Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
25/05/2015
Mientras en las redes sociodigitales los fariseos se daban vuelo, la opinión publicada comentó con mesura la difusión de la tristemente célebre conversación telefónica del presidente del INE. Ha sido significativo el rechazo a la grabación ilegal y a los propósitos de quienes la hicieron y difundieron.
Ciro Gómez Leyva escribió en El Universal del jueves 21 que la grabación fue filtrada una semana antes a varios periodistas por “un ‘anónimo’ que dijo trabajar en el INE…”. Ese columnista describe el comportamiento de la prensa que se ha acostumbrado a medrar con grabaciones de conversaciones privadas: “son ilegales y repugnantes, pero son muy buenas notas… La cultura del Leaks ha ido derrotando al llamado periodismo de investigación. Es más rápida, cómoda, barata”. Francisco Valdés Ugalde el domingo 24 en El Universal, exhorta: “los trascendidos por vía del espionaje deberían ser despreciados por la opinión pública para desincentivar su uso”.
En esta ocasión el medio (la grabación ilegal) fue más objetado que el contenido. Carlos Puig, el miércoles 20 en Milenio, consideró: “Si la PGR va a investigar esto en serio debería empezar por los inmediatos beneficiados por el debilitamiento del consejero presidente. Todo delito tiene un móvil”. Ese día, en El Universal, Katia D’Artigues escribió: “Así como no me río de su humor, tampoco me río de la ‘coincidencia’ de esta divulgación en el día previo a que discutan si al Partido Verde le quitan su registro… Ni me hace gracia la creciente ‘normalización’ del balconeo de las conversaciones pri-va-das”. El jueves en La Jornada, Adolfo Sánchez Rebolledo precisó: “quien ordena las grabaciones clandestinas y luego las divulga no desea informar sino destruir”.
Aurelio Ramos en Crónica el sábado 23 se suma a quienes consideran, erróneamente, que las burlas de Lorenzo Córdova eran a los indios y no a un personaje específico: “se mofa hasta cansarse de la manera como –según él—hablan los indígenas”. Pero sostiene que la investigación de la PGR sobre la intercepción telefónica debe tener resultados: “¡Basta ya de que el Estado consienta el espionaje!”.
Varios comentaristas identificaron con claridad el propósito de perjudicar al INE y a su presidente. Julián Andrade en La Razón el miércoles: “Córdova, a estas alturas, es un consejero incómodo porque actúa con autonomía. Quienes creyeron que sería un funcionario sencillo y dócil se equivocaron”. Carlos Loret de Mola el jueves en El Universal: “Entre muchos de quienes piden su renuncia y lo atizan con saña no encuentro preocupaciones por los indígenas, sino sed de venganza por las decisiones del INE”. Roberto Rock en El Universal del viernes 22, estima que la filtración “debe interpretarse como una celada cocinada al interior del INE para debilitar a Córdova y a la propia autoridad federal… un golpe decretado por una coalición de personajes que incluye a consejeros del Instituto y a dirigentes del Verde y del PRI”.
Sobre el rebumbio en las redes sociales (“tan correctas ellas”) Hugo García Michel dice el sábado en Milenio: “Nadie cuestiona, por supuesto, que las burlas de Córdova fueran conocidas por medio del espionaje telefónico y que esto constituye un delito… lo que se busca es desprestigiarlo y de paso desprestigiar al propio instituto…”.
Lo que dijo Córdova, además de ser asunto suyo porque era una conversación privada, no habría tenido relevancia de no ser por la gazmoñería de muchos, aunada al deliberado intento de descalificación política de otros. Así lo juzgó Carlos Urdiales el jueves en La Razón: “¿Fue eso lo más grave que hallaron en Lorenzo Córdova? Él mismo puso los adjetivos a sus expresiones por las cuales se disculpó. La filtración… no revela plan alguno para cargar la elección a un partido o coalición, un algoritmo perverso que haga valer (madre) nuestro voto en el conteo”. De manera similar, Joaquín López Dóriga escribió el viernes en Milenio: “si eso fue lo más grave que le escucharon en cientos de conversaciones privadas a Lorenzo Córdova, quiero decir que pasó la prueba de integridad como autoridad electoral”.
La mofa, quizá discutible, fue acerca de un presunto representante indígena con el que se reunió el presidente del INE. Hubo columnistas que no lo entendieron así como Salvador Camarena, el viernes en El Financiero, que encontró en esas palabras un perverso efecto pedagógico porque los subalternos de Córdova (como si fueran marionetas burocráticas) pueden imitarlo “y, peor, generando discriminación, no sólo verbal, en contra de los indígenas”.
Desde el jueves en Sin Embargo Jorge Javier Romero puntualizó: “La cargada de fariseos se desató de inmediato, inducida además por las cabezas engañosas de los periódicos que convirtieron una burla desafortunada a una persona concreta en la mofa a todos los indígenas del país. He oído una y otra vez la grabación; no hay en ella escarnio a los pueblos indios ni burla a la manera de expresarse de ellos en general, sino una crítica satírica a un personaje que amenazaba con impedir las elecciones si el INE no cumplía con su despropósito de otorgarle una diputación al representante de su pueblo, seguramente él mismo”.
Sergio Sarmiento dijo el jueves en Reforma: “Más que una burla a los indígenas lo que yo escucho en la grabación de Lorenzo Córdova es asombro ante un aparente desplante de la picaresca mexicana. El presidente del INE habla de una persona que se presenta ante él como líder de los indígenas del país”.
Luis González de Alba coincidió en Milenio del viernes: “La mera verdad, el consejero presidente del INE, Lorenzo Córdova, en ningún momento hace escarnio del español hablado por el ‘jefe del gran pueblo chichimeca’, según se presenta”. Ciro di Constanzo reitera en Excélsior el sábado: “Escuché varias veces la grabación… Es cierto que es un comentario políticamente incorrecto mofarse de cualquier persona, sea de la etnia que sea… No obstante, por más que la escucho, no oigo un lance contra etnia alguna”.
La extorsión fue comentada por Ricardo Raphael en El Universal del jueves: “No es aceptable que un grupo –indígena o no—exija el triunfo de sus candidatos so pena de reventar los comicios. Menos aún lo es que se abuse de una identidad étnica minoritaria para solapar pulsiones autoritarias”. Carlos Marín ese día en Milenio dijo que Córdova “resumió su encuentro con el cacique chantajista que, a cambio de ‘permitir tus elecciones’ le exigió ‘diputados’ de la población bajo su dominio”.
Los agraviados en este episodio fueron Córdova y el derecho a la privacía. Por eso Román Revueltas Retes reprocha en Milenio el viernes: “el (respetable) público arremete contra la víctima y se ensaña inmisericordemente”.
Ese encono, con una dosis de antiintelectualismo, fue desplegado por columnistas como Julio Hernández el miércoles en La Jornada: “el doctor graduado en Italia muestra no sólo una actitud burlona hacia indígenas… sino una postura discriminatoria, racista, de superioridad global…”. Al día siguiente, en Crónica, Rafael Cardona se solaza en la generalización: “¿Ése es el resultado de la incorporación de los intelectuales e investigadores universitarios del Derecho al ejercicio de la política nacional?”. Juan Gabriel Valencia, en Milenio del sábado, llega al resentimiento intolerante: “Como buen niño de la izquierda bonita del sur de la ciudad de México no conoce palabras y conceptos tan fundamentales como magnanimidad y respeto”.
La debilidad argumental de quienes aprovecharon este incidente para maltratar al presidente del INE se manifestó en textos como los de Ricardo Alemán y Óscar Mario Beteta en El Universal de jueves y viernes. Acusa el primero: “Córdova… debe aclarar las versiones harto creíbles de que habría sido empujado a la presidencia del INE por Peña Nieto y el PRI, gracias a ‘favores’ que como consejero del IFE le habría hecho al PRI y a Peña Nieto”. ¡Qué paradójica desfachatez para exigirle a un funcionario público que aclare lo que el columnista decidió considerar “creíble”! Quien tiene que aclarar esas versiones es el propio Alemán.
Beteta siembra una acusación: “Es sobradamente sabido que los periodistas que cubren informativamente al INE, son investigados y espiados”. No dice quién espía, si es que es verdad. Beteta debiera documentar esa acusación para no quedar como mentiroso.
Con razón, el sábado en Milenio, Xavier Velasco escribe con gracia: “Si se trata de escandalizarse, nada me para más los pelos de punta que la curiosidad malsana y malcogida de todos esos émulos del Tartufo que se quejan en coro porque la gente es gente y habla de lo que quiere como le da la gana. ¡Sólo eso nos faltaba, la policía secreta del lenguaje!”. Así, el ya citado Jorge Javier Romero subrayó el auténtico eje de esta discusión: “A mí me indigna, en cambio, que en el nuevo escándalo a quien se linche sea al único que no cometió un delito”.