Ricardo Becerra
La Crónica
01/03/2015
Seguimos en una pendiente, sostenida desde la crisis de 2009, precipitándonos hacia abajo, sin tocar fondo para ser ya, oficialmente, el país que paga menos. Con discreto profesionalismo, el Consejo Nacional para la Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) dio a conocer esta semana una de sus mediciones más significativas: el Índice de la Tendencia Laboral de la Pobreza (ITLP).
¿Qué es lo que mide? Aquella parte de la sociedad mexicana que sale por las mañanas a laborar y sin embargo, no puede adquirir su canasta alimentaria más esencial con el ingreso de ese, su trabajo.
Como se trata de un índice, mide sobre todo la trayectoria a partir del año 2010. Y sus datos son dramáticos (disculpen ustedes, quise usar otra palabra, menos cargada pero no la encuentro, miren por qué).
Según Coneval, en el último trimestre de 2014, los mexicanos con alguna ocupación que no llegaron a la quincena con su ingreso representan el 54.77 por ciento. Puesto de otro modo ¡62 millones de compatriotas! no pueden comprar los alimentos necesarios con su ingreso principal.
No estamos estancados, estamos peor que en el 2010 ¡a 6 años ya, de la crisis! El ingreso de los mexicanos que trabajan, ya no pueden comprar una cuarta parte de la canasta alimentaria que si podían adquirir en el 2010. Para ser precisos, se trata de una merma de 27 por ciento, en su poder de compra (comida y bebida).
¿Qué clase de economía y qué clase de sociedad, es ésta? El país de las maravillas, el de Lewis Carroll, un país en el que su gente trabajadora debe esforzarse cada vez más… para quedarse en el mismo lugar. En China o en Brasil, pasa exactamente al revés: el sudamericano ha visto más que duplicar el ingreso real de los más pobres, a pesar de la crisis y a pesar de la inflación (razonable 6.4 por ciento en 2014). En China, con una población más de diez veces mayor a la mexicana, ha tomado la decisión de incrementar sus salarios medios 9 por ciento en 2013 y 7 por ciento en 2014. El resultado es que en China, con mil 300 millones de habitantes, ya se pagan mejores salarios que en México.
He dicho decisiones, políticas intencionadas, arreglos económicos distintos al tosco andamiaje implantado en nuestro país de la mano helada del Banco de México. Ni chinos ni brasileños se tragan el viejo cuento de la productividad (ver OIT. Informe Mundial sobre salarios y desigualdad 2014-2015, en línea), en cambio, han establecido una serie de medidas que corrigen su mercado laboral.
En el mundo, esa idea -que ha estado de cabeza- se ha puesto de pie. Muéstrame tu productividad, hazme competitivo y te subiré el salario, dicen los neoliberales. Pero no: el trabajador se hace más productivo, más efectivo, más leal a la empresa, si está mejor remunerado (desde Ford se sabía muy bien).
Este asunto es ya uno de los grandes debates políticos y teóricos en todo el mundo (Betcherman, 2014; Belman y Wolfson, 2014; Doucouliagos y Stanley, 2009; Nataraj, 2012) y es hora de que cobre carta de naturalidad en México, justo porque es el país grande que paga menos a su gente.
Y es que el empobrecimiento laboral ha trascendido a los partidos y a los sexenios (con Calderón empezó el declive, con Peña continúa imparable) sin que tenga una respuesta estatal, ni una discusión pública del tamaño y la gravedad que el hecho mismo guarda.
La única muralla de contención a la aguda reducción del ingreso son los programas sociales: pero esos penden ahora mismo del hilo petrolero, que también ha entrado en su propio declive. Lo que quiero decir es que a la vuelta de los siguientes meses –no años, meses-, incluso los programas sociales van a ser tocados por la crisis de los ingresos en Pemex, lo que agudizará la tendencia laboral empobrecida.
No quiero exagerar, pero esto se parecerá mucho a una situación de emergencia social y de escala nacional.