Salomón Chertorivski Woldenberg
El Financiero
14/09/2015
Cualquier economista sabe que el “dato rey”, el indicador más importante para conocer la salud y la magnitud de una economía es el empleo. Ningún otro dato compite con él en relevancia, porque –como lo recordaba el economista Juan Ignacio Crespo, en el corte de caja final– la creación de riqueza tiene sentido si se desparrama al conjunto de la sociedad, hacia todos los estratos sociales, y eso significa creación de puestos de trabajo, gente ocupada y pagada; cohesión económica, en resumen.
Ese dato rey sirve, además, para conocer la intensidad de la actividad económica en una región y en un período determinado. Veamos a la ciudad de México.
En este año, el Distrito Federal (DF) lleva creados 80 mil 880 nuevos empleos formales. Esto la confirma como la principal entidad generadora de empleos, aportando 18 por ciento del creado en todo el país.
Pero veamos un poco más allá: de 2012 a 2015 los nuevos empleos formales acumulados suman 332 mil 320, colocando al DF como la entidad que produce –por mucho– la mayor masa de empleos. El nuevo trabajo formal de la ciudad representa 21 por ciento de todo el que creó México durante los últimos tres años.
Este sólo hecho debería ser útil para moldear juicios más matizados y más serios, no sólo porque el DF sigue siendo la entidad que más riqueza genera (la sexta parte del nacional) sino que además es la que más riqueza distribuye bajo la forma de trabajo formal, Aquí se ocupan 3.6 millones de mexicanos, casi 17 por ciento del empleo total del país. Lejos, muy lejos queda el Estado de México con 2.02 millones de empleo, Jalisco con 1.5 y Nuevo León con 1.4 millones (datos a diciembre de 2014).
Con esta sola cifra –la quinta parte de todo el empleo mexicano se sigue produciendo en la Capital– es muy difícil sostener que el DF es “un fracaso económico y un problema nacional” como afirmó Macario Schettino la semana pasada en estas mismas páginas. Si tuviera la paciencia de revisar los datos, vería que la ciudad de México ha sido y es, en realidad, una de las soluciones de la economía de este país.
Pongo sólo dos ejemplos: todos los días, a nuestra capital acuden de otros estados 167 mil compatriotas buscando trabajo. No hay ninguna otra región con esta presión en su mercado laboral, presión generada por el desempleo contumaz de otras entidades. Y ¿sabe el lector qué porcentaje de quienes vienen todos los días a la ciudad de México se emplea en el sector informal? La mitad, exactamente; el 50 por ciento del ambulantaje no radica en el DF (todos los datos son del Inegi, este último publicado recientemente por Parametría).
Como ven, la ciudad de México se defiende sola (si se toma uno la molestia de acudir a las estadísticas reales, claro) pero el planteamiento de Schettino da pie para discutir (y desmentir) su hipótesis más general. Otra vez comencemos con las cifras.
Nuestro columnista comete un error: reporta cifras de crecimiento económico por entidad a partir de números absolutos, obviando que en los últimos veinte años (el período de análisis que él mismo elige) se han agregado más de 31 millones de personas a la población del país (un crecimiento poblacional de 38.3 por ciento entre 1990 y 2010). El crecimiento anual por arriba de 3.0 y 4.0 por ciento en varias entidades, sostenido por 20 años, no existe… por desgracia. Schettino ha ignorado el hecho simple de que el pastel económico se reparte en cada uno de los estados entre una población cada vez más grande.
En realidad, cuando se considera el crecimiento económico per cápita, como es debido, resulta que entre 1993 y 2013 (cifras del InegiI), el promedio de la tasa de crecimiento anual no alcanza siquiera el 3.0 por ciento en ninguna entidad. En Aguascalientes y Zacatecas, los estados que más crecen en el período, la tasa anual es de 2.5 por ciento en promedio. El Distrito Federal, que tanto lamenta Schettino, cuenta con una tasa promedio de 1.7 por ciento, por encima del promedio nacional (1.15 por ciento).
El país que describe Schettino, en el que un puñado de estados fracasados y “dedicados a producir para una economía cerrada” que arrastran el promedio nacional, simplemente no se sostiene. No me gusta, me parece gravísimo pero en el largo plazo el problema del crecimiento es de todos.
La realidad de las últimas décadas en México es la de un país estancado, con tasas de crecimiento regional desiguales pero generalmente bajas, sujeto a crisis económicas recurrentes, habitado por trabajadores con ingresos insuficientes y desfigurado por la pobreza y la desigualdad.
Quisiera tener el optimismo globalizante de Schettino. Pero el optimismo acaba cuando empieza la estadística, los datos duros y las cuentas bien hechas.