Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
06/04/2020
Las crisis transparentan. Las virtudes emergen y las incapacidades de todos son más patentes que nunca. La retórica se vuelve inservible para enfrentar problemas graves y ni siquiera funciona para disimularlos. A las puertas de la peor crisis sanitaria y económica que México haya padecido en décadas, el presidente López Obrador se aferra a un discurso retrógrada, complaciente, ensimismado e insuficiente.
El presidente solitario, a la mitad del patio de Palacio Nacional, personificó la triste metáfora de la condición a la que ha llegado su gobierno: habla en el vacío, desentendido de la pandemia que agobia hoy al mundo y a México. Para enfrentarla no ofrece más que voluntarismo, admoniciones, medidas simbólicas y algunas falsedades.
Es posible que pronto falten centenares de camas de hospital, es seguro que decenas de miles de trabajadores ya perdieron sus empleos, será inevitable una recesión histórica. Pero el presidente se parapeta en el estoicismo de Bolívar, la esperanza de Juárez, la figura de Roosevelt. Incapaz para crear su propia epopeya, el presidente López Obrador desfigura las de aquellos a quienes considera sus próceres.
“Siempre hemos sabido que el egoísta interés propio era una mala moral; ahora sabemos que es una mala economía”. El presidente López Obrador quiso apoyarse en esa frase del discurso que F. D. Roosevelt dijo en su toma de posesión después de que lo reeligieron para un segundo periodo, en 1937, pero la política que reiteró ayer contradice la de aquel mandatario estadunidense. El “new deal” de Roosevelt después de la terrible crisis de 1929 consistió en una enorme inyección de gasto público en obras de infraestructura, créditos a las empresas, institucionalización de la seguridad social y desde luego creación de empleos. Todo ello se financiaba con impuestos más altos a quienes tuvieran más recursos y, más tarde, en el déficit público.
López Obrador promueve todo lo contrario. Precisamente cuando el país necesita más que nunca de una poderosa acción del Estado para apoyar a los trabajadores y empresas golpeados por esta crisis, nuestro presidente se mantiene en un derrotero conservador. Ayer reiteró que no habrá aumento de impuestos y se opuso expresamente a “las llamadas medidas contracíclicas que solo profundizaban más la desigualdad”.
Esa expresión se la hubiera envidiado Mrs. Margaret Thatcher. Las políticas contracíclicas suponen la acción del Estado para paliar consecuencias sociales de las crisis y para activar la economía. El presidente anunció créditos para vivienda cuando la urgencia de millones de trabajadores será conservar sus empleos y el nivel de sus remuneraciones. Desatendiendo esa emergencia, mantiene obras sin utilidad pública comprobable como el aeropuerto de Santa Lucía y la refinería en Dos Bocas y anuncia, sin decir cómo, la creación de dos millones de empleos.
¿Con qué recursos se van a financiar esos empleos? ¿En dónde y cuándo estarán disponibles? ¿Se trata de puestos de trabajo fijos o de contrataciones temporales como las becas para jóvenes que han sido entregadas de manera tan insuficiente y desordenada? El presidente habla de nueva inversión pública mientras el sistema de salud del Estado carece de ventiladores y hasta de cubrebocas indispensables en la actual epidemia. Una parte de esos recursos serán retirados de los fideicomisos cuya arbitraria cancelación ya ha desatado una amplia oposición, entre otros, de creadores y artistas porque afecta el respaldo estatal a fundamentales proyectos culturales. Cancelar los aguinaldos de servidores públicos es otra arbitrariedad; quienes ocupan cargos de responsabilidad, en ocasiones con ingresos modestos, también tienen derechos laborales.
Mientras en todo el mundo gobiernos de las más diversas orientaciones políticas están contratando créditos y planean apoyarse en el déficit público para tener alguna salvaguarda contra la recesión que ya llegó, el presidente López Obrador dice muy ufano que mantendrá su compromiso de no aumentar la deuda publica. Durante los días anteriores el presidente conoció las propuestas de académicos, empresarios, dirigentes políticos y de numerosos ciudadanos que coinciden en que es urgente un gran plan económico de emergencia. Las ha tomado como amenazas a su gobierno cuando en realidad se trataba de ayudarle a contener la amenaza que enfrenta el país.
En otro desplante demagógico, dentro de su presunto plan ante esa crisis incluye la devolución a las empresas privadas del tiempo fiscal que el gobierno utiliza en televisión y radio. El presidente falsea la realidad cuando dice que ese tiempo es “dedicado a publicidad del gobierno” porque es empleado para mensajes y programas de diversa índole, entre ellos los spots electorales de los partidos políticos (incluyendo Morena y los partidos que lo respaldan). López Obrador ignora que el tiempo fiscal se origina en una ley que se encuentra vigente y que no puede ser desatendida por simple capricho presidencial. No tiene derecho a regalar esos espacios a las televisoras. Pero que quiera hacerlo en estas circunstancias, aprovechando la crisis actual para congraciarse con los consorcios mediáticos, resulta especialmente ignominioso.
En la crisis sanitaria y económica que ya padece México y que empeorará en unos cuantos días, asoman los peores rasgos del presidente López Obrador. No tiene ni quiere tener idea del tamaño de este cataclismo, ha desatendido todos los llamados para unir esfuerzos en un plan nacional de emergencia, a esos desafíos monumentales responde con paliativos que serán insuficientes. Cuando más necesitamos un auténtico estadista capaz de conducir la reorientación que le hace falta al país, tenemos la desgracia de contar solamente con un predicador que se empeña en reiterar un desgastado discurso que no convoca y menos aún cohesiona a la nación.
En esta circunstancia son más evidentes la insensibilidad política y personal, así como el déficit moral del presidente. Todo el tiempo ha dicho que se identifica con el pueblo y que su moral está por encima de cualquier envilecimiento. Pero precisamente cuando más se requiere que quien conduce al Estado mexicano sea capaz de entender el sufrimiento de las familias de quienes han muerto y por desgracia seguirán muriendo a causa de la pandemia, López Obrador exclamó envanecido, hace unos días, que esta crisis le viene como anillo al dedo.
El presidente no mira la tempestad sino únicamente el entorno complaciente y engañoso del que se ha rodeado. A López Obrador los cambios de timón le resultan impensables porque no se da a la tarea de pensar en la gravedad de esta situación. La amoralidad del presidente lo conduce lo mismo a comportarse en esta emergencia con una frivolidad que suscita perplejidades y carcajadas en todo el mundo que a tener desplantes ofensivos con su propia investidura, como la deferencia que mostró con la madre del más conocido criminal mexicano. El saludo a la madre del Chapo Guzmán es un agravio a los familiares de miles de víctimas de la violencia desatada por el narcotráfico y al empeño de soldados, marinos y servidores públicos que han participado en el combate a la delincuencia organizada.
Sólo a partir de esa amoralidad López Obrador puede encontrar beneficios para el dedo presidencial en la crisis sanitaria que este lunes llegará al centenar de defunciones, según las cifras oficiales, y que llevará la economía mexicana a desplomarse este año entre 3 y 6 puntos del PIB.
En vez de plan de emergencia el presidente inventa cifras con las que, lejos de ofrecer confianza, suscita mayor incertidumbre. “Mexico es, después de la India, el país con menos infectados por coronavirus y el tercer país con menos defunciones por número de habitantes” dijo ayer. Es mentira: hasta hace un par de días México tenía 15 casos por cada millón de habitantes y la India tres. Al menos había 70 países con menos casos que México, medidos de esa manera. En defunciones por número de habitantes había más de 50 países con menos casos que el nuestro, de acuerdo con los registros de worldometers.info
Los números de infectados y fallecidos se deben a que el coronavirus llegó a México después que a otros países, así como al método para calcularlos. El presidente engaña al ofrecer datos falsos. Pero aunque fuesen ciertos no significarían nada. Todos los especialistas advierten que aún no entramos a la fase más difícil de la epidemia. La tendremos que resistir sin conducción desde el gobierno porque el presidente prefiere suponer que esta tragedia le viene como anillo al dedo.
Solo delante de la cámara y el micrófono, este domingo López Obrador perdió la oportunidad de cumplir su obligación constitucional de gobernar para todos los mexicanos. Desprecia la gravedad de la pandemia, carece de plan para enfrentarla, se parapeta en recetas conservadoras y se niega a que el Estado despliegue sus capacidades para resguardar la salud y la economía de los mexicanos. Las grandes crisis develan grandes imposturas. Por lo menos ya no habrá pretexto para que sus conciudadanos desconozcan las limitaciones y la insensibilidad del presidente.