Rolando Cordera Campos
El Financiero
29/11/2018
Tras unos días en el Cono Sur de América, me reintegro a la difícil deliberación sobre nuestra economía política. Atrás no quedó la noche, como en la tremenda novela de Jan Valtin, sino la confusión propiciada y multiplicada por un mundo sin coordenadas claras donde tienden a prevalecer las peores inclinaciones entrópicas, aquellas que el orden mundial de la segunda posguerra prometía haber exorcizado para siempre.
Así, el Grupo de los Veinte que se verá las caras este fin de semana en Buenos Aires, con su enorme peso a cuestas como representar 80% del PIB mundial y casi lo mismo del comercio planetario, no puede plantearse seriamente agendas que vayan a encarar y superar las enormes tragedias que nos esperan para los próximos años. Esperar lo peor parece haberse convertido en la receta estratégica para este, otrora orgulloso planeta del desarrollo y la innovación, mientras en su propio entorno se cuecen las peores perspectivas.
La resurrección del nacionalismo comercial y económico, nada menos que propulsada por el campeón del libre comercio, no es la menor de nuestras paradojas. Junto con ella se empeña en ocupar el primer lugar una agenda de seguridad nacional que al desplegarse pone en riesgo la seguridad del mundo en su conjunto, para empezar la nuestra. Así nos lo enseña, o debería hacerlo, la tragedia humanitaria encarnada por los migrantes desesperados de la caravana hondureña, a la que seguirán sin remedio otras más, porque su fuerza impulsora no entrará en receso ante las amenazas majaderas del presidente Trump.
Un vasto programa de desarrollo, construcción de infraestructura e instituciones, compromisos claros de la banca de desarrollo internacional, han sido propuestos nada menos que por el ex secretario de Hacienda de México, Pedro Aspe, y el ex secretario de Estado de Estados Unidos de América, George Schultz. Tarde pero no por ello menos importante y urgente.
De haberse visto así el hoy frustrado Plan Puebla Panamá, quizá otro gallo nos cantara, pero el presidente Fox incluso equivocó el orden de los vocablos al hablar primero de Puebla y al final de Panamá, lo que no hizo sino acentuar la tradicional desconfianza de los pueblos y gobiernos del Istmo respecto de nuestras reales intenciones.
El resultado de esta y tantas otras posposiciones es una región desgarrada; cruzada por la violencia criminal, el desaliento y el rencor, junto con la prepotencia del crimen organizado que desde hace un buen tiempo ha diversificado sus nefastos portafolios hasta apoderarse de franjas enteras y estratégicas de la producción y el comercio del área.
Las amenazas de Trump, tómese nota, no son sobre esas naciones sino sobre nosotros. Forzándonos a hacerla de fuerzas de contención y represión de esos pueblos sufridos y devastados. No se trata de unos dilemas estratégicos que puedan abordarse desde las veleidades y destrezas de la política exterior.
Lo que los hondureños, por su lado, y Trump por el suyo nos plantean es una exigencia que podría probarse histórica: asumir las viejas restricciones del ejercicio de la soberanía y echarnos al mar de una globalidad que los excesos y estridencias de Trump y sus émulos en Europa han puesto contra la pared, hasta llevar al planeta a situaciones límite, por lo pronto en la retórica de la conversación global, como lo atestiguaremos en la reunión del G 20 en los próximos días.
Nunca se imaginaron los aprendices de brujo de esta globalización destartalada que su escenario iba a ser una Argentina acosada por la guerra del futbol!!!