Rolando Cordera Campos
La Jornada
15/02/2015
La Escuela Nacional de Estudios Superiores de León es el fruto de un esfuerzo magnífico emprendido por la UNAM hace cuatro años gracias a una invitación generosa que el entonces gobernador Oliva le hiciera. Hoy, sin concluir del todo la obra física planeada, aloja ya a casi mil estudiantes de prácticamente todo el país que se forman como fisioterapeutas, odontólogos, economistas e ingenieros industriales, expertos en agrogenómica y la gestión y el desarrollo de la cultura y buscan gestar nuevas formas de aprendizaje y enseñanza al calor de un contagioso entusiasmo juvenil y el orgullo de pertenecer a la UNAM y poder entonar el emblemático ¡Goya!
Ahí, convocados por su infatigable director, el doctor Javier de la Fuente, nos reunimos a reflexionar sobre el estado del mundo en medio de una crisis que parece interminable, Alicia Bárcenas, secretaria ejecutiva de la Cepal; el ex rector, filósofo y educador español Ángel Gabilondo; el maestro Mario Luis Fuentes, del Programa Universitario de Estudios del Desarrollo y miembro de la Junta de Gobierno de la UNAM; el director de la Facultad de Economía, doctor Leonardo Lomelí, y este informante. Coordinados por el rector Narro, dedicamos la mañana del jueves 12 a buscar darle sentido y cauce a algunas de las ambiciosas preguntas y desafíos que hoy nos obliga a encarar directa y abiertamente un mundo que parece desbocado y un país, México, que amanece a diario sometido a presiones y descalabros mayúsculos sin poder acertar a descubrir el hilo de Ariadna que pueda conducirlo a un mañana menos sombrío. El coloquio cerró con broche de oro gracias a un extraordinario concierto nocturno ofrecido por la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, dirigida magistralmente por Gustavo Rivero Weber.
¿Cómo materializar las posibilidades sin límite que ofrece el mundo de hoy, globalizado y desatado en olas continuas de innovación y cambio técnico? ¿Cómo establecer los límites necesarios para evitar caer en el juego fatal del aprendiz de brujo? De esto y más nos preguntamos aquel día los más de 500 estudiantes que abarrotaron el auditorio de la ENES y quienes fuimos invitados a animar el panel aludido.
No fueron, desde luego, respuestas contundentes las que pudimos ofrecer; lo que sí pudo hacerse fue tejer un estimulante contexto reflexivo sobre la circunstancia presente, así como sugerir (nos) pistas a seguir y explorar en pos de una filosofía que pueda ofrecernos una ética y una cultura efectivamente globales. Sólo así, diría, podrá la democracia enfilarse a construir formas de gobierno y convivencia profundas y amplias y volverse una democracia robusta por sus capacidades incluyentes. Hoy, como sabemos, todo esto está no sólo en crisis sino acosado por mil y una pulsiones autoritarias, animadas por la extensión de la anomia y puestas al rojo vivo por la violencia alucinante de la criminalidad organizada, pero también de comunidades enteras que deciden hacer justicia por propia mano.
Cultura, educación, más y no menos democracia, forman un triángulo virtuoso cuya construcción y eficacia dan cuenta puntual de la dificultad actual del mundo; de lo arduo que se ha vuelto estar y no sólo sobrevivir una globalización que, contrariamente a sus promesas iniciales, parece haberse vuelto una suerte de automatón que destruye instituciones y afanes, corroe esperanzas y arrincona historias y tradiciones. Imponerle un cauce racional y humano y definir los límites civilizatorios a una expansión autodestructiva del mundo como la que hoy nos amenaza, reclamará una agenda de revisión a fondo de los principios, visiones y creencias con los que imaginamos podríamos gobernar la globalización impetuosa de fin de siglo, para tener ahora que descubrir el arsenal de expedientes inservibles y convicciones obsoletas con los que se quiso enfrentar y superar la tormenta presente. Europa y Medio Oriente, Ucrania y el magno desorden institucional, jurídico y político que nos embarga y amilana a los mexicanos, son referencia suficiente para documentar unos déficit inevadibles cuya persistencia se torna amenaza, no coyuntural sino estructural, no ocasional sino global.
Nuestra esperanza, pero también la fuente de nuestra angustia vital por el contraste con la realidad inmediata, es el entusiasmo de los estudiantes con su empeño formativo y su sentido de pertenencia a una institución comprometida con la educación, el conocimiento y la cultura; neciamente empeñada en demostrar que la excelencia no se riñe con la conciencia social y el compromiso político con la justicia, que son la base de una ciudadanía madura. Pero este es, lo sabemos y lo sufrimos, apenas el inicio de un largo e incierto camino.
Construir e inventar solidaridades para imaginar y vivir certidumbres basadas en ellas es tarea iniciática que se debe explicar y hacer explícita a las nuevas generaciones. También lo es, y urge ponerla en acto ya, aquí y ahora, la implantación de formas y reflejos mundializadores cuya adopción pueda redundar en un fortalecimiento, y no en el abandono, de la cultura que todavía podemos y debemos llamar cultura nacional, por mexicana a la vez que por global, internacional en el mejor sentido del término.
Estar en el mundo, ancho y estrecho, ajeno y familiar, se ha vuelto empresa difícil y a veces dolorosa, pero no hay alternativa.
Hay que estar; pero para conseguirlo y convertirlo en acto virtuoso es indispensable elevar la mira y aguzar la mirada sobre el vasto y desafiante universo de los derechos humanos en expansión. Son ellos los que definen el escenario global, donde las comunidades y sus estados prueban sus capacidades y definen sus compromisos con la sociedad global del futuro. No vamos por buen camino haciendo pataletas ante resoluciones de organismos de la ONU que, como el de las personas desaparecidas, apuntan a lacras, omisiones y comisiones que han estado con nosotros por mucho tiempo y que llegó la hora de encarar, asumir, corregir cuanto antes. Esto es también ser global, y ocultarlo es simplemente obstinarse en ser parroquial. Por ahí no hay camino.