Fuente: La Crónica
Ciro Murayama
En la crisis que vive la economía mexicana están presentes casi todos los elementos de una erosión profunda del bienestar: caída de la producción, del empleo y de las posibilidades de consumo, expansión de la pobreza y aumento de la desigualdad, carencia de redes de protección como el seguro de desempleo, contingencia en las finanzas públicas y un largo etcétera. Pero lo que no hay es una respuesta social medianamente organizada ante tanta calamidad y ante el despropósito del gobierno de recortar aún más los recursos que pueden llegar a la población y paliar el malestar. Esa falta de contestación organizada evidencia que, además de una crisis económica larvada desde hace años merced de la caída de la inversión, los desincentivos al encadenamiento productivo y al mercado interno, abandono de las políticas de fomento y contracción de la actividad industrial, una política monetaria dedicada a contener los precios y no a promover el crecimiento, así como una política fiscal contractiva, se suma una crisis profunda en la capacidad de acción de la sociedad y sus organizaciones.
Lo anterior no quiere decir que el malestar causado por la crisis no vaya a tener respuesta, sino que esa respuesta puede darse de la peor manera: no a través de ciertas demandas organizadas para reordenar la agenda y la toma de decisiones públicas, sino de reacciones desordenadas de desesperación que conducirían no a fortalecer las capacidades colectivas para enfrentar la contingencia, sino a erosionar aún más el espacio común y el sentido de pertenencia social.
Llama la atención, en particular, la falta de protagonismo de las organizaciones sindicales, quizá porque su existencia es más de membrete que real como articuladoras de los intereses de las amplias franjas de trabajadores.
La economía mexicana es una de las que peores desempeños está teniendo en la crisis en el mundo, si no la que más. La caída del PIB en 2009 puede rozar los dos dígitos; ese tropiezo mayor ocurre tras años de estancamiento y no de auge; la crisis mexicana está teniendo repercusiones muy serias sobre el empleo formal, en donde podemos llegar a los tres millones de desocupados formales; la contracción productiva ocurre en una fase en donde la pobreza había dejado de disminuir y, por el contrario, en la que se habían generado cinco millones de pobres extremos entre 2006 y 2008. ¿Falta algo para determinar que estamos en una situación de emergencia? Pues a pesar de todo ello, los sindicatos ni se quejan ni articulan demandas ni se movilizan.
A pesar del proceso democratizador de México, de la ampliación de espacios en los medios de comunicación para expresar disidencias con la política oficial, de las garantías crecientes para la organización y la libre expresión, hoy cada vez se escuchan menos voces organizadas. En el año de 1987, cuando se pusieron en marcha los primeros “Pactos de concertación económica” que castigaban al salario y legitimaban es un decir la política de ajuste estructural, hubo movilizaciones callejeras. Era la época del partido hegemónico y el hiperpresidencialismo, en la que se contaban con los dedos de la mano los medios de comunicación casi todos ellos impresos críticos al gobierno y, sin embargo, había expresiones públicas de denuncia, de disidencia. Algo se movía. Ahora no.
Con el paso de los años se democratizó el sistema político y se abrieron canales institucionales de acceso a los gobiernos y a los puestos de representación. Se generaron contrapesos al Poder Ejecutivo y se activó la división de poderes. Pero lo que no conseguimos resolver fue el diseño vertical y autoritario para procesar los diferendos laborales y asegurar los derechos de los trabajadores. Es más, a la vista de lo que ocurre hoy, puede decirse que esos derechos en la práctica se han debilitado, al extremo de que, ante la andanada de recortes y afectaciones a la calidad de vida que implican las decisiones de la política económica, la respuesta es el silencio.
¿Dónde están los sindicatos universitarios cuando se anuncia un recorte significativo al presupuesto para la educación superior? ¿Dónde está la UNT ahora que cunde el desempleo? ¿Qué tienen que decir las organizaciones de trabajadores del sector público ante el crecimiento del gasto corriente de los últimos tiempos, los subejercicios en inversión y los dispendios en salarios excesivos de los altos funcionarios o en compra de campañas publicitarias?
Una de las herencias más lamentables y duraderas del sistema político postrevolucionario y autoritario fue la cancelación de un genuino sindicalismo. El que hoy existe sólo es funcional a los intereses cortoplacistas de un gobierno incapaz siquiera de entender la dimensión de la crisis y de unas élites insensibles al deterioro social. De ahí que las pseudoorganizaciones de trabajadores al servicio del régimen priista hayan sido adoptadas ipso facto por los gobiernes del PAN, dedicadas a administrar la decadencia y a proteger los intereses creados y el statu quo de una sociedad desigual e injusta.
Que no haya movilización social, insurgencia sindical, protestas abiertas y masivas contra la política del gobierno no es un síntoma de que las cosas estén bien y en calma. Ni siquiera es sólo una mala noticia para un izquierdista nostálgico. Al contrario, es la expresión de una calma chicha, de una sociedad en una profunda crisis que no es sostenible en el tiempo.