Raúl Trejo Delarbre
La Crónica
12/10/2015
Las candidaturas independientes han sido mitificadas y sobredimensionadas. La inusitada confianza que invierten en ellas algunos comentaristas e intelectuales, así como diversos grupos sociales, se debe fundamentalmente a la animosidad que suscitan los partidos políticos. Desprestigiados y abominados por causas muy entendibles, a los partidos se les pretende equilibrar, o acicatear según algunos, con la diversificación de candidatos independientes. Parece una solución ingeniosa. Pero en realidad se trata de un falso remedio que, como en la vieja conseja, conduce a tirar al niño con todo y bañera.
Una apreciación simplista, aunque muy extendida, ha colocado a los partidos como causantes del estancamiento de nuestro entramado político. Cómplices de tráficos de influencias e incluso de corrupciones algunos de ellos, ensimismados en fuertes dificultades internas algunos otros, pasmados ante los problemas del país todos ellos, nuestros partidos no están a la altura de las exigencias de la sociedad. Las más de las veces son indiferentes ante los problemas cardinales del país (inseguridad y violencia, estancamiento económico e insuficiencias distributivas, sistema judicial ineficiente e insuficiente, corrupción en la administración pública). Cuando reaccionan ante esos rezagos lo hacen tarde, o con torpeza. Cada uno de esos errores acrecienta el disgusto de la sociedad activa.
Pero el problema no son los partidos en general. El problema son los dirigentes inhábiles, las estructuras esclerotizadas y los intereses que entorpecen o desvirtúan la actividad de los partidos. Por mucho que los aborrezcamos, los partidos políticos son indispensables. No se ha inventado otra forma para que los ciudadanos interesados en los asuntos públicos se organicen y compitan por la representación política.
Sin embargo, la mala fama de los partidos, junto con la descalificación simplista que una buena parte de la comentocracia hace de ellos, propicia un diagnóstico erróneo y, por lo tanto, una solución engañosa. Si el problema son los partidos, se supone, entonces hay que crear otras formas de participación política. De allí la ilusión que se ha desarrollado en torno a las candidaturas independientes.
Se trata de un falso remedio en primer lugar porque, en rigor, no existen los candidatos independientes. Cuando un ciudadano, con el respaldo de otros, se postula para un cargo de elección es porque tiene ambiciones políticas y un proyecto que intenta poner en práctica. Ese ciudadano cuenta con trayectoria y convicciones, establece alianzas, hace proselitismo, promete cambios o garantiza prebendas: en suma, hace política.
El independiente así involucrado en la tarea de promoverse y persuadir es un ciudadano que hace política activa. De hecho, todos los políticos son ciudadanos, aunque en alguna terminología políticamente correcta se pretende que los ciudadanos están distantes de la política. Pero ese ciudadano que se presenta como candidato sin estar respaldado por un partido es un político que, valga la reiteración, se involucra en política de manera intensa. Como tiene compromisos, proyecto y posiciones políticas específicas, ése no es, en rigor, un candidato independiente. Quizá se pueda decir que se trata de un candidato sin partido formal. Pero la “independencia” se diluye en los acuerdos que hace con otros ciudadanos y grupos.
Otro mito es la especie de que los candidatos considerados independientes pueden postularse sin un partido que los respalde. Quizá no se trate de partidos registrados, con los privilegios y las obligaciones de aquellos que sí lo están. Pero cuando un grupo de ciudadanos se organiza para apoyar electoralmente a uno de ellos, hace propaganda, reúne fondos, promueve un proyecto y de esa manera busca distinguirse de otras opciones políticas, lo que allí tenemos es un partido político, aunque a sus integrantes el término les produzca alergia.
Un partido no es sino la organización que tiene dirigentes, estructura y proyecto político. Eso es lo que conforman los adherentes de cualquier candidato independiente. No hay candidatura que no se sustente en un partido, a menos que se tratase de una postulación solitaria y entonces irrelevante.
Así que quienes suponen que las candidaturas independientes modificarán el escenario político o, más aún, serán contrapeso (dicen algunos) o aliciente (consideran otros) para los partidos, se engañan porque no hacen sino propiciar opciones políticas de carácter partidario. Las organizaciones así creadas, en torno a candidatos sin partido formal, no cuentan con los privilegios, pero tampoco están sujetas a las obligaciones de los partidos establecidos como tales.
El tercer mito en el que se sostiene el espejismo acerca de esas candidaturas es la presunción de que el deterioro de la política institucional puede remediarse con la llegada de ciudadanos a los que se supone inmunizados contra las tentaciones del poder. Por supuesto, es saludable que cada vez más ciudadanos participen en los asuntos públicos. Pero el hecho de no estar inscritos en partidos convencionales de ninguna manera los hace ajenos a intereses y corrupciones. Lo que hace falta no son ciudadanos políticamente adánicos, que por lo demás no existen si se interesan en los asuntos públicos, sino controles legales y sociales muy estrictos para fiscalizar el desempeño de todos los funcionarios públicos, independientemente de sus simpatías partidarias o de la ausencia de ellas.
Es pertinente que los ciudadanos que así lo quieran tengan opciones para hacer política institucional. Pero suponer que eso sucederá con las candidaturas independientes conduce a desdeñar las medidas que hacen falta para la constitución de nuevos partidos políticos. Muchos críticos de la preponderancia de los partidos en la política se quejan de la partidocracia como si detrás de cada partido no hubiera ciudadanos, intereses y ambiciones muy específicos. Pero si el problema es el acaparamiento que los partidos hacen de las acciones y decisiones públicas, entonces lo que necesitamos no son candidatos al margen de los partidos.
Lo que hace falta es despejar los obstáculos para que los ciudadanos que así lo decidan puedan formar nuevos partidos. Las reglas para ello siguen siendo innecesariamente inaccesibles. Si en algún tema los partidos ya conocidos mantienen prácticas monopólicas es, precisamente, en las exigencias legales para que surjan y se mantengan partidos distintos a los ya existentes. Al descuidar ese tema, los promotores de las candidaturas independientes siguen dejando en manos de los partidos actuales el ejercicio de la política formal. No es casual que en los tres partidos principales, con diferentes inflexiones, haya tanta aquiescencia con las propuestas para reforzar la postulación de candidatos independientes.
Esas candidaturas pueden representar expresiones peculiares que hay en la sociedad y eventualmente podrían enriquecer el escenario público mexicano. Pero los riesgos del caudillismo, el populismo y el financiamiento de campañas con dinero sucio es mayor con esas candidaturas que no están sujetas a la estructura de un partido formal, ni a reglas tan exigentes como las que fiscalizan los recursos y gastos de los partidos con registro.
Que haya quienes se dicen comprometidos con la democracia y al mismo tiempo proponen como modelo de renovación política el éxito electoral de un señor que se hace llamar El Bronco, es una inconsecuencia palmaria. El gobernador de Nuevo León resultó electo gracias al respaldo de una coalición política local en donde no fue menor, ni desinteresada, la participación de influyentes empresarios. Jaime Rodríguez, cuya vida política transcurrió por décadas en segmentos autoritarios y atrasados del PRI, está muy lejos de ser un político independiente.
Lejos de ser solución a las dificultades de nuestra democracia, las candidaturas independientes pueden ser motivo de distracción para que no sean atendidos otros rezagos de la legislación electoral. Quienes las impulsan se equivocan de tema. A menos que lo que quieran sea preparar ellos mismos una candidatura independiente rumbo a la próxima elección presidencial. En ese caso, lo que están haciendo es edificar un partido para el que ya tienen uno o dos candidatos. Si es así, lo más transparente y democrático sería que le pusieran nombre al partido y lo reconocieran como tal.