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El debate público

La afirmación de una autonomía

Ricardo Becerra

La Crónica

09/02/2020

Quien haya seguido la sesión del Consejo General —en la que se ratificó a Edmundo Jacobo como secretario ejecutivo del Instituto Nacional Electoral—pudo enterarse (el jueves pasado) de un hecho significativo: cinco de los siete partidos políticos nacionales apoyaron de modo muy enfático la decisión de los Consejeros por preservar en su puesto a quien ha sido su Secretario. Y algo más: los otros dos partidos (PT y Morena) no intervinieron y no emitieron juicio en contra. Dicho en otras palabras, las fuerzas políticas confiaron en la personalidad propuesta y respaldaron la mayoría calificada de los Consejeros que la impulsaron.

No debe pasar por alto que incluso el representante del Poder Legislativo de Morena, reconoció la capacidad y la probidad del funcionario, atributos ampliamente corroborados durante una extensa carrera profesional. Y de eso se trata: de la confianza que irradia —a prueba de trabajo práctico— quien es el jefe de la estructura electoral nacional.

Si nuestra discusión fuese estricta por racional, si tuviésemos un debate público lógico y ordenado, de eso tendríamos que estar hablando: si el señor que es propuesto por el Consejero Presidente, por ley, colma las características necesarias para permanecer en ese cargo. Y en nuestro caso, todos, absolutamente todos los partidos, reconocen que sí.

Es muy curioso que mientras los partidos reales, los que compiten en el terreno, condujeron una discusión civilizada; en redes sociales, en cambio, la discusión haya sido torva y feroz, cuyo punto de discordia es el “cuándo”, el momento en que ocurre la designación y no la mera sustancia del funcionario en cuestión.

Lo explicaron los propios Consejeros: ese momento fue elegido por el contexto de animadversión que se fomenta todas las semanas desde la Presidencia y más abajo, contra el Instituto Nacional Electoral. No es una ocurrencia ni una ofuscación: miran el cúmulo de amenazas alrededor y por eso tomaron esa decisión.

No creo que las Consejeras y los Consejeros hayan sufrido un repentino ataque de paranoia. Más bien reconozco en ellos instinto y reflejos políticos ante un escenario muy real, cargado de dichos y de hechos muy adversos: desde los recortes presupuestales históricos que tienen al INE trabajando con los trastos más viejos de su historia, hasta las iniciativas que ya circulan en el Congreso y que quieren ¡arrancarle al instituto su facultad de nombrar a los responsables de la organización electoral en las elecciones estatales!, por ejemplo. O la inocente idea de rotar al Presidente del INE cada tres años, para que la mayoría de diputados defina —según los humores del momento— al principal árbitro electoral del país (al Presidente del INE). Bien: estos son hechos a los que los Consejeros están obligados a tomar nota y actuar en consecuencia.

Me gustaría equivocarme e imaginar que la nueva designación de cuatro Consejeros, en abril, será fruto del consenso y que ninguna fuerza querrá colocar personeros propios, como sus correas de transmisión. Pero no peco de ingenuo, dados los antecedentes que nos ha exhibido esta Legislatura y nuestro gobierno (vean el caso de los órganos reguladores, cuyas renovaciones han pedido ternas que son rechazadas por el Congreso, pero alegremente repetidas por el Ejecutivo, o el caso más flagrante de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, ilegal por partida triple).

Es a estas realidades a las que responde la designación del Secretario Ejecutivo del INE: que esa posición estratégica quede al margen de la próxima negociación, de modo que la operación institucional continúe con un mando claro. En este sentido, el Consejo actuó con enorme responsabilidad.

Luego se presentaron varias chácharas según las cuales el Secretario Ejecutivo lleva ya muchos años en su encargo. Ha decir lo evidente: precisamente de eso se trata, que nuestras elecciones no sean organizadas por novatos o improvisados, sino por profesionales que han mostrado en los hechos su capacidad y su imparcialidad (y la paciencia para aguantar las necedades de todos los partidos, de suyo solo, un gran mérito).

Otra vez los hechos: en 2012, Jacobo dirigió la arquitectura de una elección que ganó el PRI. En 2018, el mismo señor organizó la elección en la que Morena resultó triunfador. Gracias a su discreto trabajo se instrumentó una complicadísima estructura para la regulación electoral de los medios de comunicación en 2009 y gracias a él se naturalizó la alambicada reforma de 2014 que dio pie al nacimiento el INE. En cualquier país serio, la experiencia profesional es el valor fundamental del servicio público y el Consejo General del INE lo entendió y lo ratificó a pesar del mal ambiente que se procura todos los días contra ellos.

¿Podemos valorar, entonces, lo pertinente e institucional de la designación del jueves? Una decisión legal, técnicamente solvente, probada por mas de 11 años impecables. Tenemos pues, una afirmación política de la autonomía para una institución vital de la democracia mexicana.