María Marván Laborde
Excélsior
11/05/2017
El proceso electoral francés, además de fascinante, evoca tres reflexiones para México, una sobre la segunda vuelta, otra sobre los candidatos de movimientos político-sociales amplios y, la tercera, sobre un verdadero debate.
La segunda vuelta o balotage, fue inventada en Francia, después del fracaso de la IV República Francesa, que se caracterizó por la inestabilidad de los gobiernos elegidos con apoyos mínimos. Es parte de un complicado diseño institucional integral. Los franceses tienen un sistema semipresidencial en el que coexisten un presidente y un primer ministro. Todos los cargos de elección popular se someten a segunda vuelta, incluidos los del Poder Legislativo. No existen legisladores de representación proporcional. La segunda vuelta está pensada para que lleguen a la Asamblea menos partidos de los que compiten por el voto. No es una estrategia para fabricarle una legitimidad artificial a un presidente débil.
En Latinoamérica, once países han (mal) adoptado la segunda vuelta. Igual que en Francia, sólo participan los dos candidatos más votados, por lo tanto, el Presidente se elige por mayoría absoluta. Verdad de Perogrullo. Hasta donde conozco, en ningún caso, los candidatos a puestos en el Congreso son sometidos al rigor de 50% más uno. En muchos países hay representación proporcional, lo que contradice la finalidad del sistema francés.
No es de extrañar que la experiencia latinoamericana haya sido un fracaso. Sin abusar de las generalizaciones, en América Latina la participación en la segunda vuelta es escasa; normalmente gana el candidato que obtuvo el segundo lugar en la primera, que suele ser el menos rechazado y no el más apoyado. El Presidente es obligado a gobernar con un Parlamento que está en su contra y la sociedad queda dividida hasta el punto de la polarización. Se exacerba la tensión entre Legislativo y Ejecutivo, efecto contrario al logrado por los galos.
En México, actualmente hay siete iniciativas presentadas en el Congreso de la Unión para aprobar la segunda vuelta; urgen algunos partidos un periodo extraordinario para alcanzar a implementarla para 2018. Creen que es una buena manera de evitar que López Obrador gane la Presidencia. Dos fueron presentadas por el PVEM, tres por el PAN y dos más por el PRD. Cinco entraron por el Senado y dos por la Cámara de Diputados (PVEM y PAN). Por supuesto, ninguna de ellas hace una propuesta integral del sistema electoral, ignoran al Poder Legislativo y mantienen la representación proporcional, sistema de compensación ideado para que más partidos lleguen al Congreso. Las diferencias son evidentes.
Segunda reflexión. Después del triunfo de Emmanuel Macron, líder del movimiento En Marche!, algunos quieren promover un candidato que sea capaz de convocar a un amplio electorado de centro-izquierda sin los negativos de los desprestigiados partidos. Jorge Castañeda ya destapó a Armando Ríos Piter, quien hace poco renunció al PRD. El diablo está en los detalles, el senador de marras no es, ni ha sido, ministro de Economía ni de nada; la izquierda mexicana no está en el poder y, por si fuera poco, la posibilidad de aglutinar al electorado en el centro se ve harto lejana, especialmente por las divisiones que la izquierda mexicana padece en este momento.
Tercera reflexión y última. La ventaja más grande de la segunda vuelta podría ser ver un verdadero debate entre dos contendientes a los que les va la vida en ello. El debate de hace una semana entre Macron y Le Pen fue fuerte, agresivo, ambos habían estudiado y preparado los puntos débiles de su contrincante. Salvo la innecesaria vulgaridad de Marine Le Pen de insinuar una descalificación de Macron por la relación “inapropiada” de una maestra con su alumno, podríamos decir que fue un debate envidiable.
Nada que ver con el acartonado formato del segundo debate del Estado de México. PT, PRD y la empresaria independiente fungiendo como patiños de Del Mazo; Josefina, desesperada por regresar a la pelea, y Delfina, como la contrincante única del PRI. Del Mazo y Delfina, incapaces de responder un solo cuestionamiento serio ¡Qué facha!