Sergio López Ayllón
El Universal
29/06/2015
Las elecciones pasaron y una etapa del proceso de evaluación de los maestros concluyó mayormente con éxito. Los casos de Michoacán, Oaxaca y Chiapas duelen por la terca persistencia de los muchos intereses que confluyen para mantener un estado de cosas que sólo favorece a unos pocos. En todos los indicadores estas entidades aparecen en los últimos lugares y nada parece alentar la esperanza sobre su futuro.
Elecciones y educación parecen constituir temas distintos de la agenda, pero están vinculados. En las campañas, la agenda educativa fue un gran ausente. Fuera de algunos lugares comunes, ningún candidato ni partido parece tomarla en serio. Por el lado gubernamental el asunto parece reducirse a la evaluación de los maestros. Cierto, es un avance importante y necesario, pero lamentablemente los problemas del sistema educativo no se resolverán sólo con mejores maestros.
El programa interdisciplinario sobre política y prácticas educativas del CIDE ha reflexionado sobre algunos de los retos que enfrenta la educación. Para decirlo en pocas palabras, los sistemas educativos del mundo deben adaptarse para poder responder a las profundas transformaciones del entorno que se originan, entre otros factores, en las modificaciones de la habilidades que requiere el mercado laboral (por ejemplo competencias cognitivas más complejas), en los cambios demográficos (poblaciones más longevas que requieren de más años y distintos tipos de educación), en la innovación y difusión de las tecnologías de la información y comunicación, así como en un ambiente de competencia internacional muy intenso. Todos estos elementos concurren simultáneamente y para poder enfrentarlos se requiere de una visión estratégica de largo plazo que permita reorientar el modelo educativo en su conjunto. Esto ya sucede en otros países.
México se encuentra en medio de una compleja encrucijada. Por un lado tenemos una herencia de tareas rezagadas tales como tasas inaceptables de analfabetismo (poco más de 5% de la población) y muchos mexicanos que no han podido concluir su educación básica (cerca de 31%). Los alumnos que están en las escuelas, que ya es ganancia, sufren de otras taras, pues los indicadores muestran muy graves deficiencias en matemáticas, lectura y ciencias que nos ubican en los últimos lugares del mundo (véase www.oecd.org/pisa).
Al mismo tiempo, tenemos que reorientar el sistema educativo para que pueda formar a los mexicanos que necesita el siglo XXI, cuestión que implica una modificación profunda y sustantiva del modo en que operan hoy las escuelas y universidades. De la capacidad que tenga el país para enfrentar los nuevos retos determinará en mucho su competitividad y la calidad de vida de la población. Eso es lo que está en juego.
Enfrentar esta situación implica resolver dilemas muy complejos. ¿Nos ocupamos de las tareas incompletas y dejamos de atender el futuro? Alternativamente ¿nos concentramos en el futuro y dejamos de lado los rezagos? o bien ¿seguimos en la inercia y la simulación con medidas que suenan bien (inglés y computación) pero que no implican una reformulación de la política educativa en serio como producto de un diálogo amplio e informado?
El tamaño del reto obliga a mirar el asunto con una nueva mirada. Tenemos que atrevernos a innovar y experimentar para encontrar soluciones que hoy no existen: un sistema basado en el mérito con equidad, el uso de la neurociencia aplicada a educación, la investigación con métodos mixtos, crear escuelas especiales y un nuevo modelo de formación inicial docente. Estas ideas sueltas requieren reflexión y debate para entender cuáles contenidos y orientación estratégica y axiológica necesitamos. Pero estos son los temas ausentes de partidos y candidatos.