Rolando Cordera Campos
La Jornada
28/06/2015
La primera noticia del trabajo de Pierre Rosanvallon, La sociedad de los iguales, la tuve por David Pantoja ( Configuraciones, núm. 33) para luego disfrutar de su lectura en español, gracias a la traducción de RBA Libros, Barcelona, 2012. Entre las virtudes que tiene el libro es su propuesta, informada, de recuperar el papel central que en la teoría y en la práctica política tuvo la igualdad en buena parte del siglo XX, hasta que el discurso neoliberal, baluarte de la revolución conservadora, con Margaret Thatcher y Ronald Reagan al frente de los batallones, aseguró que la gestión económica eficiente sólo era posible si los mercados se dejaban a libre actuar. De suerte que la abundancia de panes hacía del todo irrelevante el fenómeno de la desigualdad.
No fue así, hoy lo vive y sufre el mundo, por eso es que voltear la mirada a textos como el del estudioso francés es útil y conveniente. Entre otras, destaco algunas de sus ideas: la paradoja de Bossuet domina el gusto y la política, así como define la crisis: Los hombres se lamentan en general de aquello que aceptan en particular (p. 16).
Jamás habíamos hablado tanto de esas desigualdades y a la vez jamás se había hecho tan poco para reducirlas. Se trata de una contradicción que es la réplica a la brecha que se está ahondando entre el progreso de la democracia y el retroceso de la democracia-sociedad (p. 13).
“La ruptura histórica con la tendencia secular a la reducción de las desigualdades y la legitimación extendida de éstas en la forma de la paradoja de Bossuet son los elementos constitutivos de la crisis de la igualdad, que tiene una dimensión intelectual: traduce y acompaña el hundimiento de todo un conjunto de representaciones anteriores de lo justo y de lo injusto. También es moral o antropológica, más allá de sus aspectos económicos y sociales más claramente destacados. De modo que debe entenderse como un hecho social total (…) no se limita a las desigualdades de ingresos o de patrimonios, sino que hace tambalear las bases mismas de lo común” (pp. 17 y 18).
Mientras más se afirma el hombre como ciudadano y por esa vía le da productividad a la democracia como orden político más avanza la desigualdad y la democracia como orden social se deteriora en su legitimidad fundamental, enraizada desde sus principios modernos en la igualdad, en el no distingo mediante clases o estamentos. Aquí reside el núcleo de la crisis actual que va más allá de sus contradicciones económicas para instalarse abiertamente como crisis política y del orden social en su conjunto.
“La democracia afirma su vitalidad como régimen en el momento en que se debilita como forma de sociedad. (…) Pero este pueblo político que impone cada vez con más fuerza su marca constituye cada vez menos un cuerpo social. Esta fractura de la democracia es el hecho más importante de nuestro tiempo, portador de las más terribles amenazas. De continuar así sería el propio régimen democrático el que acabaría tambaleándose” (p. 11).
El aumento de las desigualdades es a la vez indicador y motor de esa fractura. Es la lima sorda que provoca una descomposición silenciosa del vínculo social y, simultáneamente, de la solidaridad (p. 12).
Ésta y lecturas similares, como el libro de Carlos Tello sobre la desigualdad1, junto con la de los hallazgos de investigadores como Fernando Cortés2, consejero del Coneval y miembro del PUED-UNAM, deben ser prolegómenos al estudio del importante ensayo de Gerardo Esquivel sobre la desigualdad extrema, recientemente puesto en circulación por la benemérita Oxfam-México3.
Hace algunos unos años, frente a una crisis que parecía tsunami devastador, la Cepal convocó a hacer de ésta la hora de la igualdad4. Por lo pronto, habría que insistir y hacer de éste el momento de la desigualdad. Al haberlo soslayado hemos dañado nuestro entendimiento del mundo, y erosionado el sentido de la democracia y la política civilizatoria vaciándolos de contenido. Hemos renunciado a entender las corrientes y mareas más profundas del mundo, ahora definidas por la desigualdad, que a decir del presidente Obama, es la cuestión decisiva de nuestro tiempo.
Es tiempo de ampliar la mirada y aprender a redescubrirnos como la sociedad desigual que somos. Sólo así, sólo con este reconocimiento, es que podemos empezar a dejar atrás este rostro y, de nuevo, poder sentirnos ciudadanos del mundo. Lo demás es lo de menos, cuando no de plano autoengaño.
1 Carlos Tello, Sobre la desigualdad en México, México, Facultad de Economía, UNAM, 2010.
2 Fernando Cortés, Medio siglo de desigualdad en México, en Economía UNAM, núm. 29, México, mayo-agosto de 2013.
3 Gerardo Esquivel, Desigualdad extrema en México. Concentración del poder económico y político, http://ep00.epimg.net/descargables/2015/ 06/24/c6dfc9ebc65b6f3bcadeed3cf3dd 8d4f.pdf
4 Cepal, La hora de la igualdad. Brechas por cerrar, caminos por abrir (2010)