Fuente: El Universal
Ricardo Raphael
Rafael Acosta quiere hablar de tú a tú con Andrés Manuel López Obrador. Amenaza con poner todas las cartas sobre la mesa y recordarle a su mentor que debe ser el pueblo quien pronuncie la última de las palabras.
Se trata de la revancha del ninguneado sobre su ninguneador. Fin del menosprecio. Advierte que se quedará con el puesto entregado por el voto popular. Haiga sido como haiga sido, Juanito fue electo delegado en Iztapalapa y como tal quiere ser tratado.
Ya probó las mieles de la popularidad y no acepta perderse de la adrenalina ofrecida por este placer. Juanito habla y mucho. Desde que lo favorecieran en las urnas, trae la neta en la boca. Él encarna la verdad popular. Lo que el pueblo piensa y los poderosos siempre desprecian.
Él es mezcla y reencarnación de Pepe el Toro, del Barrendero de Cantinflas, del más humilde de todos los hijos de la Guadalupana. Juanito representa el triunfo siempre azaroso, siempre milagroso del más jodido.
Su salto al estrellato serviría para escribir un guión de telenovela; de esas que millones de mexicanos seguimos en horario estelar. Una al estilo Alma de hierro que, por fortuna, finalmente descansa en paz.
Su discurso por morbo y no por argumento masajea desde hace semanas la más frívola de las venas noticiosas. El nuevo delegado de Iztapalapa tiene olfato mediático. Quiere ser perseguido y también sabe cómo perseguir al lente de la cámara. En foto y en video retrata bien. Con su banda tricolor sobre la frente se ha vuelto el Chanoc de la política.
Juanito posa en el rellano de una escalera. Juanito se exhibe a contraluz, en un parque público. Juanito departe en televisión con los entrevistadores del momento. Juanito recorre todas las cabinas de la radio. Juanito aparece y se mantiene en la primera plana de los grandes diarios. Juanito, emblema. Juanito, bandera. Juanito, santito. Juanito, desde ya: inolvidable.
Su popularidad apenas comienza. Así lo cree él. Nada lo detiene. No le hacen daño las críticas, ni lo amedrentan las amenazas, reales o inventadas, de sus enemigos. Cuando, desde el Olimpo, se le señala por no saber honrar su palabra, Fuente Ovejuna ríe con Juanito. ¿De cuándo acá los políticos se distinguen por honrar sus compromisos? Se trata de una cualidad exigible a otros oficios, pero no a éste en particular.
Al delegado electo han querido descalificarle asegurando que no está preparado para ocupar un puesto tan cargado de responsabilidades: no tiene estudios, ni experiencia burocrática, ni habilidades de administrador. Y él lo sabe.
Del fondo de la garganta revolucionaria y nacionalista surge una voz que lo rescata: Juanito no hizo estudios en Harvard y es precisamente por ello que podría convertirse en un gran gobernante. Cuántas veces no hemos escuchado que la sabiduría natural del pueblo es la mejor de las herramientas para gobernar.
Con todos estos atributos es comprensible por qué Juanito ha logrado acaparar tanta atención. Es síntesis de la vida política mexicana: un representante popular que habla con la neta, un rostro pintoresco para los medios, una historia de superación personal, un milagro narrado por entregas (con héroes, cínicos y villanos), un político cándido, un hombre sin preparación.
Su futuro, sin embargo, es todavía incierto. Puede suceder, como él mismo ya lo anunció, que el aprecio ciudadano lo conduzca a convertirse en el sucesor de Marcelo Ebrard. Si la suerte y el carisma continúan acompañándolo, sería el jefe de Gobierno de la ciudad de México a partir del año 2012.
También puede ocurrir, siguiendo la trama de otras narraciones picarescas, que la historia de Juanito termine en tragedia. Que abandone, por ejemplo, el oficio de la política para convertirse en un afamado conductor de talk shows, o se vuelva la estrella de una superproducción músico-teatral al estilo La novicia rebelde o, de plano, emerja como el Güicho Domínguez, versión siglo XXI, del melodrama nacional.
Esta serie de soluciones a la vida de Juanito sería la más deseable para doña Clara Brugada y también para el padrino sin suerte, don Andrés Manuel López Obrador. No obstante, ninguno de los dos pareciera atravesar por sus mejores días de suerte. Ni las ambiciones de Juanito han decidido todavía volar tan alto.
Una última opción conversable entre Rafael Acosta y quien le diera aquel histórico espaldarazo, implicaría que Juanito se sometiera al democrático proceso de revocación de mandato. Si los habitantes de Iztapalapa lo ratifican, que Juanito siga por la tortuosa senda de la política. En caso contrario, la fama recientemente alcanzada puede servirle para cambiar de oficio y dedicarse sin límites al estrellato.
Analista político