María Marván Laborde
Excélsior
27/04/2017
En los primeros ocho días de Trump en la Presidencia, tembló México y tembló el mundo. Todos los días despertábamos con un nuevo tuit amenazante e insultante. Sus promesas de campaña, que algunos consideraron ocurrencias, él creyó auténticamente que eran realizables. En sus ansias de reformar la Casa Blanca, firmó decretos que acabaron como papel mojado.
Auténticamente pensó que sus predecesores no transformaban al mundo con la rapidez que él iba a hacerlo, porque dormían en una hamaca complacidos con el vaivén de los problemas nacionales. Pronto se dio cuenta de que gobernar es algo muy diferente. Los jueces se interpusieron en su camino y el decreto de migración impuesto a los países árabes fue detenido en su primera y segunda versiones.
Pensó que podría desbaratar el Obamacare de un plumazo y se topó con el Congreso. El proyecto que envío fue inaceptable para la mayoría de los congresistas. A los demócratas les pareció muy derechista la propuesta, es decir, que desprotegía a las clases medias y bajas de Estados Unidos; mientras que a los libertarians les pareció demasiado izquierdista y proteccionista.
Lo dejaron prácticamente sin salida. Si radicalizaba su plan para dar gusto a los republicanos del Tea Party, perdería a los republicanos de centro. A la mala ha aprendido que, para gobernar, hay que convencer, que la Presidencia no es un cheque en blanco, que el Presidente está obligado a formar consensos.
Creyó que rápido tendría de rodillas a los musulmanes, a los chinos, a los japoneses, a los norcoreanos y, desde luego, también a México; sin embargo, ha experimentado en carne propia lo que significa un sistema de pesos y contrapesos.
Estas restricciones que tiene un sistema político democrático están pensadas para proteger a la democracia de sí misma y de los políticos desbocados. Si de algo nos lamentamos en México es de que, en el caso de los gobernadores corruptos, no funcionaron estos controles.
El problema no es lo que no ha logrado en cien días, lo verdaderamente grave es lo que sí logró. Ha sembrado miedo, odio, división y racismo. La semilla está plantada y el daño social perdurará mucho más allá de su mandato.
Las instituciones democráticas se hicieron para poder controlar los hechos de los gobernantes y en Estados Unidos, hasta ahora, han funcionado. Trump no ha podido saltarse al Poder Judicial y, a pesar de la mayoría republicana en ambas Cámaras, no ha logrado el voto de la mayoría en asuntos que para él eran clave.
Algo parecido sucede en Francia y la sociedad gala. Marine Le Pen quedó en segundo lugar en la primera vuelta y no se ve fácil que gane en la segunda. A pesar de que el Brexit, la paz en Colombia y el propio Trump nos obligan a ser cautelosos con las predicciones, parece que será Macron el próximo presidente de Francia. No fue sólo una candidata la que salió a marcar agenda; está convencida de que su discurso excluyente y racista podría tener buenos resultados. ¿Podría haberse salido de la Unión Europea? Espero que ya no tengamos la posibilidad de comprobarlo, pero, como Presidenta, ella también habría tenido que convencer a la Asamblea y sortear los juicios que se interpusieran en contra de sus decisiones. Por más que pierda, el odio dará sus frutos. Frutos que ninguna sociedad debería desear.
La discriminación echará raíces, verán a los “enemigos” con ganas de acabarlos, quizá sean musulmanes, mexicanos, africanos, da igual, son “los otros”. Esas transformaciones sociales trascienden legalidad y no es fácil revertirlas.
PUNTO Y APARTE. El debate entre candidatos al Estado de México confirma la debilidad de nuestra cultura democrática. Seis candidatos en un soliloquio acartonado e inútil. Reglas que sólo revelan el pavor y la incapacidad de establecer un diálogo. A estas viejas críticas ahora hay que sumar un escritorio blanco, horroroso, un muro infranqueable entre ellos y los ciudadanos.
Las reglas de los debates las debería imponer el INE pensando en los ciudadanos. Para que no digan que hay mano negra deberían aprobar hoy las reglas del 2018, definir temas, fechas y formatos antes de que empiece el proceso electoral.