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El debate público

Grecia no claudica

Adolfo Sánchez Rebolledo

La Jornada

26/03/2015

No deja de llamar la atención la facilidad con la cual se pasa de los elogios a Syriza por su decisión de romper con el viejo modelo depredador a las expresiones de rechazo por negociar con la cúpula europea mejores condiciones para volver a empezar. Incluso entre los suyos han aparecido muestras de desilusión, aunque ni Tsipras ni las fuerzas políticas que lo apoyan jamás prometieron que el camino sería fácil y se negaron a visualizar las posibles salidas de la crisis como una ruptura con Europa, comenzando por el abandono del euro con todas sus consecuencias. Cierto es que muchos, alentados por el éxito, creyeron que había llegado la hora de enterrar al capitalismo a partir de una revolución sostenida por la voluntad popular, pero no era ese el pensamiento de los artífices de la coalición radical, comenzando por el propio Alexis Tsipras, y no porque no estuvieran de acuerdo en la necesidad de un cambio profundo en el sistema sino porque la situación de Grecia, y la de la misma Europa, planteaban otras medidas de urgencia, así como la discusión de alternativas concretas en un marco de intereses y fuerzas imposibles de conjurar sin un redimensionamiento de la política europea.

Las tensiones de estos meses trepidantes no pasan sin dejar huella en las filas de la misma izquierda griega, pues como ha escrito Luciana Castellina, antigua militante italiana, es reconocible que hay perplejidad y críticas por las posturas de Tsipras y Varoufakis. Es comprensible, dice. Creo, sin embargo, que son injustas. Se trata de una guerra de larga duración, no de una batalla rápida y definitiva. Destinada a registrar retrocesos y avances, en muchos sentidos una auténtica guerrilla. Pero hace falta tener nervios templados, los resultados no se pueden medir de inmediato, ya es una victoria haber impuesto un nuevo discurso, haber abierto contradicciones (que ya han aparecido, no obstante la aparente unidad del frente de Bruselas), haber quizás animado, también esto por primera vez, un movimiento popular verdaderamente europeo en solidaridad con Syriza, sobre una cuestión que concierne a todos. Ya es mucho. Nos ha dado a todos valor. Damos las gracias por ello a los compañeros de Syriza y les invitamos a proseguir.

Más allá de la necesidad de examinar en detalle todos y cada uno de los compromisos alcanzados en esta etapa, es importante rescatar la aportación moral que Syryza representa en esta coyuntura, donde los gobiernos claudican no ya de sus principios ideológico sino de la moral que debía regir sus conductas. El mismo Tsipras lo frasea así: La oposición a la austeridad ha estado en el centro de todos los debates. La crisis humanitaria, las personas que sufren, a las que representamos en esos debates, ya no son consideradas como simples cifras sin dimensión humana.

De ahí que la entrevista entre la canciller Angela Merkel y Tsipras tuviera distintas lecturas, pero es indiscutible que el gobierno griego no es más un títere representando intereses ajenos, pues ha conseguido convertirse en un protagonista activo de su propio destino, aunque la frase suene cursi. A diferencia de lo que pasaba con sus antecesores, cuya participación sumisa a favor de la austeridad rayaba la indignidad, ahora “lo que estamos buscando –asegura Tsipras– es alcanzar un acuerdo con nuestros socios mutuamente aceptable y que permita liberar definitivamente a nuestro país de una tutela tan sofocante como humillante, un acuerdo que haga socialmente sostenibles nuestros compromisos financieros permitiéndonos recuperar la vía del crecimiento, de la normalidad y de la cohesión social”.

Es verdad que la resistencia europea a otras soluciones que no sean estrictamente el cumplimiento de los viejos compromisos, justamente aquellos que convirtieron la crisis en un desastre que trasciende el cálculo frío de la economía, está vigente, pero el discurso más ortodoxo se ha erosionado y suscita el creciente resquemor de amplios segmentos de la ciudadanía europea que busca un respiro a la crisis, relanzar el crecimiento y, eventualmente, una nueva reinserción en el plano europeo y global. Este camino no será sencillo, pues están en contra poderosos intereses que apuntan en el despertar de las derechas proclives al autoritarismo, pero exigirán de los partidos democráticos y progresistas una visión capaz de rearticular la idea de Europa, convirtiendo, como dice Castellina, lo que hoy es un mercado en una verdadera comunidad.

La decisión de profundizar el diálogo como fórmula para resolver la complicada agenda griego-europea rendirá sus frutos tarde que temprano, sobre todo si la izquierda griega consigue mantener la unidad y el apoyo a las reformas impulsadas por el gobierno, a sabiendas de que el cambio en Europa ya no es un objetivo nacional sino el horizonte estratégico para alcanzar niveles inéditos de desarrollo social.

El 26 de septiembre es herida abierta que no se olvida.