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El debate público

¿Hay manera de que no nos suceda?

Ricardo Becerra

La Crónica

11/01/2022

En el curso de las próximas semanas -quizás de los próximos días- este cúmulo de conflictos se presentarán ante nosotros de manera aguda, en la medida que el sistema de salud se esfuerce por atender la previsible ola de personas enfermas de COVID.

Es el futuro que muestran los Estados Unidos y que The Atlantic ha retratado de manera ejemplar (ver aquí), porque ómicron encuentra hoy y ha sumido antes, a todo el sistema de atención médica en un estado de deterioro crónico.

“Las hospitalizaciones aumentaron lentamente al principio, alrededor de 40 mil a nivel nacional a principios de noviembre, para alcanzar 65 mil en navidad. Pero con delta, unida a la súper transmisible ómicron, el recuento de hospitalizaciones se ha disparado a 110 mil en las dos semanas transcurridas desde entonces; “el volumen de personas que acuden a nuestras salas de emergencia no se parece a nada que haya visto antes”.

Pero, si los número siguen su tendencia, para finales de enero, ómicron enviará al menos 24 mil 700 y un máximo de 53 mil 700 estadounidenses al hospital ¡todos los días! a partir de ayer.

El estrés hospitalario ocurre en las ciudades grandes y medias, pero incluso, en los estados menos poblados. De nuevo The Atlantic: “en Missouri, el hospital solo tenía siete pacientes con COVID hace un mes, y ahora es de 129, que ocupan casi la mitad de sus camas. Todos los días, alrededor de 10 pacientes esperan en la sala de emergencias que ya están conectados a un ventilador pero no pueden ingresar a la UCI, que permanece llena”.

Ómicron está infectando a tal cantidad de estadounidenses, que incluso si menos gente necesita atención hospitalaria, las cifras absolutas resultantes saturarán el sistema de salud. En Nueva York, delta contagió a tres de cada 20; la nueva variante, a ocho. Y si somos indulgentes, puede que sea una amenaza menor para las personas individuales vacunadas, pero es desastroso para el conjunto, pues la atención médica, finalmente, será necesaria para todos: contagiados o no, leves o seriamente enfermos. “Cuando llegan los pacientes con traumatismos, paros cardíacos o accidentes cerebrovasculares, es una locura” dijo un médico de emergencias de Pensilvania. «No sé qué tan sostenible será eso si los casos siguen aumentando en todas partes».

Y la deserción del personal médico y de enfermería se ha vuelto un problema serio (también en México): “Hay noches en las que tenemos secciones enteras de camas que están cerradas porque no tenemos personal”, según se testimonia en Rhode Island, que no es ningun poblado marginal.

Los niños son otro segmento del nuevo problema: en Nueva York, un hospital atendió a finales de noviembre a 23 niños con COVID; el martes 4, tenía 53 «eso nunca sucedió en ningún momento de la pandemia en el pasado».

El punto es que la tensión persiste después de que el personal y las instituciones de salud ya han sufrido mucho tiempo, casi dos años. Y lo que viene solo promete más estres y deterioro. ¿Estamos concientes? ¿Hay manera de que ese escenario no suceda aquí? Más bien, todo lo contrario.

Hagamos las cuentas: la curva de ascenso en Sudáfrica alcanzó su máximo cinco semanas después de haber comenzado. Si ese es un comportamiento típico de ómicron, nos faltan veinte días de aceleración, para los que no estamos preparados. Claro está: Sudáfrica lleva la mitad de la vacunación que México (34 por ciento) pero tiene una población promedio, más joven y por cierto, allá, hacen muchas más pruebas.

Hemos entrado a un nuevo túnel, con el Presidente contagiado por segunda vez. Ojalá y ese episodio prenda las alarmas e inyecte más rigor y seriedad a la política pandémica.

Esto dista de termina y el mundo, desde Estados Unidos a Sudáfrica, aún no pueden imaginar una normalidad a la cual, volver.