Categorías
El debate público

¿Explica algo la política?

Ricardo Becerra

La Crónica

18/06/2017

Uno de los aspectos más excéntricos –y más degradantes- de las elecciones recientes (ya saben, Coahuila, Estado de México, Veracruz, Nayarit  y etcétera) es que su análisis prescinde de lo mero principal: la política.

En su lugar tenemos groseras intervenciones de gobiernos, lo mismo el federal que los locales o municipales; caudales de dinero sin control ni freno, incluso en las campañas más pequeñas; descarada compra y coacción del voto por parte de partidos y de siniestros “operadores electorales”; uso indiscriminado y masivo de los programas sociales y de los padrones de beneficiarios para condicionar el sufragio y por último, alteración burda de los paquetes electorales (actas, boletas, documentación para el Programa de Resultados Electorales y el recuento de los votos), es decir, la más antigua añagaza que conocemos.

Por estas argucias ilegales y tramposas, dicen los críticos, perdió Delfina Gómez en el Estado de México, el PAN en Coahuila y otras tantas contiendas hace un par de semanas. No hay más que un horrendo océano ilegal actuando, el que explica todas las elecciones en este año… ¿de veras?
Propongo poner las cosas de pie: es la mera política, las decisiones, acciones u omisiones de los actores, lo que explica los resultados electorales recientes (y los pasados). Veamos, como ejemplo, el Estado de México.

El Partido de la Revolución Democrática –muy consciente de su debilidad de arranque– ofreció hace meses una conversación para acudir unidos a la elección. Morena y López Obrador lo rechazaron (con argumentos buenos y malos). O sea: hubo una decisión política que definió las coordenadas del debate y de la competencia, para desgracia de la propia izquierda.

En otras palabras: Morena y el PRD sabían que la unión de sus fuerzas definirían la elección, pero la terquedad de los personajes, la tozudez y la falta de buena política, derivó en la desunión que abrió una avenida para el señor Alfredo del Mazo. Fue la política.

Luego el PRI, organismo vertebrado en la obsesión de gobernar, ni se partió ni se desgajó: permaneció unido –con una candidatura tradicional- en su objetivo maestro: no perder en territorio dueño del padrón principal en la entidad más grande del país. Otra vez, la política y sus artes.

La contienda ocurrió con dos personajes atractivos y que apelaron con toda razón a la condición pobre y marginada que inunda el Estado de México: Delfina Gómez y Juan Zepeda. Es decir, el voto inconforme, irritado y consciente de la degradación del Estado, tuvo dos opciones (y algo más) pero dividido, sin posibilidad de unión, arrebatándose mutuamente los votos para vencer al monolítico PRI.

La peor paradoja es que la candidata principal de la izquierda no resultó efectiva, atractiva, convincente. Si revisamos los debates ella flotó en un mar de gardenias, sin planteamientos definitorios y con mucha ambigüedad. En cambio Zepeda trató de ser más concreto y resultó entendible para el gran público, como en el resto de las apariciones de campaña.

En resumen: un PRI bien adherido, una izquierda que es mayoría pero irreconciliable y dividida y un PAN desfondado –con una candidata sin mensaje– configuraron lo que pasó e el Estado de México.

Olvídense –sólo por cinco minutos– de las denuncias jurídicas y estrambóticas sobre lo ocurrido en el Estado de México. Y vean la política: un PRI que logró cohesión a toda costa, una izquierda dividida, dos candidatos de la misma idea y de la misma sensibilidad, divididos, y una muy mala candidata desde la derecha.

Para mí, es la política, la decisión de los actores, lo que explica el resultado. Ni fraude, ni trampa (aunque puede haberla). Pero lo determinante para sanidad de la República son los candidatos, los partidos, sus discursos y sus alianzas, el meollo de la política de México. A pesar de todo, una condición sana que oxigena lo que nos queda de República. Seguiremos con el tema.