Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
20/01/2020
La espontánea carcajada de los reporteros cuando anunció que quiere rifar el avión presidencial apenas inmutó al presidente Andrés Manuel López Obrador. Conforme explicó su proyecto con frases sueltas, en el lenguaje telegráfico que emplea con frecuencia, los asistentes a la conferencia matutina comprendieron que hablaba en serio: “Una rifa. 500 pesos. Seis millones. De cachitos. La Lotería Nacional”.
Las reacciones a esa ocurrencia —otra más— del presidente de la República han transitado de la incredulidad a la carcajada y luego, en muchos casos, a la proliferación de bromas y memes. Al ridículo, por lo general, sólo se le puede responder con sonrisas. Hay quienes consideran que a disparates como ése no hay que tomarlos en serio. Los problemas del país son tan graves, y se acumulan de manera tan apabullante, que no debiéramos distraernos con gracejadas que solamente desplazan de la conversación nacional a los temas urgentes. Numerosos comentaristas han señalado, incluso, que con ocurrencias como ésa el presidente López Obrador quiere crear cortinas de humo que estorben la discusión de los asuntos relevantes.
Pero esos desatinos, como provienen del presidente, hay que tomarlos en serio. Andrés Manuel López Obrador no bromeaba cuando presentó las cuentas del sorteo. Unos minutos antes explicó que tiene cinco opciones para recuperar la inversión que el país hizo con el avión. “Ayer dediqué casi todo el día a eso”, se ufanó como quien está a punto de anunciar el parto de los montes sin percatarse de las trivialidades que dirá.
Los 130 millones de dólares que según se ha dicho cuesta la aeronave los obtendría vendiéndola a un solo comprador por lo menos a ese precio, cambiándola por equipo médico con “el gobierno de Estados Unidos”, encontrando doce empresas mexicanas que paguen 11 mdd cada una, rentándola por horas o mediante el sorteo.
La idea de la rifa es tan grotesca que cuando se le escucha por primera vez ha sido inevitable suponer que se trata de un chascarrillo. Más tarde han resultado jocosas las maromas retóricas de los funcionarios públicos y dirigentes políticos que intentan respaldar la ocurrencia del presidente. Los morenistas más disciplinados —y menos reflexivos— se apresuraron a decir que su partido venderá los 6 millones de boletos para el sorteo.
En las redes sociodigitales han menudeado chistoretes burdos pero también ingeniosos. La revista Letras Libres, con reconocible sentido del humor pero también de la oportunidad, convocó a un concurso de cuentos que deben comenzar con la monterrosiana frase “Y cuando despertó, descubrió que había ganado el avión presidencial”.
Varios aplicados analistas hicieron las cuentas de lo que tendría que gastar el no precisamente afortunado ciudadano que ganase el avión: para empezar 173 millones de pesos de impuestos (si el beneficiario del sorteo vive en la Ciudad de México), el salario de pilotos y tripulación, la turbosina, el mantenimiento y desde luego el sitio para estacionarlo.
Da grima tan sólo inventariar esas reacciones y cifras. Hablar o escribir de la ridícula rifa parece una frivolidad cuando estamos ante acontecimientos tan graves como el desabasto de medicamentos en hospitales públicos; la sustitución del Seguro Popular por un programa improvisado, desarticulado y errático; la pérdida en diciembre de 382 mil empleos; la caída de casi 9% en la inversión bruta; el subejercicio presupuestal —es decir, dinero que el gobierno no ha querido o no ha sabido gastar— de 150 mil millones de pesos
Referirse al avión y las estrambóticas formulas del presidente para deshacerse de él puede llevarnos al sendero de las intrascendencias mientras la Guardia Nacional cumple el vergonzoso papel de muro de contención al servicio de Donald Trump contra los migrantes hondureños; cuando un grupo armado incendia más de una veintena de casas en Madera, Chihuahua o luego del escarceo del gobierno para impulsar una regresiva reforma penal y judicial.
El sorteo del avión es una insensatez del presidente. Pero lo más grave no es que López Obrador diga tal despropósito, sino que crea que ese anuncio puede servir de algo.
Si el presidente dijo con aire de seriedad lo que pensó como una broma, lo que hizo fue engañar intencionalmente a los medios y, a través de ellos, a los ciudadanos.
Si fue un anuncio para desviar la atención y no se trata de un proyecto auténtico, estaríamos ante una cuestionable falsedad que confirmaría el escaso respeto que el presidente tiene por la opinión de los ciudadanos.
Si en cambio se trata de una propuesta que López Obrador se toma en serio y, tal como explicó, llegó a la conclusión de que conviene hacer un sorteo después de casi todo un día trabajando en ese asunto, nos encontramos con un gobierno orientado por los dislates y las ocurrencias.
Por increíble que parezca todo indica que el licenciado López Obrador no bromeaba, como quieren suponer sus críticos más condescendientes, cuando dijo que quiere sortear el avión. Tampoco es una estratagema para enturbiar y trivializar la discusión de los asuntos nacionales realmente apremiantes. En esta época de información abundante y que abreva en una gran cantidad de fuentes, la gente recibe una constante cascada de datos que procesa, desecha y en ocasiones conserva. Una humorada, por extravagante que sea, no alcanza a disimular problemas graves sobre los que, de cualquier manera, no deja de circular información. Las mofas y justificaciones al sorteo cumplen con una función distractora en ambos sentidos del término: añaden un tema gracioso a la discusión pública y lo sitúan en el centro de la atención social pero al cabo de poco tiempo esos efectos se desvanecen. Lo que entonces quedará será la imagen de un presidente entrampado en sus propias ocurrencias.
Al presidente le gusta mostrar una imagen de sencillez y franqueza. Cuando narra en un video que tuvo que detenerse porque se averió la llanta de la camioneta, o cuando aparece en un restaurante con su esposa, intenta comunicar esa apariencia de naturalidad. El gobierno concebido como reality show, comenzando por las conferencias matutinas y en un proceso aderezado por las imágenes frecuentes de las peripecias presidenciales, les resulta simpático o al menos entretenido a muchos mexicanos. El límite de esa táctica comunicacional es la realidad, que será insoslayable por mucha llaneza que muestre el presidente.
La propuesta para sortear el avión no forma parte de esa construcción de una imagen afable. Más bien, es resultado del pensamiento simplificador y esquemático que el presidente ha demostrado con notoria consistencia. La apreciación maniquea de la historia y la realidad, el desprecio por las opiniones especializadas y las ideas complejas, el rechazo a puntos de vista discrepantes y la apuesta por soluciones aparentemente providenciales, se pueden identificar en la ocurrencia para sortear la aeronave. Si nadie la ha querido comprar, si el traslado a un hangar en California fue un fracaso y si el Boeing 787 se ha convertido en un estorboso elefante que contradice una de las promesas de López Obrador, ¿qué mejor que deshacerse de él en una acción espectacular, que concite la participación de los ciudadanos —porque seis millones son muchos billetes de lotería— y que le permitirá decir que el pueblo salva al pueblo (es decir, al presidente que lo encarna según esa apreciación)?
Cuando proclamó —falsamente, por cierto— que ese avión no lo tenía ni Obama, el licenciado López Obrador mostró un inopinado asombro y magnificó el precio, la singularidad y la importancia del TP-01. Esa misma actitud ahora lo lleva a creer que los mexicanos quisieran ser propietarios del avión y por eso calcula que se venderán millones de billetes de la peculiar lotería.
Cuando reconoce que se pasó casi todo un día delineando esa propuesta —precisamente en los días en que ocurrían desabasto de medicamentos, violencia rampante y mientras crecían las evidencias de un severo desajuste económico— el presidente López Obrador confirma que gobierna con decisiones insuficientes y aisladas, a cachitos. Es preocupante que se gobierne con ocurrencias. Es peor gobernar para las ocurrencias.