Ricardo Becerra
La Crónica
08/11/2015
Llevemos –antes del amanecer- hacia las colonias pobres, hacia paraderos del Metro -Pantitlán, Indios Verdes-, a un pequeño negocio en la Cuauhtémoc, a una casa en la Venustiano Carranza; llevemos, digo, al Jefe del Banco de México, al Secretario de Hacienda, a los subsecretarios que confeccionaron el PEF-2016, al Secretario del Trabajo y dejemos qué, con sus propios ojos, revisen las condiciones en las que la gente, trabaja, se mueve, se gana la vida, todos los días. No estoy hablando de Guerrero, aquí donde ellos mismos viven, en la Capital del país.
¿Una ridículez? Pues resulta que eso, precisamente eso, fue lo que Frances Perkins hizo en el momento crítico de la Gran Depresión. Ella, Ministra del Trabajo durante todos los períodos de Franklin D. Roosevelt (de 1933 a 1945), la primera mujer que ocupó una posición de ministerio en Estados Unidos y gran ejecutora del New Deal. La señora Perkins implementó por ejemplo, el primer seguro del desempleo masivo en Norteamérica (su historia es contada por David Brooks, en The Road to Character, versión Kindle).
Era de armas tomar: a las seis de la mañana tocaba a la puerta de sus correligionarios demócratas para llevarlos a rastras a los barrios típicos de la época y no a las casonas de los satisfechos. Los obligaba a mirar en directo, la entrada y salida en los centros de trabajo, a inspeccionar las condiciones fabriles, comprobar la extenuante jornada de 10 horas o más, visitar los atestados hospitales públicos (como los de allí, en la Doctores) y a recibir los sobrecitos del salario semanal.
No me parece mala idea, pues por lo visto, reconocer lo que está en nuestras narices, es una de las cosas más difíciles para los hacedores de política.
¿A que viene todo esto? Pues que en unos días está por aprobarse el primer presupuesto recortado del siglo XXI en México. En toda la vida democrática del país (pongamos, desde 1997) no habíamos enfrentado una situación así de adversa: justo cuando la información económica y social más fiable (INEGI y CONEVAL) nos advierten que el número de pobres sigue creciendo y que la única barrera de contención es el gasto en educación, salud, seguridad social, etcétera, el Gobierno federal propone un presupuesto que rebana precisamente casi todas ésas áreas.
Y no hay sentido de la urgencia. Con inercia burocrática, se han tramitado ya varias decisiones esenciales fingiendo que este es un presupuesto como cualquier otro, construido con la “responsabilidad” de siempre nos dicen. Pero no lo es: es un presupuesto que agrega recesión a la recesión, para la estabilización y lo peor, es un presupuesto que determinará una trayectoria declinante de la demanda y del crecimiento en los siguientes años. Es decir: estamos empezando otro ciclo de desarrollo aún más mediocre que el lustro precedente, en un país cuya población no deja de crecer.
Por eso, un grupo de muchas organizaciones de muy diverso tipo fuimos recibidos en la Cámara de Diputados para llamar la atención de ese riesgo y proponer seis medidas que comparten estas características: 1) concitan un cierto consenso de 60 organizaciones, muy distintas. O sea: expresan una posibilidad de encuentro de la pluralidad del país; 2) Cuentan con el rigor técnico necesario, se trata de propuestas estudiadas y debidamente fundamentadas; y 3) son medidas para tomar ahora (no cambiarán la realidad de un plumazo) pero que si constituyen un punto de inflexión, una trayectoria diferente en la manera en que se distribuyen los recursos públicos en México.
Los puntos son: padrón único nacional para entregar los beneficios de los programas sociales en todos los niveles de gobierno; liberar el salario mínimo y cambiar la forma en que se decreta cada año, para alcanzar el próximo, la línea de los 87 pesos, es decir darle a millones la capacidad de comprar su canasta alimentaria; revertir la decisión irracional de adelantar pago de deuda utilizando las ganancias de Banxico; reducir privilegios, especialmente el financiamiento a partidos, pues vivimos la cruel paradoja de que en 2016 casi todo gasto disminuirá, mientras las prerrogativas seguirán una espiral ascendente ¡y por mandato constitucional!; dotar de todos los recursos para el objetivo nacional de la cobertura universal de salud, cuya meta se puede ubicar en el 2018 y finalmente, concluir el ciclo de reformas destinadas a combatir la corrupción.
Todo esto se puede hacer mediante una reasignación de recursos más inteligente y una operación legislativa eficaz, en las siguientes semanas -no meses- semanas.
Pero quizás haya que empezar la madrugada de este lunes, en la casa de algún Secretario, para conectarlo con el espíritu y el sentido práctico de la señora Perkins.