José Woldenberg
El Universal
15/12/2020
1. En México se ha construido un consenso sólido en materia política: la única vía legal y legítima para arribar a los cargos de representación y gobierno es la comicial. Los partidos, gobiernos, corrientes académicas, medios de comunicación, asociaciones civiles, coinciden en ese estratégico punto. Y aunque parezca mentira es una edificación relativamente reciente, porque los códigos revolucionarios del pasado (tanto los del oficialismo de antaño como desde cierta izquierda), nunca lo asumieron como un compromiso profundo. Hoy, eso ya no es así.
2. Por ello es necesario contar con una autoridad en la materia capaz de ofrecer garantías de imparcialidad a todos. Y por todos entiendo partidos, gobiernos, ciudadanos, medios de comunicación, agrupaciones civiles, etc. Esa es la misión del INE y sus resultados están a la vista. Las elecciones mexicanas han sido capaces de expresar las oscilaciones en los humores públicos de la población y ello ha permitido alternancias en los gobiernos de una manera institucional y pacífica. Se escribe fácil, pero fue una construcción con ciertos grados de dificultad a la que concurrieron las distintas fuerzas políticas del país y por supuesto el cuerpo de funcionarios públicos que laboran y laboraron en el IFE-INE.
3. Vale la pena recordar que el IFE nació para atender una necesidad apremiante. La crisis post electoral de 1988 mostró, para quien quisiera verlo: A. Que la diversidad política del país había desbordado los estrechos marcos de un sistema de partido hegemónico, y que la sociedad mexicana, diversa, plural, contradictoria, no cabía ni quería hacerlo bajo el manto de una sola organización partidista. Y B. Que ni las normas, ni las instituciones ni los funcionarios estaban capacitados para procesar de manera limpia y transparente los resultados electorales. Esas dos realidades, del tamaño de una Catedral, empujaron a construir una nueva institucionalidad electoral que fuera capaz de inyectarle credibilidad —y con ello legitimidad— a nuestros procesos electorales.
4. El IFE-INE se convirtió en un Instituto central de nuestra vida política. Ha permitido que el expediente electoral sea lo que los libros de texto dicen que debe ser: fórmula para la convivencia y competencia de la diversidad política y para inyectar legitimidad a gobiernos y congresos. Y para ello es necesario subrayar una de las características básicas y estratégicas que hacen que el Instituto cumpla con su misión.
5. Autonomía. Los partidos son maquinarias muy poderosas, con recursos humanos, financieros y materiales nada despreciables. Y así debe ser. Pero de manera inercial creen que sus intereses particulares son en automático los intereses generales. Por ello es necesaria una autoridad capaz de organizar de manera independiente los comicios y no alineada a ninguno de los competidores. Esa capacidad para autogobernarse y para definir por sí misma la ruta de la institución y del proceso electoral (por supuesto apegado a la ley) es un requisito para que el INE siga cumpliendo con su encomienda. No creo exagerar si digo que la presente administración no valora esa autonomía y que desearía alinear no solo al INE, sino al resto de los órganos de Estado autónomos, a la voluntad presidencial. Pero si eso llegara a suceder perderíamos todos: ciudadanos, partidos y hasta el propio gobierno, porque el ancla de la credibilidad en el expediente electoral se habría vulnerado.