Categorías
El debate público

Juan Molinar, académico

José Woldenberg

Reforma

28/05/2015

Quienes han cursado conmigo la materia «sistema electoral mexicano» en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM no me dejarán mentir. Invariablemente uno de los libros que utilizo es el de Juan Molinar, El tiempo de la legitimidad. Elecciones, autoritarismo y democracia en México. (Cal y Arena. 1991). Escrito hace casi un cuarto de siglo, es un análisis lúcido y visionario sobre el proceso de cambio político que estaba en curso.

En él, Molinar reconstruía la formación del sistema de partido hegemónico, su funcionamiento y características, el inicio de su transformación, para luego analizar los nutrientes de su crisis final, uno de cuyos momentos reveladores fueron las elecciones de 1988.

Juan detectó con claridad «tendencias estructurales» que estaban poniendo fin al sistema de partido «casi único». Ilustraba, con las propias cifras oficiales, la caída incesante de la votación del PRI en términos relativos y cómo el crecimiento del padrón marchaba muy por delante de los votos del Tricolor. Estableció correlaciones negativas entre los procesos de urbanización, alfabetización, educación post primaria y porcentaje de la PEA en los sectores secundario y terciario con el voto por el partido oficial. «Esa mudanza social intensa» era el contexto estructural que hacía muy difícil la subsistencia de la hegemonía de ese partido.

A ello se sumaban los «realineamientos partidarios» previos a las elecciones de 1988. Molinar detectaba que antes de los comicios se había producido una «ruptura del consenso entre oposición y gobierno respecto a la validez de las normas, prácticas y procesos que daban forma al sistema electoral». Esa brecha se había ampliado desde las elecciones para gobernador de Chihuahua (1986) y por ello en el 88 se delinearon dos campos políticos: «el de la contestación y la reforma política y el del partido oficial y la sobrevivencia del sistema». Los primeros demandaban la democratización, los segundos estabilidad. Ante esa confrontación principal, parecían pasar a un segundo plano las diferencias ideológicas. Ante «la negativa de liberalizar la política electoral…todos los bloques partidarios fueron moviéndose de lugar»: en el PAN tomaban fuerza las corrientes «más alejadas de una política gradualista», en la izquierda sucedía algo similar con la candidatura de Heberto Castillo, la escisión de la Corriente Democrática del PRI había propuesto romper con las reglas no escritas para nombrar al candidato presidencial, y 3 partidos que habían girado en torno al PRI (PPS, PARM y PFCRN) se habían convertido en la plataforma de lanzamiento de la candidatura del Ing. Cárdenas. La tensión democracia/autoritarismo ordenaba lo fundamental de la contienda de 1988, aun antes de celebrarse.

Además, la «coyuntura preelectoral» tiñó de mayor dramatismo los acontecimientos: los sismos registrados en la Ciudad de México (1985) y la movilización popular que los siguió, el surgimiento del CEU (1986) como una reacción a las reformas propuestas por el Rector de la UNAM, el movimiento anti centralista que se apreciaba en varios estados del norte del país, los conflictos post electorales en distintas entidades, y la nueva caída de los precios del petróleo en 1985, más la devaluación del peso y la inflación creciente, se convirtieron en elementos que influyeron en los humores públicos que desembocaron en las urnas.

Juan observó con claridad lo que seguía: si bien las autoridades habían dado oficialmente la victoria al PRI, también resultaba nítida «la quiebra del partido hegemónico», lo cual sentaba las bases para «una transición democratizadora». El PRI había perdido, por primera vez, la mayoría calificada en la Cámara de Diputados y al realizar un análisis pormenorizado de los resultados por distrito, encontraba no sólo que la competitividad electoral había dado un salto, sino que muchos distritos arrojaban ya votaciones cerradas. El futuro dependería de lo que sucediera en el flanco izquierdo del espectro político, en el conjunto de alineamientos inestables entre los partidos y en relación a «la duda sobre la legalidad de la elección y el cuestionamiento de la legitimidad de las autoridades». Eran, ciertamente, muchas las incógnitas; también muchas las posibilidades de cambio. Pero Molinar afirmaba con razón: «no hay destinos necesarios ni finales estructuralmente determinados. La construcción de una transición hacia la democracia está en el imperio de la libertad, de la voluntad y de la imaginación políticas».