José Woldenberg
Nexos
03/07/2015
El 7 de junio más de 39 millones de ciudadanos fueron a votar. Estaban en juego 9 gubernaturas, 16 congresos locales, más de 870 ayuntamientos y la Cámara de Diputados. Sin embargo, dos preocupantes novedades rodearon el proceso comicial: a) un malestar expansivo con los agentes de la democracia (partidos, congresos, políticos, gobernantes) y b) la amenaza de sabotear de manera violenta, en algunas regiones, la jornada electoral.
Por fortuna ambas “amenazas” fueron conjuradas en lo fundamental. Pero sería ingenuo pensar que sucedida la jornada pueden ser consideradas como asuntos del pasado. Vale la pena primero hacer un breve recuento de las dimensiones y los resultados de los comicios y luego acercarse a las acechanzas que tiene y al parecer tendrá que trascender la rutina que le permite a una comunidad compleja y contradictoria dotarse de autoridades y representantes legítimos de una manera pacífica y participativa.
Dimensiones
Las pasadas elecciones han sido las más grandes de la historia del país. No sólo por su padrón (más de 83 millones de ciudadanos) sino por el número de elecciones concurrentes, es decir por la cifra de entidades que realizaron comicios para elegir a sus respectivos gobernadores, congresos locales y ayuntamientos al mismo tiempo que a la llamada Cámara baja. Como se recordará, una pertinente reforma constitucional ordena que todas las elecciones que deban celebrarse en un mismo año se lleven a cabo el mismo día (la excepción, en esta ocasión fue Chiapas, y esperemos que sea la última ocasión).
En la boleta aparecieron 10 partidos diferentes y por primera vez en las elecciones federales y en los estados podían registrarse candidatos independientes a todos los cargos. También los partidos estaban obligados a postular el mismo número de candidatos hombres y mujeres a los congresos locales y a la Cámara de Diputados. Antes de conocer los resultados definitivos, es fácil afirmar que la representación de las mujeres en los cuerpos legislativos tendrá un incremento significativo.
El “modelo de comunicación” que inundó las pantallas de televisión y los espacios de la radio con breves comerciales de 30 segundos, adelgazando hasta niveles indecibles el debate político, demandó del INE una operación compleja para administrar, sin sesgos, el tiempo del Estado dedicado a las campañas. Al final, el conjunto de los partidos emitió 27, 408,688 spots del 8 de octubre de 2014 al 4 de junio de 2015. Y si a ello le sumamos los promocionales de las coaliciones, los candidatos independientes y las autoridades electorales la cifra llegó a 40, 993,632. Fueron 1,579 estaciones de radio y 2,311 emisoras de televisión las que recibieron y aplicaron las pautas diseñadas por el Instituto.
Ahora, el INE tendrá que hacer la fiscalización de los ingresos y gastos de todas las campañas (tanto las federales como las locales). Una labor titánica por el número, pero además porque debe hacerlo en un tiempo limitado ya que a partir de la reforma de 2014 es causal de nulidad de una elección el rebase de los topes al gasto de campaña (siempre y cuando la diferencia de votos entre el primero y el segundo lugar no sea mayor del 5 por ciento).
Resultados
Quizá el rasgo más sobresaliente de los resultados electorales sea el de una dispersión del voto como nunca antes. Los hasta ahora partidos más votados (PRI, PAN y PRD) vieron, en conjunto y por separado, disminuir su caudal electoral mientras los llamados pequeños lo incrementaban de manera considerable.
Los resultados de los cómputos distritales para integrar la Cámara de Diputados fueron elocuentes: PAN 21.01 por ciento de votos, PRI 29.18; PRD 10.87; PVEM 6.91; PT 2.84; MC 6.19; NA 3.72; Morena 8.39; PH 2.14; Encuentro Social 3.32. Esa votación se tradujo en los siguientes escaños de mayoría relativa: Coalición PRI-PVEM 160 diputados; PRI (solo) 25; PAN 55; Coalición PRD-PT 29; PRD (solo) 5; Morena 14; MC 10; PANAL 1; independiente 1. (Falta aún asignar los diputados plurinominales, pero en un cálculo extraoficial, para el PAN serían otros 45 diputados, para el PRI 63, PRD 24, PT 6, PVEM 16, MC 13, NA 8, Morena 18 y ES 7. El cálculo además se hace asumiendo que el PT mantiene su registro, lo cual no es claro).
Ningún partido, en singular, tiene los votos necesarios en la Cámara como para hacer su voluntad. De nuevo, como desde 1997, serán necesarias operaciones de negociación y acuerdo para forjar la mayoría necesaria para aprobar no solo reformas constitucionales sino también legales e incluso para formar alguna comisión. El pluralismo equilibrado parece seguir siendo la cualidad más relevante en el mundo de la representación. Eventualmente se podría crear una mayoría absoluta estable (más de 251 diputados) si el presunto trabajo conjunto del PRI, PVEM y PANAL cristaliza y se mantiene.
En los estados se produjeron fenómenos de continuidad y de ruptura. El PAN conservó Baja California Sur y el PRI San Luis Potosí y Campeche. Pero en Michoacán se pasó del PRI al PRD, en Guerrero a la inversa del PRD al PRI, en Sonora del PAN al PRI y el Querétaro del PRI al PAN. Y al momento de escribir esta nota (12 de junio), todavía la disputa entre el PRI y el PAN por Colima se encontraba muy cerrada.
El fenómeno más comentado ha sido el triunfo de Jaime Rodríguez, mejor conocido por El Bronco, en Nuevo León. Un candidato independiente que logró vencer al PRI y al PAN. Se trata de la demostración práctica de que esa ruta es transitable y sin duda constituye un fuerte llamado de atención a los partidos, hasta ahora usufructuarios monopólicos de las candidaturas. Creo, sin embargo, que el propio fenómeno de El Bronco (y de otros candidatos independientes, la mayoría derrotados, pero algunos triunfantes), ilustra la forma en que un “ciudadano” (entre comillas porque todos los son, los postulados por partidos y los que lo hacen de manera independiente), en el momento en que hace campaña se convierte en un político, y forja (a querer o no) una agrupación partidista (puede ser regional, distrital, personalista, efímera o permanente).
Será interesante observar las relaciones que establece el gobernador Jaime Rodríguez con los presidentes municipales y el congreso de su estado, ya que los primeros son encabezados y los segundos habitados por “cuadros” de los principales partidos de la entidad (en este caso del PRI y el PAN).
Como era de preverse, la escisión del PRD que cristalizó en Morena, hizo que el voto de la izquierda apareciera fragmentado. Sumados los votos del PRD, Morena, MC y PT, alcanzan la nada despreciable cifra de 28.29 por ciento. La pregunta es si en las próximas elecciones, la izquierda aparecerá, como ahora, dispersa o intentará revertir su fragmentación.
En el Distrito Federal las elecciones significaron pasar de un sistema de partido hegemónico a otro marcadamente pluripartidista. El PRD gobernará 6 delegaciones, Morena 5, el PRI 3 y el PAN 2. Y por primera vez en muchos años en la Asamblea de Representantes el partido en el gobierno no tendrá mayoría absoluta de votos. El Jefe de Gobierno tendrá con el cuerpo legislativo una relación similar a la que tiene desde 1997/2000 el Presidente de la República con el Congreso federal.
En suma, el voto premia y castiga, fomenta fenómenos de continuidad y de cambio, modula la correlación de fuerzas en los cuerpos legislativos y construye gobiernos. Pero lo más importante: ofrece un espacio para la coexistencia y competencia civilizada entre ofertas políticas distintas.
El malestar
Lo que no se puede ni se debe ocultar es el halo de malestar, hartazgo y disgusto que acompañó al proceso electoral. Si de 1979 a 2012 (con sus puntos negros) el signo sobresaliente de los comicios era la esperanza que los rodeaba, ahora parecía que la desesperanza era la que se había apoderado de franjas más que significativas de ciudadanos. Más de la mitad de los potenciales electores se ausentó de las urnas (53 por ciento); 4.76 por ciento fueron votos anulados (aunque es imposible conocer con certeza cuántos de esos son producto de errores y gracejadas y cuantos expresan una crítica a los partidos y sus candidatos) y lo peor, algunos destacamentos de maestros en Oaxaca, Guerrero y en menor medida Chiapas y Michoacán amenazaron con impedir la celebración de la jornada comicial por la fuerza.
Son, por supuesto, fenómenos diferentes. El abstencionismo ha acompañado al proceso democratizador como una sombre. E incluso en las recientes elecciones el abstencionismo fue menor que en las dos últimas contiendas intermedias: 2003: 58.81 por ciento, 2009: 55.39, 2015: 52.9). Se trata de un universo de ciudadanos mayúsculo cuyas motivaciones para no votar suelen y pueden ser muy diferentes: desde la apatía total de quienes le dan la espalda de manera radical a la política hasta núcleos híper politizados a los que ninguna oferta satisface, pasando por los que se encuentran fuera de su circunscripción o tienen que realizar otras tareas. No obstante, su porcentaje sigue siendo muy alto.
Los llamados “anulistas” expresan de manera nítida un hartazgo con eso que llaman “la clase política”. Un conglomerado –para ellos- de pillos, incompetentes y defraudadores. Se trata de una descalificación en bloque de un universo diferenciado, que observan como indistinto. Es, sin embargo, un llamado de atención que no deberían desatender los partidos, los candidatos, los gobernantes y legisladores. No obstante, la forma para expresar el descontento no solo resultó limitado puesto que no incide en los resultados, sino que además no se puede distinguir entre los votos anulados por un simple error y los que son resultado de una actitud crítica.
Si abstenerse o anular son prerrogativas que tienen los ciudadanos, la amenaza de irrumpir en la elección para impedir a otros ejercer su voto, es simple y llanamente una política no solo ilegítima sino ilegal. Ilegítima porque esas minorías carecen del derecho para imposibilitar a los demás ciudadanos a ejercer un derecho primordial, e ilegal porque se encuentra claramente tipificado en la ley como un delito.
No recuerdo ninguna expresión en el pasado reciente que se orientara en esa dirección. Alguna comunidad (pienso en Cherán, Michoacán) había cancelado las elecciones, pero jamás pretendió imponerle esa decisión a otros. Ahora, ciertas minorías amenazaron, tomaron instalaciones, quemaron papelería electoral y vocearon a los cuatro vientos que no permitirían la celebración de los comicios.
Ello obliga a repetir que no se ha inventado, no en México sino en el mundo, una fórmula superior para que comunidades masivas, complejas, contradictorias, puedan dotarse de gobernantes y legisladores legítimos. Es el único método que permite la coexistencia/competencia de la pluralidad política en términos pacíficos e institucionales y que deja en manos de los ciudadanos la decisión estratégica de la que emergen legitimadas autoridades ejecutivas y cuerpos legislativos. Sigo convencido que todo en México sería peor sin elecciones. Enunciado elemental, pero fundamental.
Revista de la Universidad de México Nº 137, julio 2015.