Las cicatrices que dejaron en el sistema político mexicano los abusos del partido hegemónico se reflejan en una regulación barroca que sigue persiguiendo una extraña equidad indefinible. En nombre de ésta se distorsiona toda lógica de una campaña y se justifican quejas hasta el punto de la estupidez y la hipocresía de los políticos. La fuerza del partido hegemónico se alimentaba simbólicamente de la fuerza de la figura presidencial, abrevaba de los recursos del erario, obligaba a la oposición a caminar sobre el terreno pantanoso de reglas poco claras hechas por el PRI para sí mismo, teníamos la certeza de que la autoridad era parcial y estaba diseñada para que el tricolor pudiera ganar cualquier votación.
A partir de 1977 comenzó el proceso de liberalización de las reglas que antes aseguraban una cómoda existencia al partido hegemónico. Poco a poco logramos construir un sistema abierto, nacieron nuevos partidos políticos que sólo desaparecen por sus malos resultados y no por la actuación facciosa de la Secretaría de Gobernación. Los partidos cuentan con un robusto sistema de financiamiento público y la fiscalización es cada vez es más meticulosa; en consecuencia, ahora siempre es incierto quién ganará la próxima elección.
Si vemos con objetividad las variaciones en los resultados en lo que va del siglo XXI, nadie se atrevería a decir que no tenemos un sistema de partidos competitivo. No sólo ha habido alternancia en la Presidencia de la República, en 2015 y 2016 quedó demostrado que es muy posible que el partido en el poder pierda las elecciones. Podemos afirmar que, por alguna razón, el electorado mexicano disfruta votar por la oposición.
Nada de lo anterior sería posible si no tuviésemos un sistema electoral razonablemente equitativo, sin embargo, todos los días oímos quejas y demandas porque los jugadores del sistema siguen pensando que no hay equidad electoral, ni en el interior de los partidos ni en la competencia entre ellos.
Exigir equidad se ha convertido en una bandera políticamente correcta que niega los enormes avances de nuestra transición a la democracia y que puede ser enarbolada cuando se queda en un incómodo y doloroso segundo lugar, o bien cuando los partidos y candidatos sienten que están perdiendo terreno en la competencia.
Las elecciones se impugnan casi sistemáticamente por el segundo lugar, porque la ley lo fomenta y porque ésta es una buena manera de reivindicarse frente a sus huestes. Es más fácil culpar a la injusticia del sistema y acusar la intrínseca maldad del enemigo que asumir democráticamente una derrota. ¡Lástima! En el mundo electoral sólo cabe un primer lugar.
En el interior de los partidos, sobre todo, para el proceso de selección de candidatos, quieren construirse liderazgos a partir de que nadie sobresalga. No vale distinguirse por la capacidad de convocatoria, más vale no demostrar cualidades personales, pareciera que todos deben perderse en la mediocridad.
El Partido Acción Nacional lleva poco más de una semana en una revuelta interna para acallar al líder del partido porque ha resultado amenazador. En nombre de la equidad, definida desde el puritanismo hipócrita, le solicitan que se guarde para que no saque ventaja de su puesto.
En ningún lugar del mundo las carreras se hacen a partir del encierro monástico y el voto de silencio de quienes pretenden ser candidatos. Anaya aprovecha su posición de presidente del partido, Zavala su calidad de exprimera dama y Moreno Valle su condición de gobernador saliente. Sus carreras son diferentes y por tanto sus ventajas y desventajas son diversas. Se espera de ellos que se sobrepongan a la adversidad y demuestren su capacidad de liderazgo. Lo demás es hipocresía, o una nueva forma, bastante cínica, de hacerse visibles quienes se dicen agraviados.
Con grandes esfuerzos hemos construido un sistema político-electoral razonablemente equitativo que permite la competencia y en el que nadie tiene asegurado el triunfo, es una realidad que quien está en el poder puede perder. Si partidos y militantes creen que eso no es equidad, más vale que definan qué quieren.