que, poco a poco, se van articulando para confrontar a la llamada 4T. Eso no está mal en sí –de hecho estaría bien– si no fuera porque lo hacen con desprecio y, de nueva cuenta, con soberbia moral. Se sienten dueños de un país que se les escapa de las manos por los tirones y reclamos de quienes siempre sobajaron. Su cultura, su riqueza, su altivez les impide aceptar las razones y reclamos de un México que desconocen y que, en el fondo, menosprecian.
He elegido el término soberbia con cuidado. Esa “satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio de los demás”, como la define la Real Academia, conduce a éstos y a aquéllos a suponerse mejores que los otros y a negarle méritos a las opiniones o proyectos alternativos. Por eso la estridencia insultante e irreconciliable con la que se ha discutido en las redes y los medios el caso del libro hurtado. Unos defienden lo indefendible porque no pueden aceptar una peca en su castillo de la pureza y los otros defenestran con saña al diplomático porque piensan haber encontrado en él a la encarnación de la hipocresía con la que asocian al grupo gobernante. Ambas filas se cierran en una sinrazón que magnifica el evento con desmesura y escala la confrontación a niveles insoportables.
La polarización oculta lo relevante. Escándalos de corrupción han habido y siguen habiendo. Casas, Estelas, propiedades no declaradas, etc., son los símbolos de un mal endémico que sigue lacerando. Pero también vivimos entre homicidios, desapariciones, feminicidios, desplazamientos. Esos son los males estructurales que están desfondando a nuestra sociedad y le están robando el futuro a las próximas generaciones. Pero las palmas de la indignación se las lleva el ejemplar de Giacomo Casanova extraído de la librería El Ateneo de Buenos Aires. Sinceramente no lo entiendo. Algo está muy mal en todo esto.
PD. Conozco y aprecio a Ricardo Valero desde hace años. Me consta su bonhomía, cultura y generosidad. Ambos compartimos la argentinidad que trajo el exilio y de la que ambos –por distintas razones– estamos exiliados. Lo que hizo estuvo mal pero en esto coincido con el presidente: “que no haya linchamientos públicos políticos”. No para él y no solo en este caso.