Rolando Cordera Campos
La Jornada
08/03/2015
Si algo ya no admite Guerrero es la simulación. Pero tampoco el sur extenso y profundo, donde se alojan los mexicanos más pobres. Así, y sólo así, debería ser entendido el mensaje que, bajo la forma de una entrevista exclusiva con El Universal, lanzó el gobernador Ortega el lunes pasado.
Los datos son estrujantes: primer productor de opio en el mundo; alrededor de un millón de guerrerenses viven del narco en sus diferentes formas y una Tierra Caliente que es más que una aproximación metafórica al infierno. Primer lugar en pobreza laboral; emblemático panorama de los contrastes y abismos de la indigencia y concentración inicua de la riqueza. Pero ahí no termina la historia; en realidad, apenas inicia, porque no es una historia exclusiva o excepcional. Según El Economista, con base en el más reciente informe del Coneval, al menos 20.8% de la población ocupada en México no pudo adquirir con su trabajo una canasta básica alimentaria en el cuarto trimestre de 2014. Un grupo de 13 estados superó ese nivel de pobreza salarial, destacando los casos de Chiapas, Oaxaca y Guerrero, con una proporción superior al 45% en el periodo. A estos estados les siguen Puebla (33.4% de la población ocupada con pobreza salarial), Zacatecas (30.7%), Hidalgo (28.8%), Tlaxcala (28%), Veracruz (27.9%) y Campeche (26%)” (26/02/15, p.41).
Tan solo del primer trimestre de 2005 al cuarto trimestre de 2014, el Índice de la Tendencia Laboral de la pobreza (que muestra, precisamente, la tendencia de las personas que no pueden comprar una canasta básica de alimentos con su salario) aumentó 37% a escala nacional (ibíd.).
Banxico, inefable cancerbero de la confianza económica y financiera, anunciaba el pasado 18 de febrero que, por la caída en los petroprecios, espera un menor crecimiento del PIB este año y el que viene. En 2014, la economía avanzó apenas 2.1 por ciento, por debajo de lo que inicialmente esperaba el gobierno. En 2015, según las estimaciones del banco central, la economía no crecerá más de 3.5%, con un piso de 2.5 por ciento, en tanto que en 2016 las expectativas de crecimiento presentadas por el banco irían de 2.9 a 3.9%
A pesar del optimismo confesional y vocacional del gobernador de Banxico, en el sentido de que aún es posible alcanzar una tasa de expansión de 5% al finalizar la presente administración federal, lo cierto es que la perspectiva laboral se nubla todavía más: no sólo por el peso creciente de la llamada pobreza salarial, sino porque con las tasas esperadas de crecimiento de la economía no se puede imaginar que el empleo formal crezca como lo requiere la evolución del mercado de trabajo, determinada por la sola evolución demográfica.
Si, además, quisiéramos que dicho mercado tuviera una dinámica a la altura de las necesidades no cubiertas de empleo seguro a lo largo del tiempo, y en consonancia con las todavía mayores necesidades sociales insatisfechas, para así superar la pobreza en que se debate la mayoría de la población, el horizonte pasa de nublado a negro. La economía no parece estar en condiciones de responder a esas llamadas de la selva emanadas de nuestra empantanada cuestión social. Mucho menos si lo que sigue al mando es la necedad neoliberal ahora envuelta en túnica de austeridad.
Los que analizan lo que pasa en el presente mexicano conocen esto y más. Saben que cada una de estas circunstancias tiene vastas implicaciones sobre la conducta individual y colectiva de los mexicanos. Y sin embargo, las tendencias y datos que conforman este contexto suelen dejarse de lado cuando se reflexiona o debate sobre la política o el futuro de la democracia; sobre las capacidades de ésta para generar, desde el poder constituido democráticamente, los cambios en la política indispensables para empezar a salir de esta múltiple trampa de estancamiento y pobreza con injusticia.
El contexto se vuelve invisible para el debate público y las responsabilidades se opacan, mientras la discusión política se reduce al espot del momento o la majadera ocurrencia cotidiana de los Verdes. La política se afianza en su insensibilidad respecto a la cuestión social. La violencia alucinante, se condensa en Guerrero pero viene de más acá y va más allá. Va de la mano de esta suerte de licuefacción de la política representativa que no es privativa del sur y no es de esperarse que las elecciones desaten este nudo que lleva siglos. Nadie tiene razón ni derecho para amenazar el proceso comicial de junio, aunque motivos debe haber: tanta energía social y tanto riesgo, como los desplegados en las ciudades sureñas deben tener alguna finalidad. Pero es una iniciativa que no debería ser compartida por nadie comprometido con la democracia y la justicia social, cuya difícil evolución tiene que alcanzarse y sostenerse en una legalidad incluyente y en verdad representativa, lo que ciertamente no ha sido pero tiene que ser.
Es por eso que las elecciones importan y mucho, aunque importe más empezar a construir un estado de derecho basado en la inclusión social y la equidad política, lo que no ha logrado el país en estos lustros de pluralismo. Sin embargo, en la tierra suriana, de Guerrero a Oaxaca o Chiapas, pero también en Puebla, Veracruz y Michoacán, ¡Y para arriba hasta llegar a Zacatecas!, sus habitantes sobreviven sometidos al yugo del atraso profundo que se revela en su pobreza salarial y sus inauditas carencias sociales.
La superación de este círculo infernal, demanda un compromiso supremo de la República para proteger a los guerrerenses y asumir que el sur existe; que no se podrá superar su atraso abisal sin un vasto programa de inversión pública y renovación institucional y que la ampliación de sus mercados no es concebible sin una elevación sostenida del empleo y sus remuneraciones. Lo que urge es canalizar de inmediato los recursos mínimos extraordinarios que deben verse como indispensables y, por tanto, irreductibles y asignarse sin regateos. Es vital reorientar el rumbo de la política y darle a la sociedad el lugar que merece. Sus organizaciones de productores y de protección social y comunitaria, deben estar en la vanguardia de este auténtico y obligado rescate histórico y convertirse en garantes de que el gasto se ejerce con oportunidad y honestidad. Desde esta perspectiva, debería a la vez reconocerse que el equilibrio presupuestal no puede descansar en más recortes al gasto, sino en una expedita reforma fiscal contributiva y redistributiva.
El país entero está en deuda con su sur y debe reconocerlo sin ambages, como un acto original que lo compromete con su rescate. Sin el concurso activo, respetuoso y asiduo de la Federación, Guerrero no podrá salir de su sangriento laberinto, que más pronto que tarde se derramará sobre el resto del sur para agudizar su propio rezago. Hoy, la violencia articula los sentimientos de la tierra sureña. Pero no la podremos sublimar con más violencia, sino con más política democrática y un auténtico y generoso compromiso nacional con su transformación social.