Rolando Cordera Campos
El Financiero
03/01/2019
La aprobación del Presupuesto de Egresos de la Federación, así como la más que rauda glosa de los Criterios de Política Económica que sirven de prólogo y contexto al PEF, no excluyen la probabilidad de que allá por mayo de 2019 el gobierno se vea obligado a replantearse un ajuste mayor a lo acordado este diciembre por los diputados. No es cuestión de mayor o menor destreza de los responsables de las finanzas públicas sino de duros y crueles pesos, centavos y dólares que, como puede que sí puede que no, alcancen para cubrir los compromisos adoptados y los programas enarbolados como insignia de la llamada cuarta transformación.
La secular debilidad de nuestras cuentas fiscales se ha agravado con los días y los años, en tanto que la incapacidad política de los gobiernos para asumirla y plantearla como un problema político mayor que afecta al conjunto de la nación no ha hecho sino profundizar dicha flaqueza. A esto se aúna el hecho insoslayable de que la sociedad se las arregla, resigna y vuelve costumbre, para convivir con la referida falla que, vista en perspectiva, es toda una falla geológica del Estado mexicano. Para no hablar de las políticas encaminadas a favorecer a los favorecidos y a ahondar las diferencias regionales, como probablemente ocurra con las medidas anunciadas para la faja fronteriza.
Las implicaciones de esto se han agrandado y agravado con el paso del tiempo, con las mutaciones demográficas que se resumen en el envejecimiento progresivo e ineluctable de los mexicanos pero también en la presencia mayoritaria de los jóvenes y adultos jóvenes y, desde luego, con la complejidad de las formas culturales que anuncian el avance glaciar de nuevas formas sociales articuladas por la globalización del gusto y el poder financiero, así como de la criminalidad organizada, cuyas magnitudes y alcances van ya, con toda evidencia, más allá de los linderos de las bandas y los cárteles dedicados al cultivo, trasiego y comercialización de las drogas. Y al frente, como gran pantalla de un futuro ominoso y espinudo, la gran migración que no cesa y apenas cambia de piel.
Todo este conjunto de personas, actividades, relaciones sociales y recreación de las formas tradicionales de entender y vivir la vida, conforman un reto mayor a la seguridad personal y de las comunidades y un reclamo de enormes proporciones a los Estados del mundo. Estos, tienen que arreglárselas para darle orden y seguridad a países y regiones, hacerla de policías transnacionales y, por si faltara algo, de guardianes de los más que frágiles equilibrios naturales puestos en riesgo inminente por las evoluciones de una economía mundial desbocada y ahora incitada por Trump y su Junta a hacer a un lado los compromisos apenas pactados para enfrentar las amenazas del cambio climático.
A uno le hubiese gustado topar con un Presupuesto y unos Criterios que se hacen cargo con seriedad y soltura de estos y otros desafíos similares. Mas no ocurrió así y el nuevo gobierno dejó pasar una oportunidad de oro para convocarnos a una reflexión política de adultos que no posponga sin fecha de término estas citas con un destino que ha dejado de ser lejano para inscribirse como el vector activo de un presente cargado de malos presagios.
Ojalá y al Congreso de la Unión le “caiga el veinte” y vuelva a verse como el foro por excelencia, no sólo ni tanto para los desahogos pasionales, sino para una búsqueda consistente de políticas y estrategias que lidien con el presente sin perder de vista el porvenir que, con cada decisión u omisión de los dirigentes del Estado, se vuelve más difícil.