Rolando Cordera Campos
El Financiero
22/12/2022
Si los días últimos del año han quedado nublados y opacados por el criminal atentado del que fue víctima el periodista Ciro Gómez Leyva, las declaraciones del presidente López Obrador resultan de poca ayuda para el panorama y sus escenarios quien, además de enfatizar sus discrepancias con el agredido, avanzó lo que esperemos no se vaya a convertir en tesis forense: que el atentado era para perjudicar a su gobierno.
Si un acontecimiento como éste afecta la imagen de cualquier gobierno, el modo de afrontarlo no es dato secundario. La imagen de estabilidad dentro de una “gran transformación” como cotidianamente es pregonada por el Presidente y su gobierno, queda inevitablemente manchada por una violencia que no parece tener principio ni fin, menos una racionalidad política que vaya a poder esclarecerse pronto y diáfanamente.
Una vez más, como ha ocurrido antes, vamos a topar con sordidez y especulación sin límites y la política abierta y plural con que contamos será de poca o ninguna ayuda. Imperan como prácticas e hipótesis de trabajo de los grupos políticos, los que deberían protagonizar el pluralismo, la sospecha y la intención de aprovechar lo primero a la mano para golpear.
La política no puede gobernar más al delito, la impunidad resultante solo profundiza la sensación de desamparo ciudadano y una abierta orfandad local, regional y pública. Puede que el Presidente tenga razón y la polarización de que tanto se habla no sea sino un giro profundo en los sentimientos nacionales que recoge una politización extensa y densa, complicada, buscada con ahínco desde hace años por muchos activistas demócratas y funcionarios comprometidos con la evolución política del país. Pero a la vez, tiene que admitirse que el lenguaje usado y sus decibeles no transmiten avance ninguno en nuestra evolución política, más bien son proclives al atropello verbal que bien puede anunciar momentos de confusión mental de los que las sociedades no salen bien y más bien se ahondan sus problemas.
No es éste el mejor momento para proponer una reflexión y unos debates sobre el significado de la estabilidad que todos decimos buscar, pero sí para seguir señalando su urgencia. Sin claridad en el verbo no puede haber política ni transformación, México puede adentrarse sin previo aviso en un túnel de convulsiones y confrontaciones de las que emane inestabilidad personal y colectiva, política y económica, desde luego financiera, tan preciada por los financieros de dentro y de fuera, del gobierno y de otros flancos. Unas corridas que, en vez de trasladarse a Mérida como lo harán los banqueros próximamente, se dirijan a los bonos del Tesoro americano que no las hemos tenido en magnitud e intensidad alarmantes, pero dada la propia constitución de nuestros mercados de dinero y capitales, abiertos como nunca antes, portan potencialidades disruptivas que pueden tornarse corrientes de destrucción de una confianza, en gran medida epidérmica, difícil de encarar con las tan celebradas reservas internacionales que cuida Banxico.
Sin querer poner de cabeza las celebraciones de fin de año, es preciso abordar ya, lo más a fondo que se pueda, temas y problemáticas como las anotadas, sin duda, eso nos ayudaría a tener mejores tiempos. Mejores años.