José Woldenberg
Reforma
16/07/2015
Así se llama el más reciente libro de Héctor de Mauleón. No es una “crónica de seis siglos” de la ciudad de México, como dice el subtítulo, pero si un cofre de asombros que, entre la nostalgia y la ironía, nos acercan a la historia de una ciudad inabarcable. Se trata de breves capítulos sobre lugares, personas, obras, episodios y leyendas, que han modelado el rostro de lo que hoy es la mayor concentración poblacional del país. Y están escritas con gusto, conocimiento, deleite por las sorpresas y buena pluma.
El libro se puede leer en el orden sugerido: de 1509 a 2014 o a la inversa (como yo lo hice), o picando en los diferentes episodios sin orden ni concierto, porque se trata de una cadena de breves cápsulas, independientes entre sí, pero integradas por el amor del autor a la ciudad y su intento ambicioso y condenado a un relativo fracaso, por retener la memoria de una urbe que es muchas.
De Mauleón sabe rescatar momentos significativos de la historia. Instantes que inauguran o cierran procesos o clausuran épocas. Pueden no estar codificados de esa manera por las narraciones oficiales (si es que algo así existe a estas alturas), pero el ojo alerta del autor los subraya para extraer su significado. Así, y solo como botones de muestra, recrea la llegada a la capital del francés Jean Prelier en 1840. La singularidad del personaje es que tomó las primeras impresiones de la Catedral, el Sagrario Metropolitano, el Calendario Azteca y otras más, con un invento para entonces maravilloso llamado daguerrotipo. Instaló su local en Plateros 9 para exhibir “los prodigios de aquella caja misteriosa” y así nació la larga historia de la fotografía en México. O en el otro extremo, rescata el último día de la Inquisición en la Ciudad de México. Instalada el 4 de noviembre de 1571 cerró sus puertas hasta el 10 de junio de 1820, día en que se puso en libertad “a los reos que se hallaban en las cárceles secretas”. Se liberó a 39 y uno tenía 30 años recluido. “Los prisioneros eran verdaderos esqueletos, con luengas barbas que les cubrían el pecho” y “los temibles inquisidores huyeron por las azoteas”, salvo uno, “quien no pudo huir pues padecía reuma”.
El libro es también un rompecabezas incompleto. No pretende exhaustividad (objetivo imposible) ni unidad en el relato. Se trata de rescatar del olvido piezas de una historia turbulenta que sirven lo mismo para aceitar la memoria, gozar con las novedades que hoy son antiguallas, repensar nuestro trayecto colectivo, todo ello aderezado con la sal de la erudición y la pimienta del humor. Así, en 1519 se produce la primera carta que se escribió en lo que sería México (por supuesto la de Cortés a sus majestades católicas); en 1522, Juan Garrido, un negro y esclavo liberto, funda la primera panadería y con ella aparece “el más entrañable de los aromas”; en 1526, Pedro Hernández Paniagua abre el primer mesón en la capital. De Mauleón narra con pulcritud cada uno de esos episodios que vistos en retrospectiva son los momentos de partida de las historias del correo, las panaderías y la hotelería en la gran ciudad.
Esas postales o fragmentos de una laberíntica historia, se convierten en un túnel del tiempo, en un llamado a la conservación de nuestro pasado a través de la puesta en circulación de su historia remota e inmediata. Y por ello De Mauleón hace diversos homenajes a los cronistas que dieron fe de las maravillas y no tanto de la ciudad capital. Desde La Ciudad de México. Novísima Guía Universal que Adolfo Prantl y José L. Groso, publicaron en España en 1901, como una brújula para los forasteros, hasta el conocido como México en 1554 (originalmente llamado Diálogos Latinos) de Francisco Cervantes de Salazar y traducido casi 300 años después por Joaquín García Icazbalceta, hasta pasajes de la obra de Ángel del Campo o Gutiérrez Nájera o Novo o Monsiváis o José Joaquín Blanco. Se trata de prolongar la muy noble tradición de dar fe de las glorias y vicisitudes de una ciudad vieja que se hace y deshace todos los días.
Y si la historia antigua no lo conmueve encontrará en el arcón destellos del presente: la transformación de las peluquerías en estéticas, el impacto de la glorieta del Metro Insurgentes, las esculturas más feas de la ciudad (donde pelean por el galardón la Cabeza de Juárez, El Caballito de Sebastián o el busto de Colosio), el sismo del 85, la ciudad subterránea que inauguró el Metro o el auge, deterioro y desaparición del cine Cosmos. De todo, como en las boticas de antaño.