Mauricio Merino
El Universal
29/03/2017
Es uno de los personajes centrales de la transición mexicana a la democracia y un símbolo de las luchas sociales pacíficas. Por su estirpe y por sus propias batallas simboliza, además, un hilo de continuidad legítima con algunas de las mejores causas de nuestra historia reciente. Pertenece a esa generación que todavía pensaba y defendía las cualidades intrínsecas del Estado como la gran organización política de la sociedad —antes de que la nueva ideología dominante lo estigmatizara como un estorbo para el éxito del mercado libre y global. Y a pesar de las derrotas políticas, de las rencillas con sus antiguos aliados y de los fracasos del partido que construyó, sigue siendo capaz de convocar a la movilización social por méritos propios.
Pero además no está solo. El llamado que acaba de hacer el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas para formar un gran movimiento social, plural pero concertado en torno de un proyecto nacional democrático e igualitario, cuenta con aliados que han compartido con él un largo trecho de su recorrido político y con el aval de muchos otros que se han sumado recientemente con sus propios caudales. En los años ochenta ya demostró, con Porfirio Muñoz Ledo e Ifigenia Martínez, la importancia que tiene el sentido de oportunidad para la vida política. Y no hay duda de que hoy, como entonces, es urgente modificar las rutinas establecidas. De modo que más vale tomárselo en serio.
No obstante, el mayor desafío de la nueva propuesta lanzada por Cárdenas será lidiar con las circunstancias electorales. De entrada, será imposible impedir las lecturas hostiles a esa convocatoria, tomando en cuenta la relación de amor/odio que hay entre el personaje de marras y el candidato puntero a la Presidencia de la república. Apenas unas horas después de haber concluido el evento en el que Por México Hoy abrazó el llamado del Ingeniero, ya había dos interpretaciones opuestas: una que lo colocaba como un obstáculo deliberado a las aspiraciones individuales de López Obrador y otra que lo situaba como su principal aliado en la sombra, para acercar a Morena a quienes se han negado a rendirse a los mandatos de su líder indiscutible.
Me consta que cualquier intento por participar en la vida pública del país está cercado por las batallas electorales. Sin embargo, también es cierto que, en el marco de la cultura y de las prácticas políticas del país, no hay mejor momento para abrir nuevas agendas que los meses cercanos a los cambios de mando político. En la lógica del sistema métrico sexenal —como lo escribió don Daniel Cosío Villegas— no hay mayor ventana de oportunidad para defender e impulsar causas sociales que las vísperas de la sucesión presidencial.
Con todo, más allá de las entrelíneas, vale la pena escuchar la convocatoria a integrar un movimiento formado por muchas y muy diversas organizaciones que no persiguen fines electorales, que no se han integrado para hacerse de los poderes públicos y que no acaban de identificarse con ninguno de los partidos o los líderes actuales de nuestra clase política. Ese amplio grupo formado por minorías desarticuladas forma hoy, de manera contundente, la gran mayoría del país. Y si la figura de Cárdenas fue el pivote que permitió desarticular el régimen de partido prácticamente único, hoy podría ser la puerta de entrada para desarmar la partidocracia.
La condición es que la suma de causas no se confunda con la suma incondicional de las voluntades. Que las pulsiones de la vieja guardia política no minen las nuevas formas de enfrentar los despropósitos de la vida pública y que, en efecto, se entienda desde un principio que esas causas no deben rendirse a la aritmética electoral. Si ha de formarse un frente progresista, como propone Cárdenas, que sea para construir un país capaz de sobrevivir a 2018.