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El debate público

Historia de Fantasmas

Ricardo Becerra

La Crónica

01/09/2019

A todos mis excompañeros del Registro Federal Electoral

No sé en que cuento clásico leí “Nada de lo qué pasa en esta tierra puede acabar bien”, o indemne, airoso o para bien, agregaríamos. La cosa que se crea puede ser de gran manufactura, un prodigio técnico, pero el cambio de contexto le aguarda designios inesperados, inimaginables o siniestros.

Así ocurre con el padrón electoral, por ejemplo. Una proeza de la demografía, la estadística, las ciencias humanas mexicanas que logró resolver el problema cardinal de cualquier democracia ¿quiénes votan, legítimamente? En cuestión de cuatro años fueron identificadas casi 47.5 millones de personas para mostrar el primer rostro cierto del “demos”, del pueblo, del electorado mexicano. Con ese padrón iniciamos el venturoso trayecto de elecciones limpias que culminaron la transición democrática en 1997 pero que ya se venía anunciando desde 1994 y en una multitud de elecciones locales armadas todas ya, con base en los datos del gigantesco e hipervigilado padrón electoral.

El nacimiento de ese instrumento es pues, el nacimiento de las primeras elecciones verdaderas en la historia de México. Así de gigantesco fue ese logro técnico, con esa aura nació, con ese halo cívico y celebratorio. No hay cambio político alguno sin el sustento de tal piedra angular: la lista de 90.3 millones de ciudadanos hoy vigente.

De paso, el padrón hizo que México ahuyentara millones de fantasmas, las leyendas y prácticas más pícaras del fraude electoral: los muertos ya no pudieron votar. Cómo el padrón incluye la fotografía del ciudadano y un montón de datos personales únicos y singulares y como es revisado sistemáticamente por la institución electoral, por todos los partidos y por sendos comités científicos en cada elección, en México votan las personas reales, vivas, de carne y hueso, que cumplen los requisitos de la ley. Y como se trata de un sistema profesional, de una burocracia bien hecha el padrón retira regularmente de su lista a los ciudadanos que fallecen, porque es informado con regularidad por los registros civiles de todo el país. La hazaña logística se hizo rutina.

A querer o no, en el trayecto, el padrón produjo más y más efectos positivos, quizás el mayor: se constituyó en los hechos en el principal documento de identificación de los mexicanos. Si tienes “tu IFE”, hoy “tu INE”, eres alguien, puedes acreditar personalidad prácticamente para todo fin: desde votar hasta abrir una cuenta bancaria, tramitar tu testamento o entrar al antro. Todo propósito legal en México exige al instrumento: la credencial y el padrón que la soporta, se convirtieron en la llave de acceso a la legalidad cotidiana en el país. Ni más ni menos.

Y todavía hizo más: como los más pobres son los excluidos de todo (principalmente de su identidad) hasta los noventa carecían de toda posibilidad de acreditar pertenencia, propiedad, cierta riqueza, algún bien. Por falta de un documento de identidad estaban excluidos también del mercado y de sus transacciones formales. Un viejo documento del BID informaba que la entrada en vigor de la credencial para votar en México había incorporado de golpe a más de 2 millones de pobres al mercado formal entre 1992 y 1995.

La vida siguió su curso y como se sabe nuevas nubes mucho más negras aparecieron sobre nuestras cabezas. Una violencia, una maldad y una sevicia sin parangón han dejando montañas e inmensos abismos de dolor. De tal suerte que el padrón electoral ahora también viene al rescate de la identidad de nuestros muertos. Un informe reciente dado a conocer por el Instituto Nacional Electoral muestra que nuestro padrón ha sido el instrumento que ha rescatado del anonimato y de las sombras a 12,633 compatriotas desaparecidos por sus huellas dactilares capturadas por el padrón, diezmados por esta indescifrable ola de la que parece no sabemos escapar.

El padrón electoral llegó en medio de una onda optimista. Pero, como vemos, una y otra y otra vez, sigue mostrando su radical utilidad: ahora rescatando del olvido a nuestros desaparecidos, muertos y fantasmas.