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El debate público

Felipe Cazals

Raúl Trejo Delarbre

La Crónica

18/10/2021

La lúcida y creativa mirada crítica de Felipe Cazals enriqueció por décadas al cine mexicano y, así, a sus espectadores. Inteligente e íntegro, deja una obra fundamental para la cultura y la sociedad mexicanas.

Cazals fue cineasta y, además, defensor del cine mexicano. Entrevistado por el investigador Carl J. Mora, Cazals expresó así en 1989 su desazón a la vez que su esperanza por la condición de nuestro cine: “El futuro es muy incierto. Me gustaría ser un optimista irremediable. Pero desafortunadamente he estado en este negocio durante demasiados años y sé que no hay cine posible sin una lucha constante, uno debe luchar todos los días, como si fuera el primer día. Pero llega el momento en que a uno lo sobrepasa la fatiga. Pero puedo estar de acuerdo con Pelayo [el cineasta Alejandro Pelayo, entrevistado en el mismo libro] en que hay una continuidad, en que habrá nuevos cineastas y el cine mexicano siempre existirá” (Mexican Cinema. Reflections of a Society. 1896 – 1988. University of California Press, 1989).

A Cazals le inquietaban sobremanera las limitaciones del cine mexicano asediado por la competencia de otros países, limitado por financiamientos estrechos y circunscrito por los intereses de la exhibición comercial. En abril de 2013, en respuesta a una nota del periodista Vicente Gutiérrez publicada en El Economista, escribió un extenso documento sobre las “inequidades del mercado de la exhibición cinematográfica en México”. Allí dijo, entre otras cosas:

“La calidad de las películas no está asociada a las preferencias del consumo masivo; no tendríamos que hablar aquí de ‘calidad’. El resultado en taquilla no tiene relación directa a ese concepto. ¿Cómo se califica la calidad? Por medio de sistemas de manufactura la calidad se manifiesta en la pantalla, no en la taquilla. El cine mexicano tiene presencia en todos los festivales internacionales y ha ganado premios destacados y valorados, por su calidad indiscutible. Concretemos y usemos las palabras correctas: hoy por hoy el cine mexicano ha sufrido un descenso en la preferencia en taquilla porque sus contenidos o historias no son atractivos a ese consumidor masivo. Este gusto masivo ha sido inducido, mercadeado e impuesto. Y, además, hay una inclinación histórica de gusto por los géneros de la comedia y el melodrama”.

En aquel texto, Cazals exigía que el Estado asumiera su responsabilidad para garantizar la libertad y la existencia del cine: “El Estado tiene como obligación regular los mercados en territorio nacional; defender la producción mexicana en contra de las inequidades globales… Tiene como obligación promover las diferentes expresiones artísticas y culturales, no hacer cine taquillero”.

El cine como instrumento para develar, explicar y denunciar, era reivindicado por Cazals de esta manera: “En México hay una industria sólida, productiva y se expresa en todos los géneros. Estas películas nos permiten ver el mosaico generoso de este país, que se ha encontrado invisible, sin la menor posibilidad de ser comprendido, apreciado y valorado por el espectador nacional”. El documento terminaba con estas líneas: “Es menester de las generaciones actuales dar esta pelea, los jóvenes tienen que defender su derecho a expresarse y que su expresión sea visible”.

En diciembre de aquel 2013, en un mensaje al mismo Gutiérrez, Felipe Cazals anunció que dejaría de hacer películas: “Fui formado durante más de cincuenta años con el cine fotoquímico. Proceso que por excelencia no ha concluido aún con sus infinitas posibilidades. Signo de los tiempos, de la pedante tecnología, y de la premura del consumismo, hoy el cine digital es una realidad irreversible. No es lo mío —en donde fuiste caballero no serás escudero—. En consecuencia, dedicaré mi tiempo restante a actividades paralelas relacionadas con mis películas anteriores”.

Sin embargo en sus últimas películas Cazals aprovechó con maestría los recursos de la tecnología digital. En alguna ocasión me platicó entusiasmado cómo, cuando filmó Chicogrande que sería su penúltima película, estrenada en 2010, disponía de numerosas fuentes de audio: “puedo elegir entre el sonido de los jinetes que cabalgan a lo lejos, o inclusive tengo el audio de la respiración del caballo”, contaba con vehemencia. Habituado a la renovación Cazals hizo un cine siempre distinto, de una película a otra.

Felipe Cazals sabía que podía retirarse con orgullo por una obra enorme, cardinal en la historia de nuestro cine, que mostró y seguirá exponiendo situaciones sórdidas (El apando, Las poquianchis), relatos de enorme amargura (Los motivos de Luz), contrapuntos históricos (El jardín de la tía Isabel, Aquellos años), episodios épicos (Zapata, Chicogrande, Buelna), dilemas morales (Bajo la metralla), documentadas denuncias (Digna: hasta el último aliento) entre tantas otras películas esenciales.

Cazals nunca dejó de inquietarse —y mucho— por las tribulaciones del país. Aprecié de cerca el comprometido respaldo que dio a la Asociación Mexicana de Derecho a la Información, de la que era socio. En los meses recientes, por otra parte, compartió la indignación de cineastas y ciudadanos por la cancelación de los fideicomisos que respaldaban al cine y defendió la autonomía del Instituto Nacional Electoral, entre otras causas.

Uno de los mejores testimonios de su fructífera vida es el libro Felipe Cazals habla de su cine (Universidad de Guadalajara, 1994) integrado por sustanciosas conversaciones con Leonardo García Tsao. Al comienzo de esas páginas, Cazals advierte a quienes se pregunten si su permanencia en el oficio de cineasta valió la pena:

“Sólo tengo una respuesta. Es como es. No lo puedo remediar. Al fin y al cabo hicimos lo mejor posible. Si no fue del gusto de todos, al menos otros pocos saben que fueron años de incansable trabajo. Los rollos, ahí están. Ni modo. Gracias”.

Gracias a ti, Felipe.