Fernando Escalante Gonzalbo
La Razón, 09/07/2011
Es un mal síntoma el reciente auge de la literatura que se pregunta (y se responde, eso es lo malo) por el “alma nacional”, el “carácter nacional”, el “ser del mexicano”, y cosas así. En general, atribuir vicios o virtudes, rasgos de carácter, a los miembros de un grupo étnico, nacional, “racial”, empieza por ser una tontería, y termina siendo políticamente muy peligroso. Ahora bien: lo que era más o menos razonable hace ochenta o noventa años, lo que podía pasar hace medio siglo, como licencia poética, resulta hoy absolutamente inaceptable.
No tiene ningún sentido olvidarse de lo que han producido las ciencias sociales en el último siglo, para quedarse con unas cuantas metáforas, especulaciones y vaguedades. No tiene sentido, salvo que se quiera precisamente eso: obviar los factores estructurales, las relaciones de poder, la desigualdad, el sistema productivo, la estructura de clases, para que no haya más que individuos, con una psique más o menos dañada, con un carácter más o menos deforme (y a los que una elite responsable tiene que educar: por su propio bien).
Del carácter nacional, o del alma nacional, se puede decir lo que sea, una cosa y la contraria. Da igual. Siempre habrá una anécdota que sirva como demostración. Es mal síntoma que se escriba así. Y peor que eso se reciba con aplausos.
Juan José Rodríguez Prats descubrió dos o tres de esos libros la semana pasada, y escribió un encendido elogio en el Excélsior. Decía que “permiten poner orden” y “esclarecer los grandes temas”. De Mexicanidad y esquizofrenia, de Agustín Basave, citaba una frase: “No hemos desarrollado el eslabón que ha de unir los sueños con la realidad, el que hace comprensible lo soñado y moldeable lo real”; y para reafirmarla decía que “los estudiosos mexicanos han señalado reiteradamente nuestra tendencia a la fuga de la realidad”. No hay más remedio que preguntarse, ¿qué es ese “eslabón”? Como metáfora es mediocre, pero como concepto es inasible: ¿qué son los sueños? ¿Qué es lo real? Y sobre todo, ¿quiénes son esos “nosotros” que no han desarrollado eso, lo que sea? No pregunto por los “estudiosos” que han señalado, porque detrás de la frase no hay más que humo.
También festeja Rodríguez que Jorge Castañeda denuncie “el desprecio a la ley, herencia tan arraigada en el mexicano”. Así dice, herencia arraigada. Uno es libre de imaginarse cómo funciona eso: “¡Ah, sí! Me acuerdo de que mi abuelito despreciaba la ley. Yo también la voy a despreciar. ¡Dónde hay una ley, dénme una ley para que la desprecie!” Es para sacar de quicio a cualquiera. A renglón seguido sale Rodríguez con que “nuestro derecho inhibe, cohíbe, obstaculiza…” Pero ¿no habíamos quedado en que el derecho daba igual, porque lo despreciábamos?
Es un mal síntoma que esas simplezas circulen en el espacio público. Porque no es una ignorancia inocente. Si este pueblo es así: ilegal, indecente, corrupto, esquizofrénico… ¿cómo se tolera que ande suelto? ¿Por qué se le permite, no sé, votar, por ejemplo?