José Woldenberg
Reforma
01/10/2015
Como se sabe, el 11 de septiembre de 1973, Pinochet y sus secuaces dieron un golpe de Estado en Chile, cercenando un ambicioso y esperanzador proyecto que deseaba construir el socialismo en un marco democrático. La muerte del presidente legítimo, Salvador Allende, y la instalación de una junta militar de gobierno generaron una ola de indignación continental.
En México, ese mismo día, sin que nadie convocara, centenares de personas empezamos a congregarnos frente a la embajada chilena que se encontraba en el Paseo de la Reforma. La rabia se conjugaba con unos gramos de esperanza. Todavía se esperaba que la resistencia al golpe se extendiera, que las pretensiones de los militares fueran derrotadas. Hicieron uso de la palabra Evaristo Pérez Arreola y Leonardo Olivos Cuéllar del Sindicato de Trabajadores y Empleados de la UNAM, estudiantes de distintas facultades y escuelas. Salió a dar un mensaje el embajador de Chile en México, Dr. Hugo Vigorena, y a nombre del Consejo Sindical de Profesores, que entonces impulsaba la creación de un sindicato de académicos en la UNAM, Hugo Gutiérrez Vega. Hugo, un profesor respetado, poeta, actor, diplomático, repudió la intentona fascista, llamó a la más amplia solidaridad con el gobierno de la Unidad Popular y anunció la celebración de una marcha en rechazo al golpe.
El viernes 14 de septiembre miles de personas marchamos de la glorieta de la Diana al Hemiciclo a Juárez. Así lo narró la revista Punto Crítico (No. 19): «desde la Diana para perderse a la vista más allá de la glorieta de Colón, ocupando un carril de la avenida Reforma, una apretada columna se manifestó en solidaridad con el pueblo chileno. La movilización había crecido incesantemente…Un gigantesco retrato de Allende representaba su permanencia en la lucha socialista; las banderas chilenas y de la Unidad Popular eran los estandartes de la guerra; las coronas de flores, el luto de los pueblos de América. Los granaderos brillaban por su ausencia y solo aparecieron acordonando la embajada norteamericana…». El diario Excélsior calculó una concurrencia de 40 mil personas. Los gritos coreados eran: «Allende, Allende, el pueblo te defiende», «La izquierda unida jamás será vencida», «Nixon fue, yo lo vi». En los altos del cine Paseo se encontraba la embajada de Perú, y cuando pasó la manifestación, el embajador, Alfonso Benavides Correa, bajó la bandera de su país a media asta, entre los aplausos de los marchistas. El mitin inició a las 7 de la noche. Habló un estudiante del Politécnico, Pablo Gómez de la UNAM, Ricardo Navarrete (chileno), Valentín Campa, el hasta ese momento agregado cultural de la embajada chilena, José de Rokha, y Hugo Gutiérrez Vega clausuró el mitin a nombre del Consejo Sindical.
Dijo, entre otras cosas: «El día 11 de septiembre, efectivos de las fuerzas armadas… sumieron a la República de Chile en una noche negra de violencia brutal y terrorismo masivo. Esos actos bárbaros, ejecutados por un grupo de criminales al servicio de la burguesía criolla y del imperialismo norteamericano, constituyeron el punto más alto, hasta el momento, de la ofensiva que la contrarrevolución inició desde el 4 de septiembre de 1970 contra el pueblo chileno y su clase dirigente: la clase obrera…En defensa del orden capitalista la burguesía no titubeó en pisotear su propia legalidad…De lo que se trata en lo fundamental, es de impedir, al costo que sea, que los obreros y los campesinos construyan un mundo diferente, socialista… No venimos a hacer una manifestación de duelo. Venimos a acompañar al proletariado chileno y a sus organizaciones de vanguardia en el inicio de una nueva etapa en la lucha por el socialismo y la democracia…».
Las estampas anteriores las he reconstruido con la ayuda de mi libro: Historia documental del SPAUNAM (Ediciones de Cultura Popular, 1988) y en el epígrafe del capítulo correspondiente citaba a Arthur Koestler, cuando escribió que «el cronista se siente impulsado por el temor de que los acontecimientos que ha presenciado, y que constituyen parte de su vida, su color, su forma y su impacto emotivo, se pierdan irremediablemente para el futuro, a menos que él los preserve sobre tabletas de cera o de arcilla, sobre pergamino o papel, mediante un estilo o una pluma, una máquina de escribir o una estilográfica» (Autobiografía. Flecha en azul). A fin de cuentas esta afligida nota, que quiere ser un mínimo recuerdo de Hugo Gutiérrez Vega, está pensada para todos aquellos que tenemos más pasado que futuro.