Sergio López Ayllón
El Universal
06/04/2015
Luego de la pausa de Semana Santa el país regresa a la trinchera cotidiana con sus batallas por el poder y las vanidades. ¿Será que la élite del país sigue entrampada en la espiral de la deslegitimación y no alcanza a ver más allá de lo inmediato? Necesitamos una medicina que purgue el sistema y permita que el horizonte del país cambie. Y creo que esa medicina es construir, entre todos, una agenda de la confianza.
La confianza es el cemento de la sociedad. Sin ella nuestras relaciones se quiebran, se debilitan, todo intercambio se complica y encarece. Hace apenas unos días, en Londres, el presidente Peña Nieto fue enfático cuando dijo: “Hoy existe, sin duda, una sensación de incredulidad y desconfianza… ha habido una pérdida de confianza y esto ha provocado sospecha y duda”.
El Presidente de la República tiene toda la razón: pocos temas pueden ser más importantes para la actualidad mexicana. La incredulidad va de la mano de la desconfianza y la sospecha se enreda con la duda. Y este efecto es veneno puro, una pócima que opera contra los grandes propósitos de nuestra sociedad y de nuestra democracia.
Recordemos algunos datos. Según el Informe País sobre la Calidad de la Ciudadanía en México (IFE-Colmex 2014), la confianza interpersonal entre los mexicanos apenas rebasa 28% y es una de las más bajas del mundo. ¡Esto implica que dos de cada tres mexicanos desconfían de los demás! De acuerdo con diversos sondeos de opinión vivimos uno de los momentos de mayor distancia entre la población y el Presidente, con una aprobación que ronda el 30 por ciento; pero el fenómeno es aún más grave pues la desconfianza irradia en todas las direcciones y afecta a casi todas las instituciones.
Me parece que pocas cosas son hoy más importantes y más urgentes que darle un vuelco a este ambiente político y social. No es tarea de un hombre, como exige a veces nuestro pensamiento providencial. Es una labor de todos, es una responsabilidad compartida, pero que debe estar en el primer lugar de las prioridades del jefe del Estado así como de todos los partidos y actores políticos.
El problema viene de muy lejos y es complejo. Lo importante es razonar sobre cómo podemos reconstruir y multiplicar la confianza en los años por venir. El método existe. Primero necesitamos reconocer cabalmente el problema en vez de ignorarlo o evadirlo. Después hacer un diagnóstico sincero y genuino de la situación. Y finalmente, demostrar en los hechos —con varias acciones coherentes y bien hilvanadas— la disposición al cambio.
Frente a nosotros tenemos tareas inminentes que, bien resueltas, podrían coadyuvar a construir esta agenda. La primera es lograr que la contienda electoral transcurra con legalidad, guiada con propuestas, debates de altura, calidad en los programas y lejos de la enferma litigiosidad que nubla el proceso democrático. Eso permitiría salvar al INE de la pesada carga que le ha impuesto la desconfianza y que lo mantiene en vilo.
La segunda es construir una agenda de política pública que permita un mejor y más eficaz acceso de los mexicanos a la justicia y a la posibilidad de solucionar sus problemas concretos y cotidianos. La tercera es adoptar un conjunto de medidas que toquen el corazón del malestar, es decir, que permitan reducir efectivamente la corrupción y la impunidad, al mismo tiempo que acciones efectivas contra la desigualdad.
Max Weber escribió que “Gobernar significa entre otras cosas producir confianza” y esto es más cierto que nunca entre nosotros. La sociedad desconfiada se repliega, no produce, se resiste. El país que queremos es distinto y si queremos construirlo nos obliga a repensar el valor de la política como el instrumento capaz de construir confianza. Es una revolución que necesitamos.