Ricardo Becerra
La Crónica
23/07/2017
Fue en la Frontera Nómada, de Héctor Aguilar Camín, donde aprendí un antiguo chiste del historiador: casi todos los presidentes mexicanos cumplen, puntualmente, el ciclo Pancho Villa. Este trayecto circular comienza con sonrisas, simpatías, la confiada búsqueda de cooperación. Le sigue un pasaje de ayuda norteamericana para luego terminar en roces cada vez más rudas, distanciamiento y el asalto a Columbus.
Bueno, pues así transcurre la vida del Instituto Nacional Electoral, al menos desde hace una década. Los partidos y la Cámara de Diputados eligen a los Consejeros en medio de alegría unánime, el acercamiento, el consenso, parabienes; los partidos, sus personajes y candidatos comienzan a tantear, pasando la raya con un pie -aquí y allá- de la ley electoral que ellos mismos crearon; en periodo de competencia se quejan de todo y contra todos; montan en cólera porque son castigados; condenan a los Consejeros que los sancionan y acaban pidiendo la renuncia de los mismos que eligieron… por consenso.
El ciclo Pancho Villa es un fresco de las estrategias contrademocráticas que nos dominan y que han puesto ese sello grisáceo y marrón a la democracia en México. El repetido y aburrido libreto de las elecciones es más o menos este:
1) Antes de que empiece el proceso, en el IFE-INE se devanan los sesos para tratar de dar un cierto orden a la compleja ley y sobre todo, a los inconexos y estrambóticos criterios del Tribunal Electoral, mediante la emisión de espesos “lineamientos”.
2) Los partidos impugnarán esas precisiones para que el Tribunal Electoral agregue desorden y confusión, pero sobre todo, para que en el INE entiendan quien es el que manda (la última instancia).
3) El Partido Verde Ecologista entrará en un trance informativo y en violación directa a la Constitución, comprará cientos de miles de spots para que sus diputados “Informen a los ciudadanos”, “posicionarse” y desde allí, negociar la alianza con el mejor postor.
4) Las televisoras sufrirán de amnesia. Volverán a lamentarse de la retahíla de spots que deberán transmitir, criticarán al INE durante varias semanas por las famosas pautas y harán lo posible para que las campañas aparezcan como un evento digno de un bostezo. Pocas entrevistas relevantes y fingirán no saber organizar debates significativos.
5) Los partidos sufrirán el parto de sus candidatos y el Tribunal Electoral admitirá miles y miles de juicios, la mayor parte, fundados en puras necedades, sin exigir seriedad y pruebas en la presentación de quejas.
6) Comenzará un intenso festival de denuncias de los partidos contra los otros partidos a propósito de cualquier cosa, especialmente de los spots rivales. La Comisión del INE otorgará “medidas cautelares”, en un inentendible tiovivo, un sube y baja de promocionales, cosa que a su vez, propiciará el juego favorito del Tribunal: ping pong, devolver a raquetazos los problemas al INE “para que mejor sustancie”.
7) La mayor parte de los medios de comunicación, atenderá y amplificará el neurótico espectáculo de esa litigiosidad: “Estamos viendo un enorme cochinero acá, allá y acullá”; “compra y coacción del voto por millones”; “uso indebido de la pauta”; “gobiernos metidos hasta el cogollo para ayudar a sus partidos” y un largo, largo, etcétera de acusaciones mutuas, con y sin fundamento. De este modo, las campañas dejarán de ser la oportunidad abierta de la información política, de la deliberación de los problemas del país, para alzar el polvo y recrear la imagen de una deleznable competencia sucia, intragable, ilegal.
8) Los debates electorales serán un ejercicio acartonado de monólogos cansinos, en el que los candidatos se propinarán las más graves acusaciones para luego, en los 20 segundos finales, ofrecer a cámara la mejor de las sonrisas pare el electorado.
9) El gobierno federal, nervioso por su propio desprestigio especulará y regateará los apoyos que necesita el enorme despliegue de la jornada electoral.
10) A pesar de todo eso, los ciudadanos votarán en una masiva movilización que seguirá fragmentando la representación y dispersando el poder político, en los poderes de la unión igual que en las distintas regiones del país.
11) A despecho del resultado y de la calidad real de la organización electoral, cada partido habrá hecho las suficientes quejas y denuncias (decenas o cientos) para estar listo y tener “documentado” la impugnación de la elección (si pierde), rasgarse las vestiduras e implorar la anulación de la elección.
Es este el guion contrademocrático que ha desprestigiado a los partidos, a las instituciones electorales y a la propia idea democrática, cuya imagen, ante grandes franjas, es el desorden, la ilegitimidad y desconfianza.
Los críticos profesionales, ONG´s diversas y otros personajes expertos en navegar este río revuelto terminarán haciendo el papel de coro para la tragedia griega: “que renuncien” los responsables de la elección y claro “al país le urge oootra reforma electoral”.