Jacqueline Peschard
El Universal
10/08/2015
¿Qué pesa más en los relevos de los partidos políticos?, ¿la lealtad al líder, el cálculo pragmático, la fuerza de una corriente? La renovación de los cuadros directivos de los partidos son siempre coyunturas problemáticas que los obligan a plantearse qué valores deben privilegiar para enfrentar el reto de salir fortalecidos, es decir, cohesionados internamente y legitimados a los ojos externos.
Visto desde la óptica del objetivo principal de los partidos que es ganar elecciones, parece claro que lo que es determinante en esta decisión son las circunstancias específicas por las que atraviesa cada instituto político a la hora de cambiar de dirigentes. De cara a las elecciones del año entrante en las que se disputarán 12 gubernaturas, los partidos tienen que considerar cómo pueden sortear las tensiones internas de sus grupos, las ambiciones políticas de sus miembros y, a partir de ahí, determinar qué valores subrayan en el proceso de relevo y a través de qué mecanismos.
En las próximas semanas habrá de definirse quiénes serán los dirigentes en el PRI y el PAN por calendario estatutario y, un poco más tarde, en el PRD, debido a la crisis interna que vive, producto de las escisiones y de los pésimos resultados de las elecciones del 7 de junio pasado. El Comité Ejecutivo con Carlos Navarrete a la cabeza se vio obligado a poner sus cargos a disposición del Consejo Político Nacional y finalmente a renunciar en la sesión de dicho Consejo el pasado fin de semana.
Con una derrota electoral detrás y fuertes divisiones internas, el PAN ha optado por un procedimiento de votación de sus militantes (con al menos 12 meses de militancia), es decir, por un escrutinio del conjunto de sus bases, lo cual implica un esfuerzo organizativo enorme, pero indispensable para legitimar a la nueva directiva. Pero, la contienda en Acción Nacional no se dirimirá entre representantes de los grupos en conflicto de los últimos años, o sea, el del ex presidente Calderón y el de Madero, sino entre Ricardo Anaya, leal al grupo dirigente saliente de Madero, que tiene la gran ventaja de significar un relevo generacional y Javier Corral, que simboliza una voz fuerte, independiente y crítica dentro del partido.
Aunque todo indica que el resultado de la votación favorecerá a Anaya, la presencia de Corral ha sido de gran utilidad para darle credibilidad al proceso, pues como decía Reyes Heroles, “sólo lo que resiste apoya”, pero también para empujar a un reacomodo interno, pues destacados “calderonistas” ya han ofrecido su apoyo a Anaya, ante el temor que genera la controvertida figura de Corral.
En el PRI, como partido del Presidente y con su reciente triunfo electoral relativo, la apuesta estaba en una candidatura de unidad, aprovechando su mayor activo como partido en el poder, que es la disciplina. El dilema estaba entre apostar a la lealtad, esto es, a un candidato del equipo directo de Peña Nieto, o decidir pragmáticamente a favor de Beltrones, como un reconocimiento a la militancia y a un liderazgo propio, pero probadamente institucional.
La candidatura única y la fórmula de renovación a través de la Asamblea de Consejeros Políticos da cuenta del control que tiene el aparato priísta sobre las diferentes fracciones existentes, lo cual hacía innecesario arriesgarse a una votación de las bases que suele dar rienda suelta a inconformidades soterradas. Muestra también que estar en el poder ofrece márgenes de maniobra más amplios, claro, siempre que prive una visión política pragmática, por encima de preferencias personales, tan caras a nuestros primeros mandatarios.
Los procesos de renovación de las dirigencias son una prueba para los partidos, pero sólo son el primer escalón en el trayecto obligado que deben transitar si quieren rescatar algo de la confianza perdida de los ciudadanos en los partidos y en la política en general.