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El debate público

La crueldad paga más que el talento

 

 

 

Ricardo Becerra

La Crónica

29/04/2018

 

El grado de crueldad al que hemos llegado, la sevicia, el escarmiento y “la maldad ejemplar” de la que son capaces las bandas criminales contemporáneas “ya son una forma de terrorismo, en su sentido literal: quieren aterrorizar. El mensaje es: nadie más que ellos te puede causar más daño” (La esquina, David Simon y Ed Burns, Principal de los Libros, 2011).

Los autores (clásicos por su serie The Wire) hablaban del Baltimore de fin de siglo XX, pero creo que nosotros hace rato que dimos un salto monstruoso (allí están los episodios de San Fernando, Ayotzinapa, Tonalá), y Omar “N” es la vívida encarnación de esa deriva: ya no sólo el joven inadaptado; no sólo el capaz de delinquir; el que se organiza para robar, matar o secuestrar; de cometer crímenes indecibles, sino ahora… convertirse en QBA, un rapero con canal de video en YouTube visto —y ése es el dato— por más de 121 mil seguidores.

En una de sus rolas de 2016,“Que Descansen en Paz”, boba en su música, brutal en su letra, el joven Omar, que apenas tiene veinte años, despliega las pantomimas consabidas del rap, pero, y aquí está el detalle, su danza macabra se despliega ante un prisionero atado y torturado al que termina por quemar y prenderle fuego. Una especie de mensaje a tres bandas: uno, para desfogar su siniestro “talento” y exhibir a los de su edad y a otros, que él no se anda por las ramas, que es realmente malvado; dos, para que los sicarios —que de estas cosas entienden— sepan que hay un tipo dispuesto, ­desalmado, con experiencia y contratable; tres, que existe una sensibilidad juvenil muy dispuesta a escuchar estos mensajes, estos cantos a la saña que por lo menos da para ganar algún dinero y, vía la propia crueldad, ascender en los circuitos delincuenciales del México moderno.

Omar y un cómplice, confesaron haber desaparecido a los jóvenes estudiantes de cine en Jalisco mediante la disolución de sus cuerpos en ácido sulfúrico. Un precoz pozolero, que cumple puntualmente con el guión de lo narrado por Simon y Burns: en una sociedad rota “más te vale ser más cruel”.

Y los mexicanos estamos en esa caída moral. Vean a Omar en su canal, como todos los de su edad tiene mente rápida, es suelto de lenguaje y no por sus lecturas, sino por imitación de los adultos, sus señas y sus convenciones. Su inteligencia innata destaca no porque es capaz de procesar un cúmulo de información escolar, sino porque cacha fragmentos de cosas que sí le interesan, porque conecta con un reto que le importa hoy o mañana mismo (cuál es la mejor manera de desaparecer un cuerpo, por ejemplo), y de esa manera su aprendizaje conecta con su mundo real.

Creo que el caso vital de Omar —y de muchos otros— debería ser una tarea del Estado. Policíaca, sí (¿cómo se enroló en los cárteles, cuándo se vinculó y qué “trabajos” hizo) pero también y sobre todo “social”, y no para exculparlo, sino para comprender hasta que punto en este inmenso fracaso social en el que hemos esdtado metidos durante décadas, se ha puesto de cabeza la necesidad infantil de aprender, para constreñirse en una obligada y brutal exploración de durísimas lecciones para sobrevivir en la calle, o en la “esquina” como dicen mis autores.

 Dicho de otra manera: sospecho que la necesidad de aprender en la escuela y el famoso “fracaso escolar” está siendo desplazado por la pura necesidad de sobrevivir a la calle, a la tentación criminal, por la certeza de que la movilidad social no llegará por vías formales ni legales, sino por fuera, allá en los reventones, la banda y la criminalidad.

Creo que Omar nos muestra que somos un peor Estado —sí— pero también una peor sociedad. Tiene la cara llena de cicatrices y de marcas, testimonio de su lucha cotidiana, con uñas y dientes deformados para hacerse un hueco en este mundo, donde la maldad paga más que el talento y la crueldad, más que el esfuerzo propio.

Y 121 mil jóvenes seguían su mensaje.