Categorías
El debate público

Encuentros y desencuentros

Rolando Cordera Campos

La Jornada

30/05/2021

Nos acercamos a la gran cita democrática del 6 de junio y la verdad desnuda es que lo hacemos con elementales mecanismos para conducir la culminación del proceso electoral, la emisión del voto, sometidos a embates sin precedente, porque muchos proceden del poder presidencial. Tan sólo por su magnitud y alcance territorial, debería haber concitado un interés amplio y robusto por parte de los actores principales del drama, partidos y candidatos desde luego, pero también aparatos de Estado y mandatarios.

Y no sólo ni tanto ante la vergonzosa pradera de la compra y coacción del voto que, ante las anormalidades habidas, no resulta improbable, sino en lo tocante a la seguridad y el aseguramiento de candidatos, autoridades electorales y votantes, cuyas certezas han flaqueado sostenidamente a lo largo del más que largo momento prelectoral.

Tema mayor el de la seguridad, se ha impuesto hasta ser coronado por las cifras de políticos ejecutados, secuestrados y amenazados que ya nadie puede negar ni debería soslayar o menospreciar; por la gravedad del tema; la displicencia mostrada es un bochorno.

Se nos convoca a realizar una especie de referéndum no reconocido en favor del gobierno, su partido y su presidente; en contra, se llama a votar en negativo para salir al paso a un autoritarismo desfachatado que amenaza poner en jaque al edificio todo de la vida democrática. Como lamentable retintín, muchos personeros del partido en el gobierno se dedican a descalificar lo hecho en materia de organización y eficacia electoral, que es mucho, a pesar de que fue precisamente por esa construcción, hay que repetirlo, que el movimiento de regeneración ganó la elección presidencial.

Que se sepa, al día de hoy no hay evidencia alguna de que en 2018 haya habido cochupo alguno, certidumbre que, sin embargo, no ha impedido que algunos termocéfalos se aboquen a difundir la especie de que su principal tarea es evitar un fraude. El hecho de que Morena se haya planteado como meta principal la mayoría constitucional y que la demoscopia que tanto visitan les indique que eso es punto menos que imposible, no debería dar lugar a especulación ninguna.

La validez o pertinencia del programa llamado Cuarta Transformación se ha puesto en juego y a reafirmarlo con votos se invita desde la propia Presidencia. Legítima toma de partido, aunque las disposiciones legales permitan calificarla de incorrecta y hasta de ilegal. Lo que no ha habido, y ello debemos señalar sin descanso, es una exposición así fuera sucinta o una detallada proclama, de lo que significa esa transformación para la vida de los mexicanos, aquí y ahora, por supuesto, pero también para mañana y después.

Del otro lado, junto a los autos de fe antiautoritarios que nunca son redundantes, no parece haber habido tiempo y calma para siquiera esbozar una opción a lo que podemos colegir ha sido el programa de gobierno. Y así, hemos hecho de este camino político, electoral y democrático, que debe ser económico y social, una simulación, un eco vacío de lo que debería haber sido y no fue una campaña en toda forma.

Una campaña al filo de la navaja y de frente al panorama más ominoso de que muchos tengan memoria: depresión productiva y del empleo; descontento e incertidumbre comunitarios; agudización y extensión de la criminalidad, siempre organizada o periférica, pero ligada por mil redes al poder político o al emergente poder criminal de las armas, el fuego y el dinero.

Podemos seguir engañándonos, pero lo cotidiano se ha vuelto agresivo, persistente mensaje de temor, queramos asumirlo o no. La enorme fortaleza institucional erigida para superar la desconfianza y dar lugar a una vida democrática y por ello ciudadana, ha sido puesta bajo sitio desde el mismo poder constituido.

De la repartición de medicamentos al tráfico urbano; del intercambio de y por el poder al reparto inicuo de prebendas y esperanzas vacuas. Sin seguridad y con violencia, no puede haber certidumbre; mucho menos esperanza. Y frente a eso y a pesar de ello, hay que votar. En favor y en defensa de la democracia.

Recordando, como lo ha hecho consistentemente Cuauhtémoc Cárdenas, que la democracia tiene que volverse social y sustentada en un desarrollo robusto y dinámico. Desarrollo, el nuestro, que se extravió hace décadas y algunos parecen empeñados en archivar.