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El debate público

Errar (gravemente) por tercera vez

Ricardo Becerra

La Crónica

17/08/2021

No se necesita ser epidemiólogo ni aficionado al adivino para constatar que en la pandemia nos ha ido peor -mucho peor- cuando las autoridades han tomado las decisiones que conducen en directo hacia contextos de supercontagio.

Al terminar mayo del año pasado, se puso fin a la jornada nacional de sana distancia y se abrió nuestra economía que había ya sufrido mucho. Se abrió, con poca cautela y sin observar los requisitos que exigen los cánones sanitarios (contagios, hospitalizaciones y muertes deberían venir en consistente descenso). El resultado fue que un mes después, México vivió su primera gran ola de dolor y fallecimiento, entre el 18 de julio y finales de agosto de 2020.

En octubre y noviembre el bicho parecía ceder, pero de nuevo los eventos del “buen fin”, el rally de reuniones familiares, compras y fiestas de diciembre desataron una secuencia de sucesos de propagación por todas partes. ¿Resultado? La ola más mortífera vivida hasta ahora por los mexicanos, asesinando a 84 mil personas en tres meses.

En estos momentos nos enfilamos a un escenario aún más desconcertante, pues ya estamos en el tercer pico, en la tercer marejada y dentro de ella, se plantea la apertura de 232 mil 876 escuelas para la entrada a clases de 25 millones 360 mil 477 estudiantes de preescolar, primaria y secundaria.

Para tamaña apuesta, se esgrimen las vacunas, pero ellas constituyen un terreno acotado y poco firme. Como se sabe, la vacuna dosificada al magisterio fue CanSino, farmacéutica que ya ha declarado que la inmunidad que ofrece dura seis meses y que en octubre requerirá refuerzo. Inexplicablemente, el presidente se ha negado a preveer la vacunación a los jóvenes adolescentes mayores de 12 años, los protagonistas principales de la vuelta a clases.  

Y los adultos (los hermanos mayores y padres de los niños) son un blanco por vacunar, un campo de acción para el contagio, un océano en México: nos restan otros 77.2 millones. Por eso, debe decirse, maestros, niños, familias, no tienes garantías hacia el final del año.

A la debilidad de la vacunación se agrega la ausencia de directrices firmes y claras por parte de las autoridades, cuyo instrumento número uno para el regreso a clases ha sido una carta, que responsabiliza a los padres de familia si sucede una desgracia. Escaso diálogo, mala comunicación y ningún presupuesto adicional para acondicionar a la escuela pública para un regreso a clases mínimamente seguro, limpio y digno.

Mientras tanto los efectos cognitivos, emocionales, personales que los niños y niñas están pagando son inmensos. La deserción es incuantificable. Un año y medio sin socialización y sin interacción ha causado ya una epidemia de ansiedad, depresión y otros trastornos que según la OMS, tocan al 20 por ciento de los niños en América Latina, mientras tanto, las madres que son quienes se encargan de la situación de encierro, ven canceladas sus propias posibilidades de trabajo y de búsqueda de ingresos. La pandemia, así, cierra una pinza social, económica y espiritual que no habíamos visto nunca

Pero la amenaza esta allí afuera, enseñoreada por la variante delta mas contagiosa que las precedentes un año y medio antes.

Uno de los dilemas más complejos, que anuncian el riesgo de más vidas, debe decidirse en los próximos días. Sería la tercer decisión inmensa en una misma pandemia.

Contra toda inercia valdría la pena, ésta sí, ponerla a discusión.