Jorge Javier Romero
Sin Embargo
16/12/2021
El lunes, Hugo López Gatell protagonizó una más de sus ya proverbiales pataletas y se largó de una reunión con los grupos parlamentarios de diputados que, de manera contraria a lo que se supone debe ser un ejercicio de rendición de cuentas, se había decidido a puertas cerradas, sin luz ni taquígrafos. Según uno de los diputados presentes, Salomón Chertorivski, el arrogante subsecretario trató a los legisladores como si fueran alumnos de secundaria y repitió su letanía autoexculpatoria: en México todo se hizo bien, de acuerdo con la evidencia científica y si las cosas han salido mal la culpa ha sido de la pobreza, las comorbilidades y el sistema de salud.
Las justificaciones del subsecretario no solo lo muestran como un irresponsable que se pretende lavar las malos ante los terribles resultados de su gestión de la crisis sanitaria, sino que no se sostienen cuando se compara la información global disponible. El exceso de mortalidad en México entre 2020 y 2021 suma ya 645 mil personas por arriba de las esperadas de acuerdo con estimaciones estadísticas, un porcentaje de exceso de casi el 50 por ciento, con una tasa de mortalidad entre las cinco más altas del mundo y la más alta entre los países miembros de la OCDE. Las justificaciones de López Gatell podrían tener algún sentido si solo se comparara a México solo con estos últimos, en su mayoría países ricos con buenos sistemas de salud, aunque no por ello con menos comorbilidades. Sin embargo, su argumentación se derrumba cuando se contrastan las cifres mexicanas con las del resto del mundo: el exceso de mortalidad de nuestro país es porcentualmente más alto que los de Irán, Brasil y Sudáfrica y muy superior a los de Filipinas e Indonesia, ninguno de ellos países del primer mundo.
Las dimensiones de la catástrofe sanitaria mexicana son evidentes para cualquiera que contraste la información disponible, pues no solo son aterradoras las muertes en exceso resultado de la desastrosa política de salud de este gobierno –diez veces más que las de la otra epidemia, la de homicidios– sino también otros índices muestran los desatinos y la irresponsabilidad de López Gatell, como el hecho de que México tenga el mayor índice mundial de muertes entre el personal médico. Sin embargo, causa estupor ver el poco impacto político de la tragedia resultado del pésimo manejo.
En Brasil, donde el porcentaje de exceso de mortalidad es menor, al menos los legisladores han jugado un papel crítico: un panel del Senado determinó que el Presidente Jair Bolsonaro debe ser juzgado por crímenes de lesa humanidad relacionados con el manejo de la pandemia. Aquí, donde el Presidente de la República se ha comportado de manera parecida al brasileño en su desdén a la COVID, la propaganda gubernamental ha logrado la tolerancia social, como si la estela de muerte, pobreza y sufrimiento de los dos últimos años fuera una fatalidad de la naturaleza o un castigo divino frente al cual el gobierno no hubiera tenido nada qué hacer.
Pero los hechos son otros. Este gobierno es responsable de la altísima tasa de exceso de mortalidad por la pésima estrategia contra la COVID, pero también por el resto de su desatinada política de salud, con desabasto de medicamentos y desprotección de millones de personas que se quedaron sin servicios médicos por el desmantelamiento del Seguro Popular y la astrosa puesta en marcha del INSABI. La estrategia de vacunación ha sido errática y va debajo de las necesidades de control de la pandemia, la información a la población ha sido ambigua y contradictoria en temas cruciales, como el uso de tapabocas, no hubo apoyos fiscales a la población para que se quedara en casa en los picos de la pandemia o para paliar los efectos terribles de la pérdida de empleo y, si bien este gobierno heredó la baja capacidad hospitalaria, la austeridad y el traslado de recursos a los programas clientelistas no ayudó en nada a mejorar la situación en un momento crítico.
El gobierno de López Obrador enfrentó la pandemia con ignorancia y tacañería, como ha ocurrido en casi todas las políticas del sexenio. Lo trágico es que los mecanismos de rendición de cuentas estén tan erosionados y que una mayoría legislativa complaciente encubra un desempeño que tiene visos de crimen. La manera en la que el grupo mayoritario de la Cámara de Diputados libró el lunes a López Gatell hace cómplices a los legisladores de Morena de la irresponsabilidad y el cinismo con que se ha comportado el funcionario.
En lugar de festinar las habilidades del Presidente de la República para mantener su popularidad, a pesar de los nulos resultados positivos de tres años de gobierno, el análisis se debería centrar en denunciar sus artimañas de embustero, que ocultan sus fracasos y sus decisiones erróneas en grados criminales. Sin duda, el manejo de la pandemia deberá ser evaluado cuando se despeje la neblina del endiosamiento que todavía envuelve a López Obrador. Entonces se deberán deslindar responsabilidades políticas y penales y dudo mucho que López Gatell pueda salir bien librado. Pero el inefable subsecretario no ha hecho otra cosa que ejecutar la política decidida por el Presidente de la República, responsable último del desastre por su posición negacionista y despreocupada respecto a la pandemia.
Cientos de miles de muertes de los dos últimos años pudieron evitarse si se hubieran hecho las cosas con base en la evidencia científica y con prudencia política. No fue así. El gobierno desdeñó las señales de alarma, con su ya característico desprecio por el conocimiento científico y se negó a dedicar recursos extraordinarios a paliar los efectos de la crisis. El resultado no son solo 645 mil muertes de más, sino millones de damnificados económicos que no han recibido prácticamente ningún apoyo. Muerte y pobreza serán los saldos de este malhadado sexenio, por más que el Presidente siga siendo tan popular.