Ricardo Becerra
La Crónica
24/01/2021
Asolados por el avance del virus, los mexicanos hemos entrado al pasaje más oscuro de toda la pandemia. Las cifras que hemos visto desde el 6 de enero y en especial, durante la semana pasada, se ajustan con precisión horripilante a las proyecciones que desde diciembre había vaticinado el Instituto de Evaluación y Métricas de la Salud de la Universidad de Washington: durante los siguientes cien días morirán otras 30 mil personas en México, de tan mala suerte que llegaremos a abril con un récord de 170 mil fallecimientos reconocidos oficialmente (escenario medio). Y aún así, las cosas pueden empeorar.
Los números exhiben, entre otras cosas, que los encargados de gestionar la pandemia en nuestro país lo han hecho con información a tal punto insuficiente -ni siquiera aproximada- y con modelos matemáticos que nadie conoce, mediante los cuales tuvieron la puntada de fijar en 60 mil muertes al “escenario catastrófico”. Es decir el máximo. Como vemos, el problema los (nos) ha rebasado sin clemencia y no hemos recibido explicación alguna. Pero decíamos que la cosa puede ser todavía más mala, me explico.
México e Irlanda están siendo citados en diversos medios internacionales como escenarios en los que se cocinaron a “fuego lento” los contagios del nuevo coronavirus: renunciamos a controlarlo, el juego se transformó fuera del razonamiento sanitario y el objetivo intentó ya “estabilizar la ocupación hospitalaria” como indicador principal y por eso, sólo era cuestión de tiempo para que continuara su marcha monstruosa (Der Spiegel, http://bit.ly/3iFBaTU).
Ahora las nuevas variantes del SARS-CoV2 lo agravan, no porque sean más agresivas, sino porque son más hábilmente contagiosas, de modo que la versión del virus que padecimos en enero está siendo reemplazada por otras (inglesa, brasileña y sudafricana) que tienen un éxito más alto para adherirse a las células humanas.
Nelly y Erik han sido bautizadas por los científicos a través de sus acrónimos de identificación clínica (aquí sus nombres técnicos: N501Y y E484K). Lo que ha ocurrido -explican los epidemiólogos- es que la falta de control en los países que renunciaron a su deber de ubicar, localizar y eliminar progresivamente al virus (es decir, la mayoría), convirtieron a sus poblaciones en verdaderas guarderías y gimnasios del bicho, lo que le dio la oportunidad de experimentar millones de veces, contagio tras contagio, para encontrar una configuración nueva, más sofisticada, de espícula más estilizada que embona mejor con las paredes de los tejidos humanos. Un dato: el nuevo coronavirus no había mutado en los últimos 150 años cuando estuvo confinado en las grutas y cavernas de murciélagos y árboles de escasos pangolines, pero al saltar al jolgorio de la especie humana, su actividad nucleica se dio un vuelo fáustico que no había conocido en centurias.
De modo que a la pandemia conocida, se está agregando el problema de sus variantes más contagiosas, candidatas ya a dominar países enteros como Inglaterra o Dinamarca, en donde su multiplicación exponencial (de Nelly y Erik, insisto) se consumará a mediados de febrero, según informa Patrick Mallon de la University College, Dublín.
El asunto se presenta así: el contagio es más amplio y mientras más tarde la vacunación, más variaciones sabrán escapar de la soluciones ideadas para aniquilar el original… como la influenza y la gripe, una vacuna para cada año. Por eso, el tiempo es clave, porque la infección por aquellos virus que pueden eludir las defensas inmunológicas creadas para la cepa original, amplificarán la catástrofe antes de terminar el invierno.
El comité de emergencias de la Organización Mundial de la Salud afirmó el 15 de enero: el riesgo es “muy alto”, los países “deben dedicar más recursos a vigilar las mutaciones del coronavirus”. Y el equivalente al Doctor Fauci de Europa, Christian Drosten (virólogo, principal experto alemán en el coronavirus), apoyó: “antes de resolver el primer visitante, tendremos en casa al segundo”.
No hay que apachurrar el botón del pánico -todavía- porque la inmunidad que se logra conseguir con las vacunas, es mucho más amplia que la inmunidad natural tras una infección, pero la inteligencia mutante del virus nos lleva -literalmente- dos cuerpos adelante. En el mundo, salvo algunas regiones, la infección sigue siendo más eficaz, más aventajada que la vacunación, pues por cada inmunizado, hay dos contagiados más. (El País. http://bit.ly/3pcLXaB).
Nelly y Erik tienen una ventaja adicional contra nosotros: su presencia y expansión ocurre en el invierno del hemisferio norte (es decir, en México), lo que nos enfrenta directo y sin escalas a ocho o diez semanas muy duras, quizás las peores en lo que va de este infierno… hasta empezar abril. En enero, Irlanda veía su curva de infección apuntando directo hacia arriba. Tulio de Oliveira, un científico planetario en estos días, quien dirige uno de los laboratorios de secuenciación más grandes de Sudáfrica en la Universidad de Durban, lo anticipó: «Ahora, estamos viendo que hasta el 90 por ciento de las infecciones son con la nueva variante».
Éramos muchos y parió la abuela. Al enorme problema no resuelto se agregará el de los nuevos primos cambiados, mejor equipados y expansivos que el coronavirus.
Y mientras, nosotros, seguimos huérfanos de una estrategia de vacunación cuyo primer requisito sea… tener vacunas.
Estamos a la intemperie con una sola esperanza: ni Erik, ni Nelly, ni la brasileña en curso, por más trucos moleculares que hayan alcanzado, son aún capaces de vencer al cubrebocas. Dediquémonos a ello.