Categorías
El debate público

El precio de la ‘Casa Blanca’

Mauricio Merino

El Universal

18/03/2015

Dos tendencias opuestas están rasgando al país. Una quiere volver al pasado y la otra construir un horizonte democrático digno. Elijo la palabra horizonte porque no es una meta inmediata, sino una ilusión; apenas una línea que, sin embargo, marca un destino a seguir, un camino para ir andando. Y porque eso es también un régimen democrático: un arreglo entre muchos que se respetan y quieren seguir juntos haciendo valer sus derechos, pugnando por su igualdad y defendiendo su dignidad, aunque no encuentren nunca un lugar de llegada.
Esas tendencias están dispersas pero son claramente identificables. No es verdad que quienes las siguen estén alineados en un solo cuerpo, como si se tratara de ejércitos medievales oteando el campo de la batalla inminente. Tampoco es cierto que entre ellas no haya conflictos ni diferencias o, incluso, gesticuladores que simulan mirar hacia aquel horizonte para quedarse en donde ya están y mejorar su situación personal. De ahí la complejidad de esta rasgadura que está viviendo el país, pues también entre quienes buscan volver atrás hay disputas y desencuentros notables.
Pero aun así, hay conductas que no dejan lugar a dudas y que distinguen nítidamente a quienes se oponen a la expansión de derechos y libertades de quienes buscan ensanchar el espacio público y devolver las instituciones políticas al escrutinio social y la democracia. El poder se manifiesta en los hechos, aunque su instrumento sean las palabras.
En estas circunstancias desgarradoras, es imposible no advertir el mensaje ominoso que está detrás del fulminante despido de Carmen Aristegui de MVS. Puede ser cierto que entre los dueños de esa empresa y la conductora ya había relaciones difíciles; seguramente Aristegui no era una empleada fácil ni dúctil. Pero el argumento empleado para sacar del aire a la comunicadora emblemática es, en sí mismo, devastador: la negativa tajante de la empresa a formar parte de una iniciativa de periodismo abierto —Méxicoleaks— que se presentó apenas el 10 de marzo como “una plataforma independiente de denuncia ciudadana y transparencia, al servicio de la sociedad mexicana para revelar información de interés público”.
Antes de concluir sus relaciones con Aristegui, la empresa despidió a Daniel Lizárraga y a Irving Huerta, dos de los colaboradores principales del noticiero de la mañana, quienes habían decidido sumarse a Méxicoleaks sin pedir permiso a la dirección. Mala cosa. Pero ocurre que esos mismos periodistas encabezaron antes los reportajes de investigación sobre la Casa Blanca que desafiaron la credibilidad de la Presidencia de la República en todo el mundo. ¿Cómo desvincular esos hechos de la decisión finalmente tomada? ¿Cómo pasarle reproche a Aristegui por haber defendido a sus colaboradores? ¿Cómo evitar que esas decisiones no sean leídas en el marco de las rupturas que está viviendo México en estos momentos? ¿Y cómo no solidarizarse sin matices ni retruécanos falsos con quienes han tenido la valentía de “ponerse al servicio de la sociedad mexicana para revelar información de interés público”?
No tengo ninguna duda de que Aristegui aparecerá pronto en un espacio distinto, ni tampoco de que su prestigio ganado a pulso le traerá nuevas audiencias. Pero tampoco la tengo del gravísimo error que ha cometido MVS. Si me atengo a sus dichos, el control obstinado sobre el contenido de sus reportajes habría pesado más que su éxito: una decisión que contradice el espíritu de cualquier empresa; y si me sumo a la conjetura que corre libre por todas partes, el favor que habrían querido hacerle al Presidente de la República ha sido un pan con veneno. A Carmen Aristegui le habrían obsequiado un sitio al lado de Julio Scherer y al presidente Peña Nieto —si de eso se trataba— al lado de Echeverría. Una nueva desgarradura al país, un homenaje a la periodista y un flaco favor al gobierno.